EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Domingo de la segunda semana de Cuaresma
Libro de Génesis 15,5-12.17-18.
Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: "Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta
las estrellas". Y añadió: "Así será tu descendencia".
Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación.
Entonces el Señor le dijo: "Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos
para darte en posesión esta tierra".
"Señor, respondió Abrám, ¿cómo sabré que la voy a poseer?".
El Señor le respondió: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de
tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma".
El trajo todos estos animales, los cortó por la mitad y puso cada mitad una frente a
otra, pero no dividió los pájaros.
Las aves de rapiña se abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abrám los
espantó.
Al ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor,
una densa oscuridad.
Cuando se puso el sol y estuvo completamente oscuro, un horno humeante y una
antorcha encendida pasaron en medio de los animales descuartizados.
Aquel día, el Señor hizo una alianza con Abrám diciendo: "Yo he dado esta tierra a
tu descendencia desde el Torrente de Egipto hasta el Gran Río, el río Eufrates:
Salmo 27(26),1.7-8.9abc.13-14.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré?
¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate de mí y respóndeme!
Mi corazón sabe que dijiste:
"Busquen mi rostro".
Yo busco tu rostro, Señor,
no lo apartes de mí.
No alejes con ira a tu servidor,
tú, que eres mi ayuda;
no me dejes ni me abandones,
mi Dios y mi salvador.
Yo creo que contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor.
Carta de San Pablo a los Filipenses 3,17-21.4,1.
Sigan mi ejemplo, hermanos, y observen atentamente a los que siguen el ejemplo
que yo les he dado.
Porque ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que
se portan como enemigos de la cruz de Cristo.
Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre
de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra.
En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que
venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo.
El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo
glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio.
Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son
mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor.
Evangelio según San Lucas 9,28b-36
Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió
a la montaña para orar.
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una
blancura deslumbrante.
Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,
que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a
cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y
vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo
que decía.
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los
discípulos se llenaron de temor.
Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido,
escúchenlo".
Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo
ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Comentario del Evangelio por:
San León I el Magno ( ?- c 461), doctor de la Iglesia
Sermón 51, 2-3, 5-8 : PL 54, 310-313, SC 74 bis
«La gloria de la cruz»
El Señor descubre su gloria en presencia de testigos escogidos, e hizo
resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo común a todos, que su rostro se
volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la
nieve. En su transfiguración, se trataba, sobre todo, de alejar de los corazones de
sus discípulos el escándalo de la cruz, y hacer que la ignominia voluntaria de su
muerte no pudiera desconcertar a estos antes quienes sería descubierto la
excelencia de su dignidad escondida.
Pero con no menor vista se estaba fundamentando la esperanza de la santa
Iglesia, ya que el cuerpo de Cristo, en su totalidad, podría comprender cual habría
de ser su transformación, y sus miembros podrían contar con la promesa de su
participación en aquel honor que brillaba en la cabeza de antemano.
“Este es mi Hijo amado,...escuchadle”. Escuchadle, a él que abre el camino del
cielo, por el suplicio de la cruz, vosotros preparar las enseñanzas para subir al
Reino. ¿Por qué teméis, ser redimidos? ¿Por qué, heridos, teméis, ser curados? Qué
más voluntad hace falta que el querer de Cristo. Arrojad el temor carnal y armaos
de la constancia que inspira la fe. Pues no conviene que dudéis en la pasión del
Salvador que, con su auxilio, vosotros no temeréis en vuestra propia muerte...
En estos tres apóstoles, la Iglesia entera ha aprendido todo lo que vieron sus
ojos y oyeron sus oídos (cf 1Jn 1,1). Por tanto la fe de todos ellos se vuelva más
firme por la predicación del santo Evangelio, y hace que nadie enrojezca ante la
cruz de Cristo, por la cual el mundo ha sido rescatado.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”