II DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C
TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR, TRANSFIGÚRANOS
Lc 9, 28-36 - Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a
un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completa mente. Incluso sus
ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría
blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro
tomó la palabra y dijo a Jesús: - Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Levantemos tres
chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía,
porque estaban desconcertados. En esto ser formó una nube que los cubrió con su
sombra, y desde la nube se oyeron estas palabras: - Éste es mi Hijo, el amado.
Escúchenlo! Y de pronto, mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús
estaba con ellos.
Jesús se siente afligido ante la cercanía de su muerte, y los discípulos comparten su
aflicción. Pero en la transfiguración el Padre les muestra lo que vendrá después: la
resurrección y la gloria eterna para Él y para ellos, como él les había anunciado: Al
tercer día resucitaré (Mt 17, 32).
Los discípulos pensaban que Jesús iba hacia el fracaso total de su vida. Por eso el
Padre les da una prueba más, hablándoles desde la nube: Éste es mi Hijo amado,
en quien me complazco: escúchenlo (Mt 17, 5). Quiere decir: “Créanle. Es cierto lo
que dice: que al tercer día resucitará”.
El sufrimiento y la perspectiva de la muerte engendran también en nosotros
tristeza, si no miramos más allá: a la resurrección, que es la verdad fundamental
de la fe cristiana.
Desde que Jesús sufrió, murió y resucitó, todo sufrimiento y la muerte, tienen
destino de resurrección y de vida, de felicidad y gloria sin fin. Nos lo asegura san
Pablo: Si sufrimos con Cristo, reinaremos con él; si morimos con él, viviremos con
él (2Tim 2, 12-13). Sobreabundo de gozo en todas las tribulaciones (2Cor 7, 4).
Cada sufrimiento asociado a la cruz de Cristo se nos compensará con un inmenso
peso de gozo y de gloria. Tengo por cierto que los sufrimientos de esta vida no
tienen comparación alguna con el peso de gloria que se manifestará en nosotros
(2Cor,4-17), afirma san Pablo. A ustedes se les ha concedido la gracia, no sólo de
creer en Cristo, sino también de padecer por él. (Flp 1, 29).
La fiesta de hoy evoca otras tres transfiguraciones que se verifican en la persona de
Cristo. La primera: el Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de María por la
encarnación.
La segunda se verifica en la Eucaristía: el paso del Dios-hombre a ser pan y vino,
para transfigurar a los hombres con su vida divina. Quien come mi carne y bebe mi
sangre, vive en mí y yo en él. Quien me come, vivirá por mí. (Jn 6, 56-57).
Y la transfiguración definitiva, la resurrección: el paso de Cristo muerto a Cristo
resucitado y ascendido al cielo. Ése es el camino que Jesús ha abierto también para
nosotros.
¡Oh gran dicha que tan poco consideramos, deseamos y esperamos! Por eso tantas
tristezas inútiles, que debemos cambiar en alegría por la esperanza gozosa de la
resurrección. Estén siempre alegres en el Señor (Flp 4, 4).
Transfigurarse es vivir en Cristo por el amor agradecido y la unión con él; y por el
amor salvífico al prójimo, como él lo ama: hasta dar la vida por quienes amamos.
No hay amor ni dicha más grande en el tiempo y en la eternidad.
Ésa es la verdadera vida cristiana (vida en Cristo), de la que san Pablo nos da
ejemplo: No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí (Gál 2, 20). Ése es el
camino de la plenitud y de la felicidad temporal y eterna que todos anhelamos, y
que Jesús ha puesto a nuestro alcance. ¡Recorrámoslo!
Padre Jesús Álvarez, ssp