V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
+ Evangelio de hoy: el llamado de los tres primeros apóstoles. Relato
lleno de simbolismo y de enseñanzas muy profundas, que debemos leer
con atención.
+ En primer lugar, Jesús está enseñando . Su palabra es poderosa y eficaz:
hace lo que dice ( palabras y obras van juntas... ).
Jesús necesita un lugar para predicar, para enseñar a la gente: la barca de
Pedro (desde entonces, signo de la Iglesia en la iconografía cristiana) . Y la barca
insinúa fragilidad, provisoriedad, necesidad de confiar en quien la guía,
dinamismo (se está en movimiento), dependencia de la providencia de
Dios… El Señor ha elegido la barca de Pedro como su cátedra: el lugar desde
donde el enseña y salva a todos los hombres. La Iglesia de Cristo es entonces la
Iglesia de Pedro, y de quienes por encargo del Señor lo suceden, a lo largo de todos
los tiempos: Lino, Cleto, Clemente… Juan Pablo II, y Benedicto XVI.
La pesca milagrosa es otro aspecto fundamental.
La ordena alguien que sabía mucho de religión, pero ¿y de pesca?…
No es este el momento del día para pescar…
Han estado pescando toda la noche, y no han sacado nada…
Y sin embargo… La fe es una razón más poderosa que todas las
razones del mundo juntas.
No hay nada imposible para Dios y para quien tiene fe en Él.
La reacción de Pedro es otro rasgo importante.
El Señor siempre es alguien que causa, al mismo tiempo, fascinación y un
saludable desconcierto.
Fascinación , porque se descubre quién es Él, cómo nos ama, lo que quiere
hacer con nosotros, su misericordia, su designio de salvación, su santidad y su
gloria infinita…
Pero también un cierto desconcierto al comprobar la distancia infinita que
existe entre Él y nosotros: nuestra pequeñez, nuestras mezquindades, nuestros
pecados, nuestras dudas, parecen quedar como puestos de relieve en este
contraste tan impresionante entre Él y nosotros (Cf. Isaías, y Pablo…)
No debe haber ningún cristiano en el mundo que, en algún momento de su
existencia no se sienta un poco tentado de obrar como Pedro: tomar distancia de
un amor que sin dudas no merecemos, y que pone ante nuestros propios ojos, de
modo insoslayable, nuestra propia realidad.
 
Pero Dios actúa de otra manera. Su amor no es algo que se merece, sino
que se necesita.
Y si Dios pone nuestra propia realidad delante de nuestra mirada, no es para
humillarnos, sino para relativizar lo que pueda ser una grandeza simplemente
humana, y descubrir una grandeza que sólo se hace evidente cuando nos vemos
como nos ve Dios: somos imagen y semejanza de Él; más aún, somos sus hijos
amados. Si el hombre tiene siempre una altísima dignidad por el sólo hecho de ser
persona humana, esta dignidad adquiere rasgos de infinitud cuando se la contempla
desde esa perspectiva mucha más profunda y definitiva: la mirada de Dios, que es
siempre una mirada de Padre, que Jn. 3,16
El Señor llama a Pedro, a los otros apóstoles, y también a nosotros,
cristianos, a una vocación y una misión tan elevadas, que no lo hubiésemos
podido ni siquiera imaginar...
De ser pescador de peces, que servían de alimento a sus hermanos los hombres,
Pedro es llamado a ser pescador de hombres, para introducirlos nada menos que en
el mismísimo Reino de Dios, en el corazón del Padre… Con la Palabra todopoderosa
de Jesús, y la pesca milagrosa, se le da la prueba de que no estará nunca solo, que
no debe tener miedo ni dudar, pues esta obra es más de Dios que de los hombres;
y por lo tanto, Él está más interesado que nosotros en que la misma llegue a buen
término.
Este Evangelio, que tiene un sabor muy especial para quienes están llamados
a dedicar totalmente su vida al Señor en la vocación sacerdotal o consagrada, tiene
también una particular elocuencia para todos los cristianos. Porque ser cristiano
es estar llamado a una vida que supera con mucho las posibilidades y los
cálculos humanos (v.g. los padres de familia cristianos…).
Frente a la posibilidad de sucumbir ante la sorpresa y el temor que pueden
provocar el saber que el Señor se ha fijado en nosotros (“Cristo me amó y se
entregó por mí”) , hoy ante el Señor que con su mirada todo lo penetra, y conoce
nuestra pobreza y desnudez, podemos también prorrumpir en infinita gratitud ante
el Señor, que ha mirado la pequeñez de su Servidora, Nuestra Madre, y de sus
hijos.
Y podemos hacerlo con esas palabras hermosas, cantadas en tantos idiomas,
y que pueden constituir para nosotros un excelente y permanente tema de
meditación: “Tú has venido a la orilla, no has buscado ni a sabios ni a ricos, tan
sólo quieres que yo te siga; Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho
mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a Ti buscaré otro mar…”
Amén