EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la quinta semana del tiempo ordinario
Libro de Génesis 1,1-19.
Al principio Dios creó el cielo y la tierra.
La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios
se cernía sobre las aguas.
Entonces Dios dijo: "Que exista la luz". Y la luz existió.
Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas;
y llamó Día a la luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: este
fue el primer día.
Dios dijo: "Que haya un firmamento en medio de las aguas, para que establezca
una separación entre ellas". Y así sucedió.
Dios hizo el firmamento, y este separó las aguas que están debajo de él, de las que
están encima de él;
y Dios llamó Cielo al firmamento. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el
segundo día.
Dios dijo: "Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que
aparezca el suelo firme". Y así sucedió.
Dios llamó Tierra al suelo firme y Mar al conjunto de las aguas. Y Dios vio que esto
era bueno.
Entonces dijo: "Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla y árboles
frutales, que den sobre la tierra frutos de su misma especie con su semilla
adentro". Y así sucedió.
La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla según su especie y árboles
que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios vio que esto era
bueno.
Así hubo una tarde y una mañana: este fue el tercer día.
Dios dijo: "Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la
noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años,
y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra". Y así
sucedió.
Dios hizo los dos grandes astros - el astro mayor para presidir el día y el menor
para presidir la noche - y también hizo las estrellas.
Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra,
para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que
esto era bueno.
Así hubo una tarde y una mañana: este fue el cuarto día.
Salmo 104(103),1-2a.5-6.10.12.24.35c.
Bendice al Señor, alma mía:
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
Estás vestido de esplendor y majestad
y te envuelves con un manto de luz.
Tú extendiste el cielo como un toldo
Afirmaste la tierra sobre sus cimientos:
¡no se moverá jamás!
El océano la cubría como un manto,
las aguas tapaban las montañas;
Haces brotar fuentes en los valles,
y corren sus aguas por las quebradas.
Las aves del cielo habitan junto a ellas
y hacen oír su canto entre las ramas.
¡Qué variadas son tus obras, Señor!
¡Todo lo hiciste con sabiduría,
la tierra está llena de tus criaturas!
Que los pecadores desaparezcan de la tierra
y los malvados ya no existan más.
¡Bendice al Señor, alma mía! ¡Aleluya!
Evangelio según San Marcos 6,53-56.
Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí.
Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús,
y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta
el lugar donde sabían que él estaba.
En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los
enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su
manto, y los que lo tocaban quedaban curados.
Comentario del Evangelio por:
San León Magno (?-c 461), papa y doctor de la Iglesia
Carta 28 a Flavio 3-4; PL 54, 763-767 (trad. breviario 25/03)
“Y cuantos le tocaron quedaron salvados”
La pequeñez humana fue asumida por la grandeza de Dios, nuestra debilidad por
su fuerza, nuestra condición mortal por la inmortalidad. Para pagar la deuda de
nuestra condición humana, la naturaleza inmutable de Dios se unió a nuestra
naturaleza expuesta al sufrimiento. Así, para curarnos mejor, “el único mediador
entre Dios y los hombres, el hombre Jesús” (1Tim 2,5) debía, por una parte, poder
morir, y por otra, ser inmortal.
Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado,
ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel
anonadamiento (Flp. 2,7), suyo –por el cual, él, que era invisible, se hizo visible, y
él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno más entre los
mortales– fue una dignación de su misericordia, no una falta de poder... En un
nuevo orden de cosas... el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse
accesible el que existía antes del tiempo empezó a existir en el tiempo, el Señor de
todo el universo, velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de
esclavo (Flp. 2,7), el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hombre pasible y
sujeto a las leyes de la muerte.
La misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es verdaderamente Hijo
de Dios y verdaderamente hijo del hombre .
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”