SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA. CICLO C.
Lc. 9, 28b-36.
Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para
orar. Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se
volvieron de una blancura resplandeciente. En esto aparecieron
conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías, que,
resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de
consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados
de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos
que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús: –
Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías. Pedro no sabía lo que decía. Mientras
estaba hablando, vino una nube y los cubrió; y se asustaron al entrar en la
nube. De la nube salió una voz que decía: –Este es mi Hijo elegido;
escuchadlo. Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron
silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto.
CUENTO: LA HISTORIA DEL HERRERO
Se cuenta la historia del herrero que, después de una juventud llena de
excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajó con
ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía
andar bien en su vida, muy por el contrario sus problemas y sus deudas se
acumulaban día a día. Una hermosa tarde, un amigo que lo visitaba, y que
sentía compasión por su situación difícil, le comentó: "Realmente es muy
extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre
temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu
fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado”.
El herrero no respondió enseguida, él ya había pensando en eso muchas
veces, sin entender lo que acontecía con su vida. Sin embargo, como no
deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar, y terminó por
encontrar la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero: "En este
taller yo recibo el acero aún sin trabajar, y debo transformarlo en espadas.
¿Sabes tú cómo se hace esto? Primero, caliento la chapa de acero a un calor
infernal, hasta que se pone al rojo vivo; enseguida, sin piedad, tomo el
martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la
forma deseada; luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller entero
se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del
violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta
obtener la espada perfecta, una sola vez no es suficiente”. El herrero hizo una
larga pausa, y siguió: "A veces, el acero que llega a mis manos no logra
soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por
llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se
transformará en una buena hoja de espada y entonces, simplemente lo dejo
en la montaña de hierro viejo que ves a la entrada de mi herrería”. Hizo otra
pausa más, y el herrero terminó: "Sé que Dios me está colocando en el fuego
de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me
siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la
única cosa que pienso es: Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar
la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor,
por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de hierro
viejo de las almas. "
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Si el primer domingo de Cuaresma nos invitaba a ir al desierto a
enfrentarnos con nuestras propias tentaciones a imagen de las de Jesús,
este segundo domingo se nos invita a subir a la montaña del Tabor para
contemplar a Cristo transfigurado y resplandeciente. Desierto y Montaña
son en la Biblia lugares privilegiados de encuentro con Dios. En ambos
espacios, que son primeramente interiores, no hay apenas estorbos, ni
distracciones, sólo hay silencio, inmensidad, infinitud. Tampoco hay muchos
apoyos ni compañía. Así se impide la huida. En el desierto y la montaña
Dios habla al corazón, lejos del ruido de la gran ciudad que nos impide
entrar en nosotros mismos. Allí no hay escapatoria ni excusas. No hay otra
música que el silbido del viento, ni más luz que la de las estrellas. Allí
sentimos el peso de la soledad ante Dios, y la verdad de nosotros mismos.
Pero nunca una soledad sola ni angustiosa. Es la soledad sonora que
hablaba el poeta, la soledad habitada por la plenitud del verdadero Amor. Y
necesitamos tanto este encuentro en lo profundo con el Amor de Dios.
Porque la vida humana y cristiana no es sólo lucha contra la tentación,
dureza del camino y del desierto. Es también vivencia gozosa de una
Presencia luminosa. La fe cristiana no es sólo una moral, es también
vivencia mística, vital, contagiosa. Sin esta vivencia, la fe queda reducida a
un conjunto le leyes, o de normas, o se convierte en un puro humanismo
sin trascendencia. Necesitamos la montaña del Tabor para seguir
caminando y avanzando. El Tabor que son los momentos de oración, los
encuentros de Eucaristía, la cercanía de la comunidad, los espacios de
silencio y de acogida gratuita.
Pero no es un Tabor que nos aísle del mundo, sino para que renueve en
nosotros la utopía, las ilusiones, la entrega, la generosidad, la fe en que el
reino de Dios ha llegado a este mundo. Los discípulos también tuvieron la
tentación de quedarse colgados de aquella experiencia y pretendieron
construir tres tiendas para no bajar al valle de la vida cotidiana y real. Jesús
los tuvo que enviar de nuevo a bajar. La oración, el encuentro gozoso con el
Señor, no es para quedarse en ella, sino para llevarla a la vida, o más bien,
para que nuestra vida, la que vivimos cada día, sea en verdad oración. Así
nuestra vida será como la vida de aquel herrero del cuento, forjada en el
fuego del amor de Dios contemplado y vivido en la oración. Subamos al
Tabor, nos espera Dios al final o al principio de cada jornada. Vivamos cada
día en su Presencia Amorosa y Providente, Luminosa y Protectora.
Descubramos en la vida de fe la belleza resplandeciente del Señor. Dejemos
que El nos ilumine y nos guíe. Contemplemos tu gloria. Hagámonos
nosotros en esta Cuaresma testigos luminosos de ese Amor infinito de
nuestro Dios. ¡QUE TENGAIS UNA FELIZ SUBIDA A LA MONTAÑA Y QUE
DISFRUTEIS DEL PAISAJE!.