MIERCOLES DE CENIZA-SANTA CUARESMA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cada tiempo del año litúrgico tiene su acento peculiar. Navidad es asombro y Fe
ingenua, Semana Santa valor redentor, Pascua triunfo, Pentecostés gozo del
Espíritu que se nos comunica, si nosotros nos dejamos impregnar por Él. He escrito,
mis queridos jóvenes lectores, con palabras imprecisas, no pretendía hoy
recordaros definiciones dogmáticas. Mi propósito ha sido, simplemente, situaros
anímicamente, para que sin esfuerzo, entendáis lo que os quiero explicar.
Llega Cuaresma, hoy el llamado Miércoles de Ceniza, inicia este periodo. Es un
tiempo santo, ya os diré más adelante el porqué, de practicar la ascesis, la
purificación, la limpieza de corazón, la moderación, la expulsión de vicios
adquiridos. Algo así como cuando se lleva al mecánico el vehículo para que cambie
el aceite y los filtros y repase frenos y faros y hasta para que limpie polvo y barro
que oculta señales que deben ser visibles. Después de una tal operación, aquel
medio de trasporte mejora sus prestaciones y proporciona mayor seguridad.
Por mucho que lo cuidemos y sigamos habitualmente las recomendaciones de los
entendidos, estas revisiones son necesarias. Pero de antemano, y ahora ya paso al
terreno espiritual, deberemos tener presentes los criterios que nos mejorarán.
Desde antiguo, a tiempos del Antiguo Testamento me refiero, tres son las prácticas
recomendadas: el ayuno, la oración y la limosna. Mortificarse, para un cristiano, no
significa masoquismo. El ayuno, generalmente, se asocia a la limitación de la
comida. No niego este valor, reconociendo, y recordándoos de paso, que algunos lo
practican con el único deseo de lograr una mayor belleza corporal. Quisiera que
entendierais esta idea en un sentido más amplio. Os voy a confiar una experiencia
mía a este respecto. En un momento importante de mi vida, un diagnóstico adverso
respecto a la enfermedad de una hermana, me pregunté ¿Cuál debe ser mi
comportamiento cristiano? Leí en el Evangelio que Jesús decía: estos demonios sólo
se expulsan mediante la oración y el ayuno. Lo primero sabía bien a qué se refería.
Pensando lo segundo, llegué a la conclusión: debo dejar de fumar (por entonces no
se conocía con exactitud que el tabaco dañaba gravemente la salud y, por otra
parte, no me remordía la conciencia el importe diario que implicaba, ya que no
llegaba a lo que hoy sería un céntimo de €). Fue una noche de agosto de 1978.
Corté el vicio y ofrecí a Dios el esfuerzo. No he vuelto a probar el tabaco. Para otros
tal vez sea una cierta bebida, horas de TV viendo programas inútiles o regular el
sueño o el ejercicio físico, logrando con ello una mayor capacidad de rendimiento.
Añádase el refuerzo de la voluntad. Abstenerse cristianamente de ciertas cosas, es
equivalente al entrenamiento a que diariamente se someten los deportistas o los
bailarines, ellos y ellas.
Me he entretenido en el ayuno, porque opino que de los tres elementos que os
decía al principio, es el más olvidado.
Los otros dos parámetros que se nos proponen, creo que no necesitan explicación.
Sabéis perfectamente lo que es la limosna, sea en dinero, en colaboración personal
en una ONG, procurando que vuestros atuendos o vuestras comidas las compartáis
con los demás. ¡qué sé yo! Hay mil maneras de ser generoso y otras diez mil de
justificar, aparentemente, el perverso egoísmo.
La oración, sea mental o vocal, estoy seguro de que tampoco os es desconocida.
Quisiera advertiros que la vocal, aunque os parezca que a veces es una simple
repetición de palabras, como pudiera hacerlo cualquier aparatito magnetofónico,
tiene su peculiar valor. Debéis esforzaros en que vuestro corazón se una a lo que
repiten los labios, pero, si no lo conseguís, humildemente le podéis decir al Señor:
estoy muy agitado o, soy incapaz de dominar mi imaginación, tengo sueño; lo que
pronuncie mi boca acéptalo. Seguro que sube a ti unido a la fervorosa meditación
de una incógnita contemplativa que ahora en su monasterio está rezando por mí,
pese a no conocerme. Señor, es lo único que hoy soy capaz de ofrecerte. Un
Hermano cartujo me confiaba: cuando acabo mi arduo trabajo, sólo puedo ir al coro
a acompañar la oración del monje padre
Ahora va de anécdota, sin por ello desdeñarla. El Domingo de Ramos, guardé unos
cuantos de los bendecidos y no distribuidos. Las quemo cualquier día y sus cenizas
son las que me impondré a mí mismo y a los demás. Es un diminuto símbolo de lo
que en la antigüedad se hacía.
¿Os imagináis a una bella matrona romana que, había cometido adulterio, se
acercaba a la Iglesia pidiendo perdón de su infidelidad y, para fortificar sus
propósitos, demostrar su dolor y sinceridad, le echaban un puñado de ceniza en su
cabellera, afeando su rostro e irritando su piel? O el varón que en un momento de
pasión había asesinado y, cumplido ya con la justicia, acudía pidiendo volver a ser
admitido en el seno de la Comunidad de la que su pecado le había excluido? Aquella
ceniza le humillaba y recordaba, a él y a todos, la maldad de estos u otros
incorrectos comportamientos.
La comunidad aceptaba su arrepentimiento y rezaba para que su conversión fuera
definitiva. La comunidad misma al rogar a Dios, se mejoraba… de aquí que a este
tiempo se le llamó santo.
Más tarde, fue consciente cada fiel de que el pecado no es exclusivo de unos
cuantos. Cada uno es pecador de acuerdo a su maldad y a su talla. Digo esto último
porque hay que reconocer que, por mucha perversidad que anidara en nuestro
interior, no podríamos ser unos asesinos como un Adolfo Hitler, por citar ejemplo
típico.
Todos somos pecadores y este tiempo debe estar dedicado especialmente a la
higiene espiritual. Si somos fieles a este programa y a las indicaciones que nos da
el Maestro en el evangelio de la misa de hoy, el periodo que se inicia hoy y
concluirá con el Triduo Sacro, será verdaderamente tiempo santo.