Domingo V del tiempo Ordinario del ciclo C.
El Señor nos llama a vivir cumpliendo su voluntad.
1. ¿en qué consiste la verdadera humildad?
"Aquí estoy, mándame
Lectura del libro de Isaías 6, 1-2a. 3-8
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y
excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo:
—«¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!»
Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba
lleno de humo.
Yo dije:
—«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de
un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.»
Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del
altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
—«Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu
pecado.»
Entonces, escuché la voz del Señor, que decía:
—«¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?»
Contesté:
—«Aquí estoy, mándame.»".
Isaías fue profeta de Judá bajo los reinos de Uzías, Jotam, Acaz, Ezequías y
Manasés. Fue nombrado escriba cuando murió el rey Uzías en torno al año 758
antes de Cristo, pero, por su fe, decidió ser profeta, lo cual lo condujo a la muerte,
por defender sus convicciones. Dado que Isaías condenó los pecados de los
israelitas, a quienes instó a volverse a Yahveh, fue condenado por decir que había
visto a Dios, -cosa que sus hermanos de raza creían imposible, porque pensaban
que quienes veían a Yahveh debían ser ejecutados inminentemente por la justicia
divina, por ser pecadores-, y por comparar a Jerusalén con Sodoma y Gomorra, dos
de las ciudades de la Pentápolis, que fueron incineradas en tiempos de Abraham,
por causa de las prácticas homosexuales, que llevaban a cabo sus habitantes.
Existe una tradición, según la cual, el citado profeta fue condenado, ora por haberle
añadido preceptos a la Ley de Moisés, ora por haberla contradicho. Parece que,
después de que Isaías se refugiara dentro de un cedro, el rey Manasés ordenó que
dicho árbol fuera serrado, con el Profeta dentro.
La misión que desempeñó Isaías no fue fácil de ser llevada a cabo. Mientras que
los israelitas creían que eran aceptados por Dios por ser descendientes de los
Patriarcas Isaac, Abraham y Jacob, el citado profeta les dijo que su creencia era
errónea, así pues, si verdaderamente deseaban permanecer vinculados a Yahveh,
tenían que cumplir sus preceptos, con el fin de ser perfeccionados, y de ser
librados, de las calamidades que los aguardaban. Isaías tenía que decirles a sus
hermanos de raza que, si no se volvían a su Dios, caerían en desgracia, por causa
de su conducta pecaminosa.
Isaías se reconoció pequeño cuando se le encomendó la misión de predicar,
porque tenía miedo de ser ejecutado inminentemente por la justicia divina, al estar
en presencia del Dios perfecto. Nosotros, siendo conscientes de que dios nos
perdona nuestros pecados, si nos arrepentimos sinceramente de hacer el mal, y
adoptamos el compromiso de no volver a transgredir el cumplimiento de los
mandamientos divinos, deberíamos confesar nuestros pecados, tal como lo hizo
según el texto que estamos considerando, el más importante de los Profetas de
Israel.
Reconozcamos nuestra pequeñez, la grandeza de Dios, y el alcance del perdón de
Nuestro Santo Padre.
En el texto que estamos considerando, la imagen del trono de dios y de los
serafines proclamando la santidad divina, evocan la grandeza de Nuestro Santo
Padre. La misión de los serafines consiste en extender la purificación divina por el
mundo. En un tiempo caracterizado por las consecuencias de la carencia de fe, Dios
le mostró su santidad a Isaías. La santidad de Dios, significa que Nuestro Santo
Padre es moralmente perfecto, por lo que, al no estar relacionado con el pecado, es
plenamente puro, tal como ansiamos serlo también nosotros, para que nada nos
impida ser sus fieles hijos.
Aunque queremos tener una buena relación con el Dios Uno y Trino, el efecto que
producen en nosotros las presiones a que vivimos sometidos, los defectos que
tenemos, y las frustraciones que experimentamos, nos hacen tener una imagen de
dios incorrecta, la cual se amplía, en conformidad con el estancamiento o la pérdida
de fe, que experimentamos. Si no estudiamos la Palabra de Dios ni la meditamos,
no podremos tener la imagen del Dios que puede manifestarse en nuestra vida para
indicarnos cómo superar -o sobrellevar- nuestras dificultades. Si nuestra imagen de
Dios se reduce a la creencia en un Ser desconocido a quien no le interesamos, no
podremos valernos de la fe para sentirnos motivados a vivir como buenos
cristianos.
