Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María
San José, un Santo ejemplar para todos los cristianos .
Estudio bíblico de la actuación de San José en la vida de Jesús.
Introducción.
Estimados hermanos y amigos:
Al escribir esta meditación, pienso en los niños que crecen plenamente confiados
en los cuidados amorosos que reciben de quienes les aman, y en aquellos otros
niños cuya vida se entiende que no se extingue, porque nuestro Padre común desea
que los tales vivan. Aquel que le hizo de Padre a nuestro Salvador, les enseña a
nuestros niños a reflexionar sobre el amor, la seguridad y la Belleza del hecho de
tener padres. Al escribir dichas palabras, no puedo dejar de pensar, tanto en los
niños como en los adultos, que viven lejos de la presencia de sus padres, ora
porque los tales le entregaron su espíritu a Dios, ora por causa de las dificultades
que tienen que superar, porque, al hablar de la paternidad, no solo los niños, sino
también los adultos nos sumergimos en la debilidad de la infancia, con el fin de
regocijarnos por la grandeza de haber tenido la dicha de ser hijos de nuestros
padres, y por el don de ser hijos de nuestro Santo Padre del cielo.
En este día tan especial, también pienso en los adolescentes que tienen deseos
desesperados de independizarse de sus mayores. A aquellos adolescentes y
jóvenes, que, después de desobedecer a sus padres, cometen graves errores, y, a
pesar de ello, sus progenitores les ayudan, después de tragarse su orgullo, les pido
que reflexionen, sobre el don que han recibido de nuestro Santo Creador, de tener
unos padres tan buenos.
Pensemos también en los jóvenes -y no tan jóvenes- que se independizan de sus
padres, ora para constituirse en familias, ora para dedicarse exclusivamente a la
profesión de su fe, así pues, mientras que los primeros se hacen cooperadores de
Dios en su obra creadora en virtud de su paternidad, los otros se convierten en
padres espirituales, los cuales solo ven a sus hijos cuando los tales sufren y buscan
su ayuda cuando no la encuentran en el mundo. Los religiosos solo reciben la
manifestación del máximo dolor de los hombres cuando sienten que van a estallar o
creen morir de pena porque creen haber llegado al límite de resistencia de sus
dificultades, y cuando les demuestran, -quizá con gran agresividad-, que no creen
en el Creador de la vida. Una de las grandes paradojas de la vida, es la soledad de
aquellos hombres y mujeres que viven lejos del mundo en términos espirituales, y,
al mismo tiempo, entre sus muchos hijos, retoños de la vida de la fe, gigantes
dominadores de los conocimientos de este mundo, que no se responsabilizan de
consolar a quienes viven terriblemente aislados, no porque no tienen quienes les
amen, -aunque, muchos de ellos renunciaron a sus familiares, porque no aceptaron
su vocación-, con tal de ayudarles a nacer, a la vida eterna de la gracia.
El recuerdo de la vida de San José, -el Sagrado Titular de la Iglesia de Cristo-,
debe concienciarnos de la necesidad existente de homenajear a los religiosos, tanto
por la necesidad que tenemos de que realicen su obra, como por la necesidad que
los tales tienen de calor humano, porque, cuanto más amados se sientan por Dios,
mayor será su necesidad de los hombres, porque su trabajo consiste en cooperar
en la plena instauración del Reino de Dios en el mundo, -es decir-, en la
construcción de una sociedad en que no exista ningún tipo de marginación.
En este día en que la vida de San José nos alienta a no dejar a medio terminar
los ejercicios espirituales que comenzamos a vivir intensamente con tantas ganas el
pasado Miércoles de Ceniza, recuerdo que, en el mundo en que vivimos,
necesitamos fortaleza varonil para vencer dificultades, constancia de trabajador
sobresaliente para que podamos realizar nuestros sueños, celo maternal para amar
y cuidar a nuestros familiares, y fe divina, para que nunca dejemos de creer que
podemos vencer -o sobrellevar- nuestras dificultades, pues vivimos como
peregrinos en un mundo que no siempre será el nuestro, hasta que sea plenamente
concluida la instauración del Reino de Dios entre nosotros.
