V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
¿SOY PESCADOR DE PERSONAS?
Lucas 5, 1-11- Jesús, cuando termin￳ de hablar, dijo a Sim￳n: “Navega mar
adentro, y echen las redes”. Sim￳n le respondi￳: “Maestro, hemos trabajado la
noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes”. Así lo
hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de
romperse. Al ver esto, Sim￳n Pedro se ech￳ a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate
de mí, Se￱or, porque soy un pecador”. El temor se había apoderado de ellos. Pero
Jesús dijo a Sim￳n: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”.
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Los maestros de la Ley explicaban las Escrituras en el templo, en las sinagogas y
escuelas. Y creían que la salvación era sólo para quienes acudían a esos lugares.
Hoy muchos cristianos y católicos también creen que el lugar de la predicación, de
la catequesis, de la evangelización, del testimonio es sólo la iglesia parroquial y sus
los locales; fuera de ahí no se promueven esas acciones. Sin embargo, Jesús pasó a
enseñar en donde estaba la gente: calles, casas y familias, cerros, plazas,
descampado, orillas del mar...
Y hoy se han multiplicado casi al infinito los lugares de la transmisión y escucha de
la Palabra salvadora de Dios: libros, revistas, radio, televisión, teléfono, cine,
celular, videos, CD, DVD, internet, mail, web, blog, facebook, e-book, redes
sociales… y lo que nos espera.
Cada cual tiene a su alcance uno o varios de estos nuevos púlpitos fuera de los
templos, nuevas formas de evangelización que no son exclusivas del sacerdote, y
que alcanzan a multitudes. Con raz￳n dijo Jesús: “Harán obras aún mayores que las
que yo hago”.
Hay que poner a disposición de Cristo esos medios, como Pedro puso su barca vacía
a disposición del Maestro para que la gente lo escuchara mejor al lanzarles las
redes de la Palabra salvadora de Dios.
Luego Jesús invita a Pedro a que reme mar adentro para pescar. Pedro es un
maestro como pescador, y Jesús, que no era pescador sino carpintero, le pide que
eche las redes a pleno sol. Pedro, por obediencia a Jesús, deja la lógica de la pesca
para entrar en la l￳gica “il￳gica” del Maestro.
La sorpresa de la abundante pesca los desconcierta: Pedro reconoce la grandeza de
Jesús y la propia pequeñez y pecado; se siente indigno de estar al lado del Señor.
Pero Jesús, con su “absurda” l￳gica, lo transforma de pescador de peces en
pescador de hombres con las redes de la Palabra de la salvación.
No es discípulo de Jesús quien solamente está a su lado, sino quien descubre en
Jesús a alguien tan extraordinario y tan grande, que se siente indigno de estar en
su presencia, hoy actual para todos: “Estoy con ustedes todos los días”, para dar
eficacia salvadora a nuestras vidas y obras.
Todo cristiano (=discípulo de Cristo unido a él, portador de Cristo resucitado), es
llamado a ser “pescador de hombres”; o sea: a colaborar con Jesús en la salvaci￳n
de sus hermanos y de todos los hombres, con la vida, la palabra, las obras, el
sufrimiento, la oración, el ejemplo, y con todos los medios posibles, pero unido él,
pues s￳lo “quien está unido a mí produce mucho fruto”.
La unión afectiva y efectiva con Jesús es la condición esencial para que nuestra vida
y obras, alegrías y penas, trabajo y descanso, agonía y muerte, sean fuentes de de
salvación y de gloria eterna para nosotros, para los nuestros y para el mundo.
Isaías 6, 1-2. 3-8 - El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en
un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos
serafines estaban de pie por encima de Él. Cada uno tenía seis alas. Y uno gritaba
hacia el otro: «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está
llena de su gloria». Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una
brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi
boca, y dijo: «Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado
ha sido expiado». Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá
por nosotros?» Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!»
Tantas veces pronunciamos o escuchamos la palabra SANTO referida a Dios, sin
quizás saber qué significa: admirable, insuperable, omnipotente, infinitamente
amable, tierno y hermoso, inalcanzable y a la vez más íntimo a nosotros que
nosotros mismos.
Es el Creador y cuidador del universo material, donde las distancias se expresan en
millones de años luz; y de la diminuta tierra, que en un solo metro cuadrado puede
contener millones de seres vivos que él cuida desde hace millones y millones de
años.
Por referirnos a algo muy pequeño: él hizo nuestro corazoncito, que realiza 36
millones de latidos al año, bombea más de 2 millones de litros anuales de sangre
por 100 mil kilómetros de venas y arterias.
Y es el Hacedor también del mundo invisible, inmensamente superior al visible,
sumergido en él. E infinitamente por encima de todo eso, está Él. Pero a la vez se
abaja a nosotros en la encarnación, y se hace aún menos que nosotros: se hace
pan en la Eucaristía, para estar con nosotros.
¿Cómo no sentirse indignos y anonadados ante nuestro Dios y Padre que, a pesar
de nuestro pecado, se enorgullece de elevarnos a la dignidad de hijos suyos,
hacernos colaboradores de su obra creadora y redentora, y además nos llama a
compartir su felicidad en mansión celestial por toda la eternidad?
Sin embargo, ¡qué poco le creemos y amamos! Mas nuestra indignidad no nos libra
de la responsabilidad y privilegio de creerle, amarlo y respetarlo, y de ser puentes
entre él y nuestros hermanos que no le creen ni lo aman ni lo respetan. Tenemos
que responder como Isaías y Jesús: “Aquí estoy: envíame”.
1Cor 15, 3-8. 11- Hermanos: Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo
recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y
resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a
los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo.
Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció
también a mí, que soy como el fruto de un aborto.
San Pablo es el apóstol por excelencia de la resurrección de Cristo. Jesús resucitado
es el amor y centro de su vida, la fuerza salvífica de toda su predicación. Él no
cuenta cuentos, sino que habla de hechos reales narrados por testigos directos y se
apoya en la experiencia personal vivida por él mismo con Cristo resucitado.
Se cuestiona o se niega la Resurrección de Jesús sencillamente porque no es
demostrable; pero, sobre todo, porque Cristo resucitado y presente exige cargar
con la cruz cada día para seguirlo hacia la resurrección y la gloria.
La fe no es razonable ni demostrable. Sin embargo, “si Cristo no resucit￳, es falsa
nuestra fe y la predicaci￳n”, asegura san Pablo. Y que “si Cristo no está resucitado,
somos los más necios y desgraciados de los hombres”, pues nuestra fe se apoyaría
en una gran mentira, en un hombre cualquiera que ha muerto definitivamente. Pero
no: ¡Cristo ha resucitado y vive entre nosotros! ¡Y nosotros resucitaremos con Él!
Cultivemos asiduamente y vivamos nuestra fe en quien nos dijo: “Estoy con
ustedes todos los días”, resucitado, presente, actuante.
Padre Jesús Álvarez, ssp