Aceptar a Dios cómo es, no como nos gustaría que fuese.
2013-02-10
Evangelio
Del santo Evangelio según san Lucas 5, 1-11
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se
agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que
estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando
las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un
poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Lleva la barca mar adentro y echen sus
redes para pescar». Simón replicó: «Maestro, hemos trabajado toda la noche y no
hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes». Así lo hizo y
cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron
señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudar
los. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: «¡Apártate de mí,
Señor, porque soy un pecador!». Porque tanto él como sus compañeros estaban
llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a
Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces
Jesús le dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Luego
llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron. Palabra del Señor.
Oración introductoria
Gracias, Señor, por revelarme tu corazón misericordioso. Tu Sagrado Corazón me
da la confianza de regresar a Ti cada vez que caigo en el pecado. Sé que lo que
más te puede ofender es que dude de tu misericordia, por eso en esta meditación,
amado y buen Jesús, ayúdame a saber escucharte y descubrir cuál es tu voluntad
para este día.
Petición
Dios mío, dame la fe que me convierta en un instrumento dócil que responda con
prontitud a lo que quieras pedirme.
Meditación
Aceptar a Dios cómo es, no como nos gustaría que fuese.
«¿De qué ha tenido que convertirse Pedro? Al comienzo de su llamada, asustado
por el poder divino del Señor y por su propia miseria, Pedro había dicho: "Señor,
apártate de mí, que soy un hombre pecador". En la presencia del Señor, él
reconoce su insuficiencia. Así es llamado precisamente en la humildad de quien se
sabe pecador y debe siempre, continuamente, encontrar esta humildad. En Cesarea
de Filipo, Pedro no había querido aceptar que Jesús tuviera que sufrir y ser
crucificado. Esto no era compatible con su imagen de Dios y del Mesías. En el
Cenáculo no quiso aceptar que Jesús le lavase los pies: eso no se ajustaba a su
imagen de la dignidad del Maestro. En el Huerto de los Olivos blandió la espada.
Quería demostrar su valentía. Sin embargo, delante de la sierva afirmó que no
conocía a Jesús. En aquel momento, eso le parecía una pequeña mentira para
poder permanecer cerca de Jesús. Su heroísmo se derrumbó en un juego mezquino
por un puesto en el centro de los acontecimientos. Todos debemos aprender
siempre a aceptar a Dios y a Jesucristo como él es, y no como nos gustaría que
fuese. También nosotros tenemos dificultad en aceptar que él se haya unido a las
limitaciones de su Iglesia y de sus ministros. Tampoco nosotros queremos aceptar
que él no tenga poder en el mundo. También nosotros nos parapetamos detrás de
pretextos cuando nuestro pertenecer a él se hace muy costoso o muy peligroso»
(Benedicto XVI, 21 de abril de 2011).
Reflexión apostólica
«La voluntad de Dios no es una realidad nebulosa. Se nos manifiesta en las
enseñanzas y en el ejemplo de Jesucristo, en los mandamientos del Decálogo y los
de la Iglesia, en la ley natural, en las obligaciones del propio estado de vida, en la
voz de nuestra conciencia rectamente formada, y en los signos de los tiempos. En
todas esas manifestaciones encontramos el querer justísimo de Dios Padre, que
lleno de sabiduría y delicadeza nos guía por la senda de sus eternos designios de
amor. Amar a Dios y cumplir su voluntad se equivalen» (Manual del miembro del
Movimiento Regnum Christi , n. 143).
Propósito
Durante el día repetir la jaculatoria: «Señor, que siempre se haga tu voluntad, no la
mía».
Diálogo con Cristo
Señor, ¿cómo puedo corresponderte y agradecerte tanto amor? Eres la fuente de
toda la bondad y el amor que puede haber en mí. Ayúdame a ordenar toda mi vida
conforme a tu voluntad, así como lo hizo el beato José Sanchez del Río. Que la Misa
sea el centro de este domingo, en el que espero «ver» a mi familia, amigos y
demás personas a los que debo amar, servir y acercar a Ti, para que puedan
experimentar tu amor.
«Para ajustarte a la voluntad de Dios, puede ayudarte que te dirijas a Él
frecuentemente con una de las plegarias que la Iglesia pone en nuestros labios el
Viernes Santo: “Señor y Maestro nuestro, que por nosotros te sometiste incluso a la
muerte, enséñanos a someternos siempre a la voluntad del Padre”»
(Cristo al centro, n. 1690).