Pensemos con gran amor en nuestros abuelos, en quienes no dejan de pensar ni
un solo día que han hecho todo lo que tenían que hacer, en quienes se enorgullecen
de sus hijos y nietos, en quienes examinan con lupa cada instante de su vida, y,
especialmente, recuerdan cada logro, y cada fracaso que han formado parte de su
existencia.
Pensemos también en los enfermos, y, especialmente, en quienes esperan el
crucial momento en que la vida les sonría y les manifieste que todo lo han hecho
bien. Hoy estamos en este mundo, y no sabemos cuánto tiempo se va a prolongar
nuestra vida, por consiguiente, con tal de no sufrir, -en conformidad con nuestras
posibilidades de alcanzar, si no la plenitud, al menos, un poco de felicidad-,
vivamos este momento "a tope", porque, aunque viviremos muchos instantes
idénticos al presente, este momento de nuestra existencia de hijos de Dios, jamás
se volverá a repetir.
El pasado año 1999, cuando empecé a promocionar el libro Trigo de Dios, pan de
vida, conseguí que me entrevistara una periodista, en su programa de televisión.
Cuando fui interrogado sobre el lugar o la persona en quien tenemos que buscar la
plenitud de la felicidad, respondí inmediatamente, -como si hubiera esperado que
se me hiciera la citada pregunta-, que la felicidad está en nuestro interior, porque
me acordé, mientras contestaba esa pregunta, que fue en su interior, donde San
Agustín se encontró con el Dios que había buscado en toda la creación.
1. San José fue un hombre que deseaba ser feliz junto a la mujer que
amaba.
En el siglo I de la era cristiana, los palestinos acostumbraban a sus hijos varones,
cuando estos cumplían cinco años, a separarse de sus madres, -quienes dejaban de
cuidarlos para confiarlos a sus maridos-, para que los padres empezaran a
formarlos, para que fueran hombres de provecho. La formación profesional de los
niños, se acompañaba de un profundo estudio de las Sagradas Escrituras,, pues,
aunque en aquel tiempo el Judaísmo se había dividido en varias sectas, los
habitantes del país de nuestro Salvador, no habían perdido su fe en el Dios de las
promesas.
Cuando José fue un hombre, se comprometió a casarse con María, una joven
nazaretana virtuosa, de quien esperaba que lo hiciera feliz, ayudándolo en sus
necesidades y trabajos, comprendiéndolo cuando tuviera problemas, sirviéndolo
como buena esposa judía, honrándolo con su virtud, y amándolo inmensamente,
porque, las relaciones matrimoniales, en las Sagradas Escrituras, son equiparadas a
la relación existente, entre Dios y sus creyentes.
"Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa
de David; el nombre de la virgen era María" (LC. 1, 26-27).
2. La noche oscura de la duda.
A pesar de la esperanza que tenía José de vivir una vida feliz, de la que sabía
que, dadas las circunstancias que caracterizaban su país en aquel tiempo, no iba a
estar exenta de dificultades, Dios quiso que el futuro esposo de María viviera una
experiencia del desierto en que los católicos nos refugiamos en el tiempo de
Cuaresma, para, al evaluar nuestras carencias, poder valorar, correctamente, la
grandeza de nuestro Padre y Dios. Después de haberse comprometido legalmente
con su futura esposa, el orgullo del carpintero descendiente de la dinastía davídica,
recibió un golpe letal.
"La generación (el Nacimiento) de Jesucristo fue de esta manera: Su madre,
María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se
encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (MT. 1, 18).
¿Cómo podría creer José que, entre todas las mujeres de Israel, su prometida fue
elegida, para engendrar al Mesías, Aquel de quien los judíos, creían que aparecería
repentinamente en el mundo, para realizar una grandiosa obra? Lo más razonable
en aquella situación, tanto para José como para los familiares y demás conocidos
tanto de su prometida como de él, era decidirse entre estas dos posibilidades: O
María le había sido infiel a su futuro marido deliberadamente, o un hombre, cuyo
nombre ella no quería revelar, -si es que lo sabía-, la había obligado a mantener
relaciones sexuales.
"Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió
repudiarla en secreto" (MT. 1, 19).
Dado que Nazaret era un pueblo pequeño, y sabemos que en los entornos rurales
todos se conocen, y difícilmente alguien puede ocultar algún hecho de su vida, creo
que José se entrevistó con el padre o el tutor de María, y ambos acordaron enviar a
la Madre de Jesús a casa de su pariente Elisabeth, con tal de separarse de ella
secretamente, no porque se sentía avergonzado por la supuesta culpa de María,
sino porque no quería asesinarla, en conformidad con el siguiente precepto legal:
"Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el
adúltero como la adúltera" (LV. 20, 10).
"En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa,
a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (LC. 1, 39-40).
Cuando María se marchó de Nazaret, José debió pensar que el tiempo, que cura
todas las heridas, sería el responsable, tanto de su consuelo, como de que sus
familiares y conocidos se acostumbraran a su ruptura con María. La historia que
parecía haber acabado dramáticamente, tenía que continuar por deseo de Dios,
aunque ello era ignorado por José.
3. José vio la luz en la oscuridad de la noche de su desierto.
"Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le
dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo
engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." Todo esto sucedió
para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta:
Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
y le pondrán por nombre Emmanuel,
que traducido significa: «Dios con nosotros.»
Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y
tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso
por nombre Jesús" (MT. 1, 20-25).
Quizá José pensó en algún momento que el ángel de su sueño no era más que el
producto del deseo que tenía de que no fuera verdad lo que le estaba sucediendo,
pero, a pesar de correr tan precipitado riesgo, decidió confiar plenamente en el
espíritu de su visión, el ángel de Yahveh mencionado en las teofanías bíblicas, el
mismo Dios quien, personalmente, y no por medio de ninguno de sus siervos, le
pidió a José, que aceptara la paternidad del que llegó a ser el Hijo querido de
ambos.
4. El viaje inesperado, fue una nueva prueba para José.
Nuestra experiencia vital nos recuerda que, cuando tenemos una dificultad, ello
es un indicio de que debemos prepararnos a pasar por bastantes pruebas. Cuando
faltaba poco tiempo para que María diera a luz, José se vio obligado a llevarla
consigo a Belén, a fin de que ambos fuesen empadronados, pues Augusto César
quería conocer el número de habitantes del Imperio romano, con el fin de cobrarles
un impuesto, para poder realizar obras públicas. Dado que los judíos tenían la
costumbre de ser censados en las ciudades originarias de sus linajes, José tuvo que
viajar a Belén. Si en aquel tiempo los viajes eran lentos y complicados, los mismos
eran más fatigosos, cuando se hacían con enfermos, niños pequeños, ancianos y
mujeres embarazadas.
"Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que
se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo
gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad.
Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de
David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para
empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta" (LC. 2, 1-5).
¿Cómo hubiera podido sospechar el Emperador de Roma que estaba cumpliendo
la orden divina de hacer que la Sagrada Familia se desplazara a Belén, para que el
Mesías naciera en el pueblo en que se fundó el linaje davídico, en cumplimiento de
la profecía de Miqueas?
"Mas tú, Belén Efratá,
aunque eres la menor entre las familias de Judá,
de ti me ha de salir
aquel que ha de dominar en Israel,
y cuyos orígenes son de antigüedad,
desde los días de antaño" (MI. 5, 1).
5. La prueba de la humillación del desamparo .
"Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del
alumbramiento" (LC. 2, 6).
Cuando llegaron a Belén, José y María se vieron sin tener un lugar en que
refugiarse, para esperar el Nacimiento de Jesús. ¿Cómo se explica el hecho de que
la Sagrada Familia no encontró acogida en Belén, a pesar de la hospitalidad que en
el pasado había caracterizado al pueblo hebreo? ¿Cuántos matrimonios había en
Belén sufriendo las consecuencias del mismo abandono?
El paso de los siglos no extermina la pobreza del mundo. En nuestro tiempo, unos
no ayudan a los pobres porque no saben cómo hacerlo, otros no lo hacen porque
desconfían de las ONGS, otros se abstienen de ello para no ser engañados, y, a
otros, les es indiferente el hecho de que haya gente en el mundo que viva sin los
bienes estrictamente indispensables.
De la misma manera que si no predicamos la Palabra de Dios, somos culpables de
los pecados que cometan nuestros prójimos los hombres, si no hacemos nada para
remediar la pobreza de la mayor parte de la humanidad, mereceremos el castigo
con que el rico epulón fue privado de vivir en la presencia de Dios, porque hay
situaciones en que, la indiferencia que mostramos con respecto a las mismas, es
pecaminosa.
¿Por qué hay gente que, a pesar de que tiene el bienestar asegurado con
respecto a sus posesiones, se cree la más desdichada del mundo, porque vive
obsesionada con el hecho de enriquecerse?
6. El Nacimiento de Jesús.
"Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un
pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento" (LC. 2, 7).
Si para los extremadamente pobres es difícil no tener un techo bajo el que
refugiarse, para la Sagrada Familia, que tenía su propia vivienda en Nazaret, debió
ser doloroso el hecho de ver nacer a su Hijo, en una cueva destinada a guarecer los
rebaños de ovejas y otros animales en el invierno. Después de superar la difícil
etapa de aceptar el hecho de criar y educar a un Hijo que no era suyo, José tuvo
que ser probado por el crisol de la pobreza. Difícil es la situación de quienes viven
lejos de sus familiares y amigos, especialmente en las circunstancias en que más
apoyo necesitan.
7. La visita de los pastores .
"Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por
turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del
Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis,
pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido
hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de
señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y de
pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios,
diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes
él se complace.» Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo,
los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que
ha sucedido y el Señor nos ha manifestado.» Y fueron a toda prisa, y encontraron a
María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que
les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de
lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y
las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a
Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho" (LC.
2, 8-20).
Por el hecho de que la Sagrada Familia estaba sola, Dios quiso enviarles el
consuelo de la compañía de algunos miembros del llamado "resto de Israel". José y
María no fueron felicitados por sus familiares y amigos, pero, aunque quizá en un
principio se turbaron por la presencia de quienes a veces tenían que robar para
malvivir, y por ello tenían mala fama, quizá comprendieron que Dios quiso que su
Primogénito fuera recibido por aquellos de sus hijos que más lo aman, porque, el
Dios Uno y Trino, es su único bien.
En medio de aquella piadosa e improvisada celebración, María meditaba los
acontecimientos relacionados con la vida de su Hijo. Los sufrimientos que habían
marcado el tiempo de su gestación habían sido abundantes y difíciles de
sobrellevar, y el futuro que tenían delante era incierto. ¿De qué manera se llevaría
a cabo la misión de Jesús? ¿Por qué quiso Dios servirse de una familia tan humilde
para que su Unigénito fuera recibido en el mundo?
José no veía la oportunidad de sacar a sus familiares de aquel establo, y buscar
un trabajo. Por otra parte, dado que en Nazaret el recuerdo de su pasado reciente
hacía que la Sagrada Familia fuese el objeto de burla de la mayoría de los aldeanos,
quizá sería más conveniente que se quedaran a vivir en Belén. Hay gente que,
aunque no desea esforzarse en la edificación de la fe de sus prójimos, no sabe lo
que hacer para que los tales se hundan definitivamente. Hay gente que esconde sus
fracasos sacando a relucir la desdicha de los demás.