Si creemos que dios es perfecto, y anhelamos alcanzar su perfección, nos
sentiremos motivados a ser purificados de nuestros pecados, a afrontar y
confrontar nuestras dificultades hasta superarlas -o aprender a sobrellevarlas con
dignidad-, y desearemos servirlo, en sus hijos los hombres.
Cuando Isaías escuchó la alabanza angélica, se sintió miserable, si se comparaba
con Yahveh. Recordemos que no fue el carbón encendido que tocó los labios del
Profeta lo que lo purificó, pues ello fue obra de Dios. El estudio de la Palabra de
Dios, la penitencia y las obras de caridad, no pueden purificarnos, pero pueden
hacernos desear alcanzar la perfección que, aunque no podemos alcanzarla por
nuestros propios medios, nos es dada por el Señor, según nos superamos a
nosotros mismos. Es esta la causa por la que repito hasta la saciedad que no
podemos hacer nada para salvarnos por nuestros medios humanos.
Cuando Isaías se sintió perdonado, se sometió al servicio de Dios, sin importarle
la dureza de la misión que llevó a cabo, durante unos sesenta años,
aproximadamente. Nosotros pecamos, nos confesamos, y volvemos a hacer,
nuevamente, el mal. Ello no sucede solo porque somos débiles, sino porque vivimos
las consecuencias, de no tener una buena formación espiritual, y de no vivir
inspirados en el cumplimiento de la voluntad divina.
Al vivir en un mundo en que evitamos el sufrimiento a toda costa, debe
extrañarnos cómo Isaías, después de ser purificado, quiso servir al Señor, sin tener
en cuenta el dolor que le causó, la extinción del castigo que merecía, por causa de
sus pecados, cuando el carbón encendido, tocó sus labios. Este hecho nos aporta
una enseñanza importante, pues, para que nuestro trabajo en la viña del Señor sea
fructífero e irreprochable, debemos realizarlo, estando purificados, de nuestros
pecados. Recordemos que el mal que hace un cristiano nos difama a todos los
seguidores de Jesús, pero, el bien que hacen miles de discípulos del Señor,
permanece oculto, a los ojos de la humanidad.
Si queremos testimoniar nuestra fe fielmente, debemos estar purificados, y
someternos al cumplimiento de la voluntad divina. Tal como le sucedió a Isaías,
nuestra purificación puede ser dolorosa, pero esa es la única manera que tenemos,
de poder representar verdaderamente a Dios, quien es puro y Santo.
Decir que ante Dios carecemos de valor, no debe significar que no nos valoramos,
sino que nos queda mucho que crecer espiritualmente, pues, si nos despreciamos,
infravaloraremos la Sangre de Jesús, que fue derramada, para que comprendamos,
que Nuestro Dios, nos ama sinceramente. No digamos que no valemos nada para
sucumbir a la depresión que esteriliza muchas vidas, sino para crecer en amor,
pureza y santidad.
2. La vocación de San Pablo y el anuncio de la fe.
"Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 1-11
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y
en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio
que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe.
Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que
resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a
los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de
los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago,
después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mi.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol,
porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí.
Antes bien he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia
de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es
lo que habéis creído".
San Pablo nos habla, en la segunda lectura correspondiente a esta celebración
eucarística, del Evangelio que nos predicó, la Buena Noticia que hemos recibido, en
la que debemos permanecer firmes, pues, si la ignoramos, no puede decirse de
nosotros, que somos cristianos. Aunque San Pablo fue educado como fariseo, y por
ello llegó a ser intransigente con aquellos de sus hermanos de raza que incumplían
algún precepto de la Ley de Moisés, el Señor le enseñó a no despreciar a quienes
incumplían sus mandamientos, sino a motivarlos a que los cumplieran
puntualmente. San Pablo sabía que Dios no se conforma con el hecho de que nos
reconozcamos cristianos, pues desea que vivamos cumpliendo su voluntad, la cual
consiste, en concedernos la plenitud de la felicidad, viviendo en su presencia.
Hay quienes se dicen cristianos, pues afirman que tienen fe en Dios, pero no lo
demuestran. Es bueno para nosotros no esperar que alcancemos la perfección,
hasta que Jesús concluya la instauración de su Reino de amor y paz, entre
nosotros. Por más que nos empeñemos en cumplir los mandatos bíblicos y
eclesiásticos perfectamente, ello no puede ayudarnos a alcanzar la perfección,
porque el Señor no quiere que vivamos cumpliendo leyes automáticamente solo
porque las tales existen para ser cumplidas, pues también desea que hagamos lo
que nos corresponde, sin que existan prescripciones legislativas que nos obliguen a
ello.
