Comentario al evangelio del Jueves 21 de Febrero del 2013
PEDID, BUSCAD, LLAMAD
Tres verbos nos acompañan en este día, tres invitaciones de Jesús para nuestra oración y nuestra
vida: «pedid, buscad, llamad».
Parece que lo de pedir no se nos da mal. Es el «modo» de orar más fácil y frecuente en todas las
religiones. Sin embargo, uno de los aspectos que destapa esta crisis en la que andamos metidos, es lo
que cuesta a tantos pedir ayuda, aunque la estén necesitando vitalmente. Pedir nos da apuro, vergüenza.
De hecho, tantas veces nos ofrecemos a los demás: «si necesitas cualquier cosa, cuenta conmigo; si
quieres que te ayude, dímelo; si quieres que te eche una mano....». Parece que nos resulta relativamente
fácil ofrecer nuestra ayuda, especialmente a la gente que nos importa. Sin embargo, a la hora de
solicitar esta ayuda... la mayoría de nosotros, la mayor parte de las veces, intenta resolverlas sin contar
con nadie. Hemos aprendido a ser autosuficientes, preferimos no deber favores. Pero sobre todo, nos
cuesta muchísimo reconocer nuestra fragilidad. Vamos de fuertes, nos creemos con recursos
suficientes, «ya nos las apañaremos como podamos». Quizá este es uno de los aspectos que han
descolocado a muchos a propósito de la renuncia de Benedicto XVI. Para escándalo o para alabanza,
según los casos. No es nada habitual que alguien reconozca públicamente su fragilidad, su desgaste, su
cansancio; que pida oraciones, que no quiere forzar más la máquina... Que sepa decir «no». «Ya no
más». Como la reina Esther: «Y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que
lo sabes todo».
Jesús hace esta llamada a «pedir» expresamente a Dios, con confianza. Recorriendo este mismo
Evangelio de Mateo, me daba cuenta que Jesús es alguien que «pide». A Dios y a los hombres. Sin
cargar esta reflexión de citas, que fácilmente se pueden localizar, subrayo algunos de esos momentos
en que Jesús pide». Pide al Bautista que le permita ser uno más entre los pecadores, recibiendo el
bautismo de sus manos. Pide la colaboración de unos pocos compañeros, los discípulos, para que le
ayuden en su dura tarea. Y en un momento especialmente delicado, la noche de Getsemaní, solicitará
su compañía cercana, que estén despiertos y oren con él. Como no tiene dónde reclinar la cabeza,
tendrá que pedir prestada una borrica para el día de su entrada en Jerusalem; y un lugar donde celebrar
la Última Cena con sus discípulos. Cuando sienta lástima de las gentes que andan hambrientas y
perdidas como ovejas sin pastor, pedirá lo que tengan para compartirlo (unos pocos panes y unos
peces) y pedirá también a sus discípulos que les den ellos de comer. Especialmente impactante es la
oración al Padre en el Huerto de los Olivos, pidiendo que pase ese cáliz de amargura. Por señalar sólo
algunos ejemplos.
Jesús tiene la experiencia de haber pedido y encontrado. En las personas (no siempre), y en su
Padre Dios, aunque no siempre como él se esperaba. Por eso dice con ese giro judío del lenguaje que
vendría a significar: Pedid... que vuestro Padre Dios os dará... porque él es siempre bueno.
Y seguramente, como él mismo practica: atreveos también a pedir a los hombres. Y que cuando os
pidan puedan recibir de vosotros: pan, escucha, acogida, comprensión, misericordia, ayuda,
esperanza...
También nos llena de esperanza el segundo verbo/invitación de Jesús. Quien busca (a Dios) lo
encuentra. Aunque también podría haber dicho que ese Padre Dios es el que siempre y primero nos
está buscando a nosotros, sobre todo cuando somos «ovejas pedidas». El. propio Jesús ha venido a
buscar y salvar al que estaba perdido. Ha venido a buscar y sanar al que está enfermo. Ha venido a
tendernos un puente hasta Dios. Es bueno asumir un talante de eternos buscadores de Dios. Nunca
conocemos a las personas, a nosotros mismos, y aún menos a Dios, del todo, suficientemente. La
persona humana y la divina son siempre misterios inabarcables. Cuando uno cree que ya ha
encontrado... se conforma, pone una etiqueta (este es así, Dios es así...), momifica al otro, lo encierra
en sus esquemas. Al otro y también a los grupos e instituciones. Siempre buscadores. Incansables
buscadores. Esperanzados buscadores: «Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro».
Buscadores de su voluntad, buscadores de sentido. Porque nos encontraremos con el Señor. Porque
encontraremos respuestas. Porque solo el que busca encuentra.
Algo parecido podemos decir del «llamar». El propio Jesús anda llamando a nuestra puerta, para
ver si le dejamos entrar y compartimos la cena con él. Jesús anda llamando a y pidiendo colaboradores.
A veces nuestras llamadas podrán ser un grito «desde lo hondo»: Dios, dónde estás, por qué me has
abandonado? Otras veces será un profundo sentimiento de gozo porque tú, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, siempre me escuchas y te revelas a los sencillos... Este Dios, como bien sabemos desde el
comienzo de la Historia de la Salvación, es el que oye, escucha el gemido del pueblo y «baja» para
liberar...
Oremos, pues hoy con estos tres verbos que nos presenta Jesús. Que pidamos a Dios y a los otros.
Que busquemos a Dios y a los otros. Que llamemos a Dios y a los otros. Y que los otros también nos
puedan pedir, llamar, y buscar... y encuentren nuestra humilde respuesta.
Enrique Martínez, cmf
Enrique Martinez, cmf