Hay veces en que en plena situación de desamparo en que no cesan de cerrarse
puertas, se abren respiraderos por los que podemos respirar el aire fresco que
necesitamos para abrirnos a la posibilidad de superarnos y mejorar tanto nuestra
espiritualidad como la calidad de nuestra vida. Esta es la situación en que José
pensaba, mientras se regocijaba al ver cómo los pastores alababan a Jesús, y no
dejaba de extrañarse, de cómo los ángeles habían consolado a aquellos pobres
hombres, diciéndoles que, Aquel Niño envuelto en pañales, y marcado por la
debilidad, era un signo de la más cierta esperanza.
8. La circuncisión de Jesús.
"Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de
Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno" (LC. 2, 21).
Dios le dijo a Abraham, cuando instituyó el rito de la circuncisión:
"El incircunciso, el varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese
tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza" (GN. 17, 14).
Aunque Jesús no necesitaba ser circuncidado, porque es el Unigénito de Dios, -
Jesús tiene la misma naturaleza o esencia de nuestro Padre celestial-, nuestro
Salvador quiso ser en todo igual a nosotros, exceptuando el hecho de pecar.
"Y ya que contamos con un sumo sacerdote excepcional, Jesús, el Hijo de Dios,
encumbrado hasta el trono mismo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que
profesamos. Pues no es él un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades; todo lo contrario, ya que, excepto el pecado, ha pasado por las mismas
pruebas que nosotros" (HB. 4, 14-15).
Al ser circuncidado, Jesús fue acepto en su religión como verdadero israelita, -es
decir, como verdadero creyente en Dios-. Esto significó, en un principio, que José
se comprometió a darle al Señor una buena formación religiosa, lo cual debe ser
imitado por los cristianos que bautizan a sus hijos, para que estos, cuando crezcan,
sean intachables discípulos de Jesús.
9. La profecía o anuncio de la Pasión y muerte de Jesús .
"Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito
en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para
ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en
la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón;
este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en
él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la
muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al
Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley
prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor,
puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis
ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para
iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban
admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre:
«Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden
al descubierto las intenciones de muchos corazones.» Había también una profetisa,
Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse
había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y
cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y
oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba
del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron
todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba
sobre él" (LC. 2, 22-40).
José vio cómo Simeón le profetizó a María que Jesús estaba destinado a ser un
signo de contradicción, por cuya causa los israelitas se separarían unos de otros, lo
cual indica que, entre los hermanos de raza de nuestro Señor, existiría la
separación de cultos, ya que unos seguirían adaptándose al Antiguo Testamento, y
otros desearían ser redimidos por Jesús, -es decir, se cristianizarían-.
José supo que, mientras María sufriría inmensamente por causa de su Hijo, él no
podría ser partícipe de dicho dolor junto a la mujer que amaba. ¿Qué causa
separaría a José de quienes amaba nuestro Santo? ¿Llegaron a captar José y María
el mensaje profético de Simeón íntegramente? San Lucas no nos informa de este
hecho, pero, con el paso del tiempo, y el transcurso de los acontecimientos
relacionados con la vida de nuestro Redentor, la Iglesia ha logrado interpretar las
palabras del anciano cuyo sueño de no morir antes de ver al Mesías, fue cumplido
por obra y gracia del Espíritu Santo.
10. La adoración de los Magos y la huída a Egipto.
"Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que
venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de
los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a
adorarle." En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.
Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo
informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de
Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no
eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un
caudillo que apacentará a mi pueblo Israel." Entonces Herodes llamó aparte a los
magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después,
enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y
cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle." Ellos,
después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían
visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del
lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.
Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron;
abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y,
avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro
camino.
Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y
le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí
hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» El se
levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí
hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio
del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Entonces Herodes, al ver que había sido
burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los
niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que
había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta
Jeremías:
Un clamor se ha oído en Ramá,
mucho llanto y lamento:
es Raquel que llora a sus hijos,
y no quiere consolarse,
porque ya no existen.
Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le
dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra
de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño.» El se levantó,
tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de
que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí;
y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad
llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: Será llamado
Nazareo" (MT. 2, 1-23).
