V Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Tras apenas asomarnos al relato de la Creación en el libro del Génesis, llegamos
al comienzo de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza.
La razón de ser de este tiempo del año litúrgico es prepararnos para la Pascua,
la fiesta cristiana por antonomasia, que celebra el memorial de la muerte y
resurrección de Jesucristo, culminación de su obra salvífica. Esa preparación, en
los comienzos de la historia de la Iglesia, era muy breve: dos días de ayuno
riguroso, para experimentar la tristeza por la ausencia del Señor y desbordar
después de alegría al conmemorar su resurrección en la celebración eucarística
de la noche pascual. Progresivamente se fue ampliando hacia atrás hasta
constituir la cuarentena (“quadragesima” = cuaresma), período eminentemente
penitencial, lleno de simbolismo bíblico.
El número cuarenta evoca episodios muy significativos de la historia de la
salvación: los años del éxodo de Israel hacia la tierra prometida, los días que
estuvo Moisés en la cumbre del Sinaí tratando con Dios, los que pasó Jesús
ayunando en el desierto al comienzo de su misión evangelizadora. De ahí los
variados rasgos que reviste la Cuaresma: tiempo de prueba (el desierto es
inhóspito y hostil: el cristiano emprende el “combate cuaresmal”, esfuerzo por
conseguir un mayor dominio sobre sus tendencias menos nobles); tiempo de
peregrinación (el desierto es lugar sólo de tránsito: el cristiano renueva su
conciencia de desterrado, de no tener aquí morada permanente, de la necesidad
de despegarse de todo lo pasajero); tiempo de encuentro con Dios (el desierto
es lugar de teofanías: el cristiano aviva su trato con Dios en la escucha de su
palabra y en una oración más asidua y fervorosa);…
La ceniza (con que se cubría a los penitentes al comienzo de la Cuaresma en la
Iglesia antigua) evoca nuestro origen y nuestro final terreno, así como nuestra
fragilidad moral. Invita a la conversión, a alejarnos del pecado mediante una
penitencia saludable, una oración perseverante y un amor comprometido con el
prójimo necesitado.
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega
(Burgos)
Con permiso de dominicos.org