III Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
Pautas para la homilía
Señor, déjala todavía este año; a ver si da fruto.
Una higuera estéril, una vida sin humanidad, un cristianismo sin seguimiento,
una iglesia sin ocuparse del reino, … ¿para qué?
Sin darnos cuenta hemos cambiado los valores que sustentan nuestra vida, lo que
nos hace humanos y crea fraternidad por intereses pequeños que nos hacen sentir
bien e ir tirando, pero que desarrollan el individualismo y el tener más. No parece
que hayamos entendido que no es lo mismo ser feliz que estar cómodos; que lo
valioso no tiene por qué ser lo útil, ni lo bueno es lo que me gusta y hemos entrado
en una insatisfacción profunda: somos espectadores pasivos de la creación en la
que debiéramos ser protagonistas con el amor y la generosidad que recrean.
Una vida cristiana que no hace huella en los corazones; una práctica religiosa que
tranquiliza y da razón a nuestras flojeras, alentando nuestras satisfacciones
horizontales; una vida cristiana que solo maneja la conversión como concepto
abstracto, proponiéndolo para los demás sin creer mucho en ella; una cuaresma
que tiene como fin más oración, ayunos y limosnas, pero se olvida de Jesús y de los
demás es un rasgarse las vestiduras pero dejar el corazón ileso, son vivencias
estériles.
Una iglesia que solo se dedica a conservar, a adornar el culto y mirar pasivamente
y volver a proponer el pasado; que solo se propone sobrevivir, resignarse y
renunciar a la audacia de la creatividad; que quiere diseñar su futuro sin discernir,
con un nerviosismo inútil por atarlo todo, se olvida de que somos iglesia de Jesús y
que se trata de permanecer arraigados en Jesús, vivir nuestra adhesión a él, pues
él es el causante de la vida de la iglesia, guiada por el Espíritu del Resucitado...
Ha Jesús le duele nuestro dolor, nuestra vida estéril.
En tiempos del faraón de Egipto a nuestro Dios le dolía que le privaran de su
pueblo, que el faraón se creyera su amo, un dolor que el pueblo le presentaba no
tanto con intensidad de voz, cuanto con el corazón herido. Dios se solidarizó por
medio de Moisés, su instrumento humano, que después de hacer todo una
experiencia espiritual en torno a la zarza ardiendo: se acercó descalzo (sin ningún
derecho y dignidad ante Dios), con los ojos tapados (para no morir, pero tener otra
vida), visibilizó la liberación con el pueblo.
En nuestro tiempo, Pablo nos recuerda que hemos sido liberados. Que el camino
por el desierto es de liberados, bautizados. Comemos y bebemos de la roca
espiritual que es Cristo, aunque seguimos sin agradar a Dios, sin reconocerle e
incluso acordándonos de Egipto. Siguen faltándonos la confianza en los valores
creativos y constructores de felicidad.
HE VISTO la opresión de mi pueblo, ….HE OIDO sus quejas, …..ME HE FIJADO
en su sufrimiento, …VOY A BAJAR…
Tenemos un Dios que VE, OYE, SI FIJA, BAJA, …. Más humano y sensible,
imposible. Cuantos “faraones”, como al pueblo de Israel nos oprimen y, no con
trabajos forzados, que terminan por ser los menos importantes, sino quitándonos la
libertad para poder dar culto al Dios que nos ha creado. Es la privación y el
sufrimiento más grande del hombre: quedarse sin Dios, descentrarse en la
creación. No menos cierto es que al lado de los “faraones”, nosotros también
hipotecamos y vendemos la libertad, poniéndonos bajo paternalismos por
comodidad, facilidad, confiar en seguridades, que terminan por pasarnos factura y
anularnos por completo.
Cava, abona, nos da tiempo, contra toda sensatez, ¿Quién sabe si….?
Poco hacemos mandando las responsabilidades a los demás, exculpándonos y
criticándonos. Si existe esterilidad, o respondemos con otros cimientos, otro abono,