Ciclo C: V Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Echad las redes
El profeta Isaías nos presenta esta teofanía o revelación de la gloria de Dios en un
contexto de consagración para ser profeta. Como vemos, esta visión profética tiene
tres partes: la teofanía, la consagración y la misión. Sin duda, es retratada como
una experiencia particular. Dios es el rey de todo el universo y es preciso confirmar
su soberanía dentro del contexto de un tiempo propio de desesperanza para el
pueblo que significaba la muerte del rey de Judá. Dios es representado en una corte
celestial, donde es aclamado como el “tres veces santo”, el más puro, cuya
presencia reviste de esplendor pero a la vez infunde temor. Dios tiene que seguir
manifestando su palabra a su pueblo y para ello requiere de su profeta. El vidente
manifiesta sus sentimientos y comprende que no es digno de contemplar lo que ve
y se lamenta porque sus labios son impuros. El vidente se siente parte de un pueblo
impuro y su pequeñez, según su parecer, pone en peligro su vida ante la teofanía
pero también pone en entredicho la relación entre Dios y su pueblo. La
consagración se lleva a efecto con un ritual de purificación. La brasa ardiente
puesta en boca del consagrado profeta se convierte en el signo de purificación. Pero
se marca una considerable pausa. El profeta ha sido separado pero aún falta la
aceptación de la misión. La libertad del profeta queda asegurada. La voz de Dios
anuncia una vez más su deseo de anunciar su palabra al pueblo, de no querer
desentenderse de su creaci￳n. Un coraz￳n preparado responde: “Aquí estoy,
envíame”. Dios quiere seguir manifestándose a los hombres, Dios quiere seguir
anunciando su verdad, Dios quiere seguir dándonos oportunidades para
reconocerlo, Dios quiere seguir guiando a su pueblo. Hay distancias insalvables
entre la grandeza de Dios y nuestra propia realidad humana de pecado pero con
todo ello, hay un deseo grande de mantener un vínculo imprescindible de salvación.
Los profetas de ayer y de hoy, son aquellos que comprenden que no hablan en
nombre propio; son aquellos que viven la propia experiencia de relacionalidad con
Dios porque son del pueblo, los profetas son quienes muestran su disponibilidad
para anunciar siempre “palabra de Dios”. Estemos atentos porque Dios sigue
extendiendo su brasa ardiente y sigue consagrando, Dios sigue llamando y sigue
esperando que alguien manifieste su libertad y responsabilidad para evangelizar
porque su palabra tiene que ser escuchada hoy y siempre.
Este fragmento de la carta a los corintios es un maravilloso testimonio de la
transmisión de la tradición entre los primeros cristianos. Pablo en un contexto de
incertidumbre frente a quienes no ven claro el asunto de la resurrección de los
muertos, introduce una maravillosa exposición de aquello que reconoce como
fundamental para todo cristiano. La fe en Jesucristo resucitado tiene que ser la
base de la esperanza de la propia resurrección. Pablo invita a recordar lo que los
corintios ya habían escuchado en su predicación (evangelio). Pero como vemos, va
más allá de un simple recuerdo, para Pablo hay una tradición que es transmitida
con autoridad de algo fundamental pues si esto no es así, en vano se creería.
“Cristo muri￳ por nuestros pecados” verdad fundamental, sostenida además desde
la confirmación de la Escritura; lo mismo su resurrección y sus apariciones. Cristo
resucitado se ha revelado a sus apóstoles, llamados a continuar la predicación de
esta Buena Nueva y ha trascendido su infinito designio hasta la persona de Pablo,
quien indigno por su antigua condición de perseguidor, es el último llamado a ser
apóstol. Pablo se siente superado por esta decisión divina pero da a conocer en esta
carta que por encima de todo es la gracia la que actúa en él y hace posible que se
siga anunciando esta verdad a todos los hombres. Su disponibilidad a la misión está
fuera de discusión; pero aún más es el reconocimiento de que es la gracia de Dios
la que lo hace posible. Así hemos recibido la fe, así vivimos nuestra camino de
discípulos, así reconocemos a los apóstoles (enviados) y el apostolado en nuestra
comunidad. Dios quiere seguir transmitiendo su gracia y aunque tenemos una
fuente importante de testimonios del pasado, éstos no se han quedado fosilizados
sino que se convierten hoy en cimiento fundamental de nuestra esperanza y
experiencia profunda de perdón y reconciliación. Es una hermosa invitación a
reflexionar cuánto podemos trascender desde las verdades conceptuales de lo que
creemos hacia la expresión viva de lo que creemos en los actos de nuestra propia
vida.
