Errante, emigrante
La movilidad humana es hoy por hoy uno de los factores sociológicos, antropológicos y
espirituales de mayor cobertura, dinamismo, pasión y conflictividad en nuestro mundo
universo. Las fronteras concentran rivalidades, odios, exclusiones, racismos que se
definen por políticas de estado y religiones diversas. La riqueza demarca sus límites y
la pobreza sus necesidades.
El telón de fondo de la Cuaresma en este primer domingo, lo encontramos en
Deuteronomio 26, 5: “Mi padre era un arameo errante…emigrante…”. Y en Lucas 4, 2:
“El Espíritu lo condujo al desierto…” Es verdad que el desierto cuando es una opción,
es silencio, abandono, encuentro, diálogo. También, contemplación… El Espíritu nos
lleva al desierto a vivir la realidad de nuestra conversión.
Pero hay desiertos no queridos, no deseados. El desierto de la soledad, el del estrés, el
del cansancio que termina en angustia existencial. Hay desiertos más allá de nuestra
condición límite: Cuando somos víctimas del pillaje, de la extorción, incluso, de la
esclavitud. ¡Cuántos desiertos hoy, Señor! Y el nuevo desierto, cuando nos vemos
obligados a la migración o a engrosar las víctimas de la calle, errantes, vagabundos.
Pablo quiere atenuar un tanto el drama invitándonos a cargar nuestras mochilas con la
Palabra, dejándola correr como torrente de nuestros labios y llevándola al corazón. Es el
principio de la coherencia. Vivir de la Palabra, pero realizándola con nuestras obras. “La
Palabra es la casa del ser”, es su morada. Nos constituimos en vigilantes de esta honda
realidad en nuestra caminada cuaresmal.
Cochabamba 17.02.13
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com