IV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miercoles
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Hb.12, 4-7.11-15: Dios reprende a los que ama.
b.- Mc. 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra.
En este texto cambia totalmente el ambiente, pasamos de la admiración de fe, al
repudio incrédulo de su patria de Nazaret. Su ministerio no resulta evidente para
sus contemporáneos, su misterio personal queda velado bajo sus grandes
prodigios. Muchos miran, pero no ven; oyen pero no entienden (cfr. Mc. 4,12; Jn.
12, 37), no se comprende la incredulidad de esas gentes, realidad que destacan los
evangelistas. En la sinagoga hace uso de un derecho: leer un pasaje bíblico y
exponer su reflexión. Se da un asombro incrédulo, puesto que Jesús, habla bien e
interpreta la Escritura; se reconocen sus milagros, pero se le niega la fe en su
persona (v. 3). Sus contemporáneos lo conocen como el “hijo del carpintero, hijo de
María” (v. 4), conocen a sus parientes más cercanos, por eso se escandalizan. No
puede haber nada extraordinario en Jesús, pues le conocen, y es precisamente, ahí
donde está la piedra de tropiezo, dicen conocerle, pero no le comprenden y se
alejan de ÉL. No es extraño que incluso los más cercanos como los apóstoles,
también, encontrarán piedras de tropiezo, cuando no comprenden plenamente las
actitudes de Jesús, que los desconciertan (cfr. Mc. 14, 27-29). “Un profeta sólo en
su patria, entre sus parientes y en su casa, carece de prestigio” (v. 4), es
precisamente en su tierra, Israel, donde los enviados de Dios, encuentran la
oposición y el rechazo (cfr. Jr. 11,18-23). No se será distinto el destino de Jesús,
enviado del Padre, que está por encima de todos los profetas. Con este relato de
rechazo, el evangelista, se anuncia la pasión de Cristo y el de la propia comunidad
primitiva. Lejos de sus parientes, Jesús forma su propia familia (cfr. Mc. 3, 35), los
discípulos lo dejan todo por ÉL (cfr. Mc. 10, 30). Esa incredulidad provoca que no
puede hacer ningún milagro, sólo cura algunos enfermos. No hace milagros, donde
la incredulidad es obstinada. Todo queda sometido al mandato del Padre (cfr. Jn. 5,
9). Los milagros llamativos, ostentosos, que los incrédulos pedían, Jesús los
rechaza, exige la fe pura y desnuda en su poder salvífico que devuelve al hombres
su dignidad de hombre y de hijo de Dios.
Teresa de Jesús experimenta que con fe todo lo podemos conseguir de Jesús, sin
ella nada se consigue, porque quiere decir que no lo reconocemos como enviado del
Padre, Mesías, Hijo de Dios con poder. Comulgar es entrar en comunión ÉL: “¿Qué
hay que dudar que hará milagros estando dentro de mí, si tenemos fe?” (CV 34,8).