"¿Quién de vosotros que tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa
del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?" ¿No le dirá más bien:
"Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme y luego que yo haya comido y
bebido comerás y beberás tú?" ¿Acaso tiene que dar las gracias al siervo porque
hizo lo que le mandaron? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que
os mandaron, decid: No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo
que teníamos que hacer" (LC. 17, 5-10).
Si obedecemos a Dios, debemos sentirnos privilegiados por ello, pensando que tal
privilegio no consiste en ser recompensados por nuestro servicio, sino en que se
nos conceda la dicha de ser siervos. No caigamos en la tentación de pensar que
debemos ser premiados por servir a Dios en sus hijos los hombres, carentes de
dones espirituales y materiales. Como hijos de Dios que somos, la obediencia que le
debemos a Nuestro Padre común, debe ser considerada como un deber, y no como
una consecución de actos solidarios o caritativos. Dado que Dios es perfecto,
aunque fracasemos en algunas ocasiones que intentamos servirlo, al juzgar la
intención con que nos disponemos a servirlo, no considera que el bien que hacemos
es inútil, ni que carece de sentido, de igual manera que premiará nuestras buenas
obras. Dios quiere que lo sirvamos esforzándonos por no ser víctimas de la
egolatría, que no solo nos tienta a sentirnos superiores a nuestros prójimos los
hombres, sino que opta por hacer que nos sintamos superiores, al Dios Uno y Trino.
Jesús, por medio de la parábola del trigo y la cizaña, nos recuerda que, entre
quienes somos sus seguidores, hay gente que observa, todo tipo de conductas. En
ciertas ocasiones, recibo cartas de algunos de mis lectores, preguntándome por qué
no se expulsa a los pecadores de la Iglesia Católica, tal como se hace en otras
denominaciones cristianas. Dado que no podemos escrutar los corazones tal como
lo hace Dios, debemos tener cuidado de no considerar pecadores, a quienes, a
pesar de sus errores, pueden tener más fe que nosotros.
"Otra parábola les propuso, diciendo: "El Reino de los Cielos es semejante a un
hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía,
vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la
hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se
acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es
que tiene cizaña?" Él les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los
siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Díceles: "No, no sea que, al
recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos
hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la
cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero" (MT.
13, 24-30).
¿Qué podemos decirles a quienes no creen en Dios, para que deseen tener
nuestra fe? San Pablo tenía muy clara la respuesta a la pregunta que nos hemos
planteado.
"Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y
que resucitó al tercer día, según las Escrituras" (CF. 1 COR. 15, 3-4).
Quizás podemos pensar que para San Pablo fue muy fácil creer en la muerte
redentora y la Resurrección del Mesías, porque fue educado como fariseo, creía en
el advenimiento del Salvador profetizado en el Antiguo Testamento, y le aplicó al
mismo, los textos de los antiguos libros sagrados, en que se profetizaban la
Pasión, la muerte y la Resurrección, del Enviado de Dios, a quien muchos israelitas
esperaban. No creamos que para el citado Apóstol del Salvador de la humanidad
fue tan fácil creer en el Señor. Si San Pablo no hubiera renunciado a perseguir a los
cristianos, además de haber seguido siendo un comerciante rico, hubiera alcanzado
una buena posición, entre los líderes político-religiosos, de su tierra, lo cual lo
hubiera enriquecido, aún más. Por otra parte, al mantener la creencia de que los
pobres y enfermos eran castigados por Dios, -lo cual explicaba su estado de miseria
y desamparo-, al pensar que Jesús fue humilde, al citado Santo, no debió serle
fácil, creer en el Hijo de María. Si no es fácil pasar de la pobreza a la riqueza, hubo
algo que le costó más a San Pablo que sobrevivir a su empobrecimiento, lo cual fue
las persecuciones a que sobrevivió, las ocasiones en que fue azotado, y la forma en
que se enfrentó al martirio en Roma, con tal de no renunciar a su fe.
El anuncio de la Pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús, aún sigue siendo
predicado en nuestro tiempo, no solo entre los grandes conocedores de la Biblia,
pues también se predica, para los niños y adultos, a quienes se les da la
oportunidad, de compartir la fe que profesamos. No nos quedemos paralizados
pensando que en nuestro mundo científico y tecnificado no es fácil predicar a Jesús
muerto y resucitado. Una de las cosas que tiene que suceder para que nuestra
predicación sea exitosa, consiste en que anunciemos el Evangelio, no con miedo a
que no se nos comprenda, sino con la seguridad que nos aporta, la fe que
profesamos. Esta es la razón por la que San Pablo les escribió a los cristianos de
Corinto:
"Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o
de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros
sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y
tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos
discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder
para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de
Dios" (1 COR. 2, 1-5).
