Ciclo C: V Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes
El Soy yo quien os he elegido … para que vayáis y deis fruto (Jn 15, 16)
El trisagio reconoce la santidad incomparable de Dios. Ante el Santo de Israel o de
la Iglesia, la única reacción apropiada es la de Isaías o la de Simón Pedro.
A diferencia de los con pretensiones de santidad, quienes maltratan incluso a los ya
humillados, el que solo es Santo los enaltece. Perdonando al hombre de labios
impuros, Dios le hace su profeta; el Hijo de Dios anima al que se confiesa pecador,
asegurándole: «No temas: desde ahora, serás pescador de hombres». Así se da a
entender que se nos prohibe el ensimismamiento (nos ayuden a librarnos de él la
limosna, la oración y el ayuno), porque no se trata de nosotros, sino de Dios.
Que los ojos se fijen, pues, no en la abundancia del pecado, sino en la
sobreabundancia de la gracia. Aunque, como enseña san Bernardo, nos remuerde
la conciencia cuando cometemos grandes pecados, aún no debemos darnos por
perdidos, porque no hay pecado que no pueda perdonar el que se hirió por nuestras
iniquidades. Por eso, ya no nos atemoriza ninguna dolencia, por muy maligna que
sea.
Ojalá se concentre asimismo en la misión a la que nos llama la Palabra de Dios. No
importa realmente que uno haya sido un fracaso, al igual que los pescadores que
no cogieron nada toda la noche. Tampoco es un impedimento que otro haya
llevado una vida poco cristiana, y hasta anticristiana como la del que antes
perseguía a la Iglesia. Lo decisivo es que tanto el uno como el otro se rindan al que
solo justifica, y tengan fe en Jesús que murió por nuestros pecados, resucitó al
tercer día, se apareció a los discípulos y, por el poder del Espíritu, se les sigue
manifestando vivo y cercano a cuantos, sin ver, realmente creen con el corazón
para la justificación y profesan la fe con la boca para la salvación (Rom 10, 8-10).
De hecho, no es digno nadie. La vocación no depende—ni la elección ni el éxito—de
nuestras obras, sino del propósito y la gracia de Dios (2 Tim 1, 9). Sin él, no
podemos hacer nada bueno.
Por consiguiente, la imprescindibilidad divina queda claramente revelada en los
mansos y humildes de corazón que, como san Juan Bosco y san Vicente de Paúl (el
espíritu del último le sirvió también de guía al primero), hace suyo el modo de
obrar de Jesús: aguantan más que se enojan; persuaden más que amenazan;
soportan con firmeza y suavidad a la vez, en lugar de castigar y ceder a la
impaciencia y la soberbia; se comportan con pecadores amablemente, y así les
ofrecen esperanza; no se absorben en hacer prevalecer su autoridad o desahogar
su mal humor, sino que se aplican a servir, avergonzándose de todo lo que pueda
tener aun apariencia de dominio.
De verdad, quienes señalan al solo Mediador no son aquellos a quienes hay que
escuchar y obedecer, pues ocupan la cátedra magisterial, pero los cuales se han
vuelto hipócritas, insoportables e indignos de imitación. Son más bien los que
procuran vivir lo que se celebra en la Eucaristía, capacitados por la gracia para dar
su vida por otros, incluyendo a los que no se lo merecen.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)