Domingo 1º de cuaresma C
Nuevas tentaciones para el hombre de hoy?
Después del miércoles de ceniza que significa el inicio de un tiempo especial en la
Iglesia, hoy abrimos este tiempo de Cuaresma, considerando a Cristo en el
desierto. Han pasado cuarenta días en pleno desierto, en aquellas montañas
agrestes de las inmediaciones de Jerusalén en Judea, donde en las noches el frío
cala hasta los huesos y por el día un calor asfixiante que invita a buscar un poco de
sombra previendo la insolación. Han sido días de ayuno y de oración.
¿Podríamos preguntarnos cómo se miraba Cristo al final de esos días? Yo considero
cuatro aspectos en la mirada de Jesús. En primer lugar su mirada estaba serena, de
alguien dueño de sí mismo, que sabe lo que hace y lo hace bien. Su mirada
reflejaba paz, sosiego y tranquilidad. Ninguna sombra de duda, todo en él era
seguridad.
Segundo, precisamente porque estaba sereno, no aceptó el reto al que quería
lanzarlo el demonio, a lanzarse a impresionar a todos, sintiendo que él era
poderoso y que podría entonces hacer y deshacer a su antojo, para atraer sobre sí
las miradas de todos los hombres y salvarlos medio de la espectacularidad y la
fama.
Tercero, nos encontramos a Cristo en total conformidad con su Padre Dios, e
indudablemente con el Espíritu Santo que fue el que lo metió en aquella aventura
de la permanencia en pleno desierto. No hay sombra ninguna en la relación con su
Padre Dios y si bien Cristo eligió el camino del desierto y de la vida cerca de su
Buen Padre Dios, no fue para valerse de su poder y de su influencia, sino para
mostrar su amor, su entrega y su fidelidad a la misión a la que había sido enviado,
dar la salvación a todos los hombres.
Y cuarto, Cristo estaba consciente de que las tentaciones del demonio en pleno
desierto no serían las únicas ni las más fuertes ni las más impresionantes, las que
querían apartarle de su camino de cruz, de entrega y de fidelidad. Si somos
sinceros, tenemos que recordar que muchas personas se acercaron para tentar a
Jesús, desde aquellos coterráneos que lo juzgaban loco y que quisieron quitarlo de
en medio, pasando por los Apóstoles, por Pedro, a los que no les cabía en su mente
que Cristo tuviera que pasar por el trago amargo de la cruz, hasta aquellos que
incluso ya colgado en el madero de la cruz, pretendían que se bajara para mostrar
su poder y su cercanía con el Dios de los cielos. Nada ni nadie fue capaz de hacer
que Cristo se desviara un ápice del camino trazado para dar salvación a todos los
hombres.
Ya podemos entender entonces en nuestra pobre cabecita ese estira y afloja entre
el demonio y Cristo que se muestra como cabeza de la humanidad y que está
decidido a volver sobre los pasos de la humanidad, diciendo que sí al Dios donde el
hombre había dicho no, y buscando el ayuno de pan, donde los hombres habían ido
al desierto, pero añorando el pan de tierras egipcias.
Ante un demonio que sugiere convertir las piedras en pan, Cristo está decidido a
hacer que el verdadero alimento de todos los hombres sea la Palabra de Dios y la
Iglesia tiene que recordarlo hoy, donde tantos millones de hombres padecen
hambre, y donde en nuestro país se lanzan campañas para erradicarla, sería una
tentación muy grande para la Iglesia pretender saciar el hombre de los cuerpos,
olvidándose que ella está para dar y a manos llenas el Pan de la Palabra y de la
Eucaristía. Esa es la alimentación que el Padre quiere darnos, sin que los cristianos
se olviden que ellos están llamados a ser los primeros en toda campaña contra el
hambre.
Viene a continuación la invitación a arrodillarse en vistas a adquirir los reinos de
este mundo, siendo claro que Cristo no se arrodillaría para conseguir reinos
materiales, invitando a todos los hombres a considerar la necesidad de adorar al
Señor y a servirle sólo a él, sin arrodillarse ante el afán de poder, de dominación y
de esclavitud para otros hombres.
Esto manifiesta el deseo de Cristo de permanecer siempre fiel, manteniéndose al
margen de cualquier gesto espectacular que le ahorrara esfuerzo, sacrificio, entrega
y generosidad.
Si Cristo triunfó, ya nos dio la clave para hacer nosotros lo mismo. Que esta
cuaresma se convierta para nosotros en una invitación a vivir en un desierto que
haga de nosotros gente desprendida, generosa y entregada al bien de sus propios
hermanos, en un mundo desolado donde cada uno ve por su propia conveniencia y
casi nunca por el bien de los demás.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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