¿Cómo logró San Pablo sobrevivir a las persecuciones de que fue víctima sin
perder la fe? el citado Santo responde esta pregunta, en los siguientes textos.
"No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no
permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os
dará modo de poderla resistir con éxito" (1 COR. 10, 13).
"Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con
la gloria que se ha de manifestar en nosotros... Por lo demás, sabemos que en
todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han
sido llamados según su designio" (ROM. 8, 18 y 28).
"Todo lo puedo en aquel que me conforta" (FLP. 4, 13).
¿Creemos que Jesús nació de Santa María Virgen?
¿Creemos que Jesús se hizo pequeño para concederles la grandeza divina a
quienes lo imiten?
¿Creemos que Jesús murió y resucitó para manifestarnos el amor de Dios?
Dado que quizás nos falta instrucción espiritual, y la convicción necesaria para
vivir nuestra fe, nos sentimos pequeños, ante la grandeza de la fe de San Pablo,
quien dio su vida por Cristo, porque no tenía nada mejor que ofrecerle al Señor,
para seguir predicando, a pesar de que no está entre nosotros, pues nos quedan lo
que se dice de él en los Hechos de los Apóstoles, en la segunda Carta de San Pedro,
y en sus Cartas.
3. Dios quiere hacer grandes obras por nuestro medio.
"Dejándolo todo, lo siguieron
( Lectura del santo evangelio según san Lucas 5, 1-11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de
Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a
la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra.
Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
—«Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
Simón contestó:
—«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero,
por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la
red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una
mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver
esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
—«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con el, al ver la
redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos
de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
—«No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron".
San Lucas nos habla en el Evangelio de hoy de la vocación de San Pedro, la cual
no solo estuvo relacionada con la vocación de sus compañeros de pesca, pues
también lo está con la vocación de todos los cristianos desde el punto de vista de
los católicos, ya que, Nuestro Salvador, le concedió la potestad necesaria, para
gobernar la Iglesia, de la que decimos que es la barca de Pedro, porque el citado
Santo y sus sucesores la gobiernan.
Quienes han tenido problemas laborales con sus jefes y/o compañeros de trabajo,
o han trabajado teniendo grandes dificultades para obtener todo lo necesario para
que sus familiares vivan dignamente, deben conocer el estado de ánimo que tenían
Simón y sus compañeros, mientras lavaban sus redes, después de haber pasado
toda una noche, sin pescar ni un solo pez. Ello no solo me recuerda a quienes
tienen problemas relacionados con la actividad que desempeñan, pues también me
hace pensar en quienes necesitan trabajar, y no encuentran a quienes los
contraten, en este tiempo de crisis económica.
La multitud de que San Lucas nos habla al principio del Evangelio que estamos
meditando, en cierta manera, representa al común de los cristianos que, aunque no
predican la Palabra de Dios, se cultivan espiritualmente. Jesús no les pidió a todos
los pescadores que se alejaran de tierra con él, pues solo se lo dijo a Simón, lo cual
nos recuerda que el citado Apóstol de Nuestro Señor, al tener la facultad de
gobernar la Iglesia, debe regir a la misma, así pues, todos los católicos, tenemos el
deber de adentrarnos en el mar en que hemos de ser pescadores de hombres,
siguiendo las recomendaciones del papa.
Jesús le pidió a Simón que se alejara un poco de tierra, pues no quería que se
adentrara en el lago, con tal de no perder de vista a la multitud, a la que le predicó
el Evangelio. Ello me recuerda que debemos formarnos espiritualmente, no solo
para beneficiarnos, sino para evangelizar a todos los que quieran conocer al Dios
Uno y Trino, por nuestro medio.
Aunque probablemente la barca de Simón era grande como para que Jesús
predicara permaneciendo en pie sobre la misma, el Señor evangelizó a sus oyentes
sentado, pues esa era la postura en que predicaban los maestros de la Ley
israelitas. La multitud de oyentes del Señor debía permanecer en pie, indicando su
disposición a acoger el mensaje que se le anunció, y a inspirar su vida en el mismo.
