IV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Martes
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Hb.12, 1-4: Corramos la carrera que nos toca sin retirarnos.
b.- Mc. 5, 21-43: Contigo hablo, niña, levántate.
Este evangelio nos muestra el poder sanador de Jesucristo, resucita muertos, sana
las enfermedades. Tenemos dos milagros, a dos mujeres, una joven, otra persona
mayor, una sufría flujos de sangre y la joven es resucitada. La petición del padre,
jefe de la sinagoga, Jairo, es que Jesús ponga sus manos sobre su hija para que
sane. Camino a la casa de la niña, se produce otro milagro, una mujer que tocó a
Cristo Jesús, quedó sana de su hemorragia. Mientras tanto, la hija del jefe de la
sinagoga, le avisan ha muerto y cuando Jesús ingresa a la casa, las lamentaciones
de dolor fúnebre. Vemos cómo se pasa de la curación de una enfermedad a una
resurrección, lo que hace de este momento de la actividad evangelizadora de Jesús,
como dador de vida. Esta es la intenci￳n de Marco. La expresi￳n de Jairo: “para que
se salve y viva” (v. 24), busca la salud corporal y eterna. Encontramos que el dar
vida Jesús, en germen, se encuentra la vida perdurable, vida eterna, si resucita a
una muerta, no hace más que llevar al extremo esa primera donación de vida.
Vemos como Marco está muy cerca de Juan, evangelista, cuando Jesús llama a la
vida a un enfermo de muerte (cfr. Jn. 4, 46-54), a otro que lleva tiempo enfermo
(cfr. Jn. 5,1-19), o a uno que yace en la tumba o sea ya muerto (cfr. Jn. 11). En la
resurrección de esta niña, encontramos el don de vida perdurable. La mujer del
flujo, es impura ella misma y todo lo que se ponga en contacto con ella según la ley
de Moisés (cfr. Lv. 15, 22ss); no le preocupa el haber tocado a Jesús, algo
prohibido, sino que la secreta fuerza que salió de Jesús y la sanó. Si bien se puede
ver en la actitud de la mujer una fe mágica, Jesús la corrige en el momento: “Hija,
tú fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (v. 34), con lo
que confirma su curación. Su fe le ha proporcionado la salud, no cómo resultado de
un acto mágico, sino por la confianza creyente en Dios, manifestación de la
salvación para el hombre que la acepta. Las palabras de Jesús a Jairo cuando sabe
de la muerte de su hija: “No temas, s￳lo ten fe” (v. 36); la fe no se rinde, ni
siquiera ante el poder de la muerte. Selecciona tres testigos que después
contemplarán su transfiguración, su agonía en Getsemaní, y del anuncio de la
resurrección (cfr. Mc. 9,2; 14, 33; 9,9); el regreso a la vida de la niña se
contempla con una luz nueva. Los apóstoles, más tarde de este hecho,
comprenderán que Jesús, luego de su misterio pascual, ha entrado en el mundo
divino y celestial superando el poder de la muerte que el mismo ha experimentado
en la Cruz. El sueño de la niña, no es una muerte aparente, sino que esta muerte
es transitoria; a la luz de la fe, la muerte es un sueño, que con el poder de Dios
puede despertar. La resurrección de la hija de Jairo, es signo, como la de Lázaro,
más unido a Cristo, de que Jesús es la Resurrección y la vida (cfr. Jn. 11, 25).
“Muchacha, a ti te digo, levántate” (v. 42), la palabra de Jesús es soberana, todos
quedan admirados de aquello que contemplan. La orden de Jesús de que no se sepa
o acontecido, parece, innecesaria, pero la intención de Marco, es ocultar el
misterio de Jesús a los incrédulos hasta que llegue su hora: comprender el misterio
del Hijo de Dios en su resurrección. Desde la resurrección personal de Jesús, se
confirmará lo acontecido en este relato; les revela y confirma el poder de ÉL, que
vence a la muerte. A todos nosotros también nos dice hoy: “No temas, s￳lo ten fe”
(v. 36).
Teresa de Jesús, movida por la fe, como Jairo, para ir a Jesucristo y pedirle por su
hija, descubre en la oración un camino de verdades que transforman la vida del
orante. “Tengo por muy cierto que el demonio no enga￱ará, ni lo permitirá Dios, a
alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe, que entienda ella
de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con este amor a la fe, que
infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que
tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya hecho asiento
fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones puedan
imaginar, aunque viese abiertos los cielos, un punto de lo que tiene la Iglesia.” (V
25,12)