Mientras que María tenía que vivir los momentos más relevantes de la vida de
Jesús, José, privado de presenciar la adoración de los Magos, y de acompañar a
Jesús en su agonía, tenía que ceñirse humildemente al cumplimiento de su misión
de padre y educador, de un modo silencioso. José no podía ser el tipo de padre que
educa a sus hijos, no para que los mismos se abran camino en la vida, sino para
alardear de su soberbia. Lejos de dejarse llevar por el ciego y estéril orgullo, José
debió vivir admirado de cómo le fue confiada, en su pequeñez, la gran y extraña
misión, de formar al mismo Unigénito de Dios.
El episodio de la inmigración a Egipto fue doloroso. En cuestión de minutos, José
fue despertado, avisó a María, ambos cogieron al pequeño Jesús y sus bienes más
indispensables, y, sin despedirse de nadie para no poder ser localizados, se
internaron en las sombras de la noche, camino de donde Dios quisiera conducirlos.
¿Dónde iban a vivir? ¿Dónde iban a refugiarse? José y María tenían muchas
preguntas que hacerse, pero, por el momento, lo mejor que podían pensar, era en
huir, sin dejar ninguna huella que los delatara.
La Sagrada Familia se ocultaba durante los días, y caminaba durante las noches
apresuradamente, confiándose en las manos de Dios, y afrontando la posibilidad de
desafiar los peligros de la noche, ya fueran estos asaltantes enfurecidos, o temibles
tormentas desérticas.
Aun estando en Egipto, la Sagrada Familia temía que Jesús fuese localizado por
los partidarios de Herodes. En medio de su intranquilidad, Jesús, María y José,
tenían que aparentar que vivían en un ambiente de normalidad, hasta que les
llegara la hora de volver a las tierras de Palestina.
Aunque José soñaba con la idea de establecerse en Belén, con tal de evitar el
hecho de vivir bajo el dominio de Arquelao, obedeció la revelación divina de
establecerse en Nazaret, haciéndoles frente a sus convecinos, quienes, de alguna
manera, directa o indirecta, siempre le daban a entender que Jesús no era su Hijo,
porque era el fruto de una relación de adulterio, trataban a María como si se
hubiera prostituido, y marginaban al pequeño Jesús. No sabemos por qué en ciertas
situaciones tenemos que recorrer los caminos que menos deseamos transitar. En
tales circunstancias, lo mejor que podemos hacer, es permanecerle fieles a Dios,
hasta que nuestro Padre común nos haga ver la luz, al respondernos las preguntas
que nos aturden.
11. Jesús vivió entregado al cumplimiento de la voluntad de Dios.
"Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo
doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los
días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo
que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los
parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.
Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio
de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban
estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron
sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu
padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» El les dijo: «Y ¿por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no
comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía
sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su
corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante
los hombres" (LC. 2, 41-52).
Además de estar privado de presenciar los momentos claves de la vida de
nuestro Salvador, cuando Jesús fue encontrado en el Templo, e interrogado por
María, José recordó la gran humildad de su paternidad. En un tiempo en que los
hijos eran considerados como esclavos por sus padres, José tenía que dedicarse a
servir a nuestro Salvador. Observemos que fue María quien interrogó a Jesús, por
consiguiente, es extraño el hecho de que José permaneciera en actitud silente,
cuando, en tal circunstancia, cualquier hombre, lo mínimo que hubiera hecho, es
pegarle a su hijo. La situación en aquel tiempo en Palestina no era idónea como
para que un niño de doce años se separara de sus padres en el tiempo de Pascua,
que era precisamente cuando los zelotes tenían más a flor de piel su espíritu
extremadamente nacionalista, lo cual podía hacerles revelarse instantáneamente
contra el poder romano establecido.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Dios, -nuestro Padre común-, que, a
ejemplo de San José, haga de nosotros cristianos religiosos y laicos humildes, que
no destaquemos por el deseo de ser grandes personalidades, sino por la actitud de
servicio que caracteriza al dios Uno y Trino. Amén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com