Cuando Jesús terminó de predicar, le pidió a Simón que se adentrara en el mar.
Habiendo terminado de evangelizar a la gente, Jesús quiso iniciar la instrucción que
necesitaban recibir, quienes llegaron a ser sus Apóstoles. Obviamente, no requieren
la misma instrucción religiosa, quienes predican el Evangelio, que, quienes tienen fe
en el Señor, pero no sienten la necesidad de evangelizar a nadie.
Simón era pescador, y, después de haber pasado toda una noche intentando
pescar, tenía la certeza de que, si volvía a iniciar su trabajo, solo perdería el
tiempo. A pesar de ello, Simón confió en la Palabra del Señor, aunque hay quienes
piensan que lo hizo, con tal de darle un escarmiento a Jesús, enseñándole que en la
vida hay que hacer algo más aparte de pronunciar bellos discursos, para poder
ganar el pan.
Existen situaciones en que sabemos que no nos saldrá bien lo que haremos, pero,
a pesar de ello, intentamos llevar a cabo lo que tenemos en mente, porque es
mejor superar un fracaso, que vivir paralizados. A modo de ejemplo, somos muchos
los que hemos intentado conseguir trabajo insistentemente, y no hemos conseguido
lo que necesitábamos. Para Simón, no debió ser fácil adentrarse en el lago, después
de haber trabajado toda la noche infructíferamente, confiando en la Palabra del
Señor.
El Señor paga admirablemente todos los servicios que le prestamos. En el
Evangelio que estamos considerando, estuvo a punto de partir la red de Simón
porque la llenó de peces, y, cuando llamaron a los Zebedeos, estuvieron a punto de
hundir las dos barcas, por la misma causa.
Al ver el milagro que hizo Jesús, Pedro se sintió miserable por causa de su
condición pecadora, y le pidió al Señor que se alejara de él, porque no era digno de
estar en presencia, de un gran Profeta, como Nuestro Salvador. Recordemos que
Jeremías, al sentirse violado por Yahveh, quien le impuso una misión que no quería
cumplir, porque era consciente de que ello hacía que su vida peligrara
constantemente, no se sintió molesto con Dios, sino que dijo que se dejó seducir, y
que la Palabra del Altísimo, constituía su alimento espiritual. Tal como hemos
recordado en la primera lectura de este Domingo V Ordinario, Isaías se sintió
pequeño por causa de su condición pecadora, y, cuando le fueron perdonados sus
pecados, se sintió preparado, para servir a Yahveh, incondicionalmente.
A San Pablo siempre le dolió el hecho de haber sido perseguidor de los cristianos,
pero cumplió la misión de evangelizar a los gentiles fielmente, porque sabía que
Dios le perdonó sus pecados.
¿Nos sentimos pobres, enfermos y desamparados, cuando estamos en presencia
del Dios Uno y Trino?
San Lucas nos dice que, el mismo asombro que invadió a Simón por causa del
milagro que le vio hacer a Jesús, invadió a sus compañeros de trabajo. Ello nos
indica que, quienes quieran que sus oyentes y/o lectores crezcan espiritualmente,
deben predicarles a los tales, teniendo la formación adecuada, y conociendo sus
circunstancias vitales, con el fin de ver cómo puede llegar Dios a ellos para
santificarlos y purificarlos, partiendo de la vida ordinaria de los tales.
El milagro de la pesca milagrosa, no solo sirvió para que el Señor ganara la plena
confianza de quienes llegaron a ser sus futuros Apóstoles, pues tuvo el efecto de
disponer a los mismos, a realizar una pesca más difícil, que la que estaban
acostumbrados a llevar a cabo. Cuando Jesús le dijo a Simón que lo haría pescador
de hombres, no le habló de la pesca que se lleva a cabo en provecho propio, sino
de la pesca que se hace atrapando a los peces, y manteniéndolos vivos. La pesca
de hombres no debe llevarse a cabo en provecho propio, sino en beneficio de
aquellos a quienes se evangeliza.
Cuando los pescadores llegaron a tierra, renunciaron a su trabajo, y a sus
posesiones, se despidieron de sus familiares, y se dispusieron a seguir a Jesús.
Pidámosle a Nuestro Santo Padre que, la misma convicción con que tales amigos
del Señor siguieron al Mesías, nos invada el corazón, y nos ayude a vivir, como
buenos discípulos de Cristo Resucitado.
Nota: Los textos bíblicos utilizados en este trabajo, han sido extraídos del
leccionario de la Misa, y de la Biblia de Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com