Lucas nos comparte este relato de llamado o vocación de los primeros seguidores
de Jesús pero insertado en una historia que recuerda justamente las anteriores
lecturas que hemos proclamado. Es decir, hay una experiencia de revelación
prodigiosa; una aceptación de condición indigna ante la presencia de Dios y una
invitación a la misión. También está expresada la realidad de la libertad de los
elegidos. Jesús enseña a la multitud y Lucas intentará casi siempre resaltar este
impacto multitudinario de la predicación de Jesús. Pero también Jesús quiere llegar
a personas concretas y elige una de las barcas, la de Simón, un pescador del lago
de Genesaret. Terminada la enseñanza, fija su atención en el pescador y le ordena
como si fuera un entendido en estas tareas ir más a profundidad para pescar. Se
había dicho anteriormente que habían descendido de la barca mientras Jesús
enseñaba y estaban lavando sus redes. Esto era propiamente la actividad del
pescador al regreso de la faena nocturna, pero como también hemos notado no se
dice nada de que hubieran pescado, más bien, Simón es quien da a conocer esa
realidad de cansancio y desazón por no haber conseguido nada. Finalmente,
reconociendo al que enseña bien (Maestro), pero de seguro expresando sus dudas
de que sabría algo de pesca, se lanza a la aventura en el día. La revelación del
poder de Jesús está expresado en esa redada impresionante de peces que Lucas
intenta plasmar en su relato (las redes rompiéndose, las barcas anegándose). Hay
algo extraordinario que estaba pasando en la vida de Simón (aquí Lucas introduce
que se llamaba Pedro), algo que le supera y el cuadro que sigue expresa esta
realidad que vive: cae a las rodillas de Jesús y pide que sea Jesús quien se aleje de
él por su condición de pecador. Es una imagen de intensa agonía, de una lucha en
lo profundo del ser humano, de querer aferrarse a Jesús pero a la vez de sentirse
tan lejos por ser un pecador. Los otros compañeros sintonizan con este gesto. Pero
es Jesús quien se encarga de tranquilizar la situación. No cambiarán de actividad,
cambiarán de destinatario. Hay que echar redes en el mundo. La consagración y la
misión están puestas en sus manos. Lo que sigue después es la expresión de su
libertad: “dejando todo, lo siguieron”.
El relato propone claramente el itinerario del llamado a ser seguidor de Jesús, a
dejarlo todo también para seguirlo. Pero la clave de este tipo de relato vocacional
tiene un ingrediente que rompe los esquemas habituales propuestos por los otros
evangelistas y es que hay algo que muchas veces puede impedir la aceptación de
nuestra misión y es que nos consideramos indignos de hacerlo. Este es un buen
punto de discernimiento. Por una parte, es verdad y es bueno aceptar nuestra
condición pecadora, pero no sintamos que esto depende exclusivamente de
nosotros, es la misión de Jesús, él nos invita a seguirlo para ser pescador de
hombres, pero es él quien nos señala el camino y el verdadero capitán de la barca.
Por otra parte, cuando no consideramos convenientemente nuestra condición de
pecadores, nos apropiamos de una maravillosa misión y llevamos por donde
queremos a la barca, y es probable que casi siempre regresemos con las redes
vacías por nuestra poca humildad. Gracias a Dios tenemos este maravilloso relato
que sabe ponernos en nuestro lugar y que siempre nos invitará a lanzarnos a la
misión de la Iglesia considerándonos siempre los últimos apóstoles pero en
nosotros también la gracia actúa y es la que en definitiva lleva adelante la salvación
de los hombres. Unámonos al salmista: “Se￱or tu misericordia es eterna, no
abandones las obras de tus manos”
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)