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NA PALABRA ATARDECIDA
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24
DE FEBRERO DE
2013
Hay muchas voces en nuestra vida. Sería un error pensar que slo nos alcanza la
del tentador con sus insidias que nos precipita en sus abismos de mentira y
destruccin. Hay también otras voces que Dios mismo nos susurra a la hora de la brisa,
como hacía ya con los primeros al llegar el tiempo vespertino. Es la escena entraable
del Evangelio de este domingo.
En un atardecer cualquiera, Jesús llevará a Pedro, Juan y Santiago a orar al monte
Tabor. Tal vez se trataba de la oracin de la tarde, como era costumbre entre los
judíos. Y entonces ocurre lo inesperado. La triple actitud ante lo sucedido, es
tremendamente humana, y en la que fácilmente nos podemos reconocer: el cansancio,
el delirio, y el temor. También nosotros, como aquellos tres discípulos, experimentamos
un sopor cansino ante la desproporcin entre la grandeza de Dios y nuestro permane-
cer como ajenos [“se caían de sueo”]. Incluso, ebrios de nuestra desproporcin,
llegamos a delirar, y decimos cosas que tienen poco que ver con la verdad de Dios y
nuestra propia verdad [“no sabían lo que decían”]. Y cuando a pesar de todo vemos
que su presencia nos envuelve y abraza, dándonos lo que no esperamos ni merecemos,
entonces sentimos confusin, miedo [“se asustaron al entrar en la nube”].
El Tabor, donde los tres discípulos se asomarían a la gloria del Mesías, es
contrapunto de Getsemaní en donde los mismos se abrumarán ante al dolor agnico
del Redentor. Como ámbito exterior: la nube y la voz de Dios. Como mensaje, escuchar
al Hijo amado. Como testigos, Elías y Moisés, preparacin de la plena teofanía de Dios
en la humanidad de Jesucristo.
Escuchar la palabra del Hijo amado, postrero porta-voz de los hablares del Padre,
fue también el mensaje en el Bautismo de Jesús: escuchadle. Un imperativo salvador
que brilla con luz propia en la actitud de María: hágase en mí su Palabra; que guardará
en su corazn aunque no entienda; e invitará a los sirvientes de Caná a hacer lo que
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo
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Jesús diga; y por ello Él la llamará bienaventurada: por escuchar la Palabra de Dios cada
día y por vivirla; incluso al pie de la cruz donde la muerte pendía, María sigui fiel
presintiendo los latidos resucitados de la vida.
El delirio de Pedro, deudor de su temor y de su cansancio, propondrá hacer del
Tabor un oasis, donde descansar sus sueos, entrar en corduras, y sacudirse sus
miedos. Pero Jesús invitará a bajar al valle de lo cotidiano, donde en el cada día se nos
reconcilia con lo extraordinario con implacable realismo. La fidelidad de Dios seguirá
rodeándonos, con nubes o con soles, dirigiéndonos su Palabra que seguirá resonando
en la Iglesia, en el corazn y en la vida. Es un tiempo este de la cuaresma para
escuchar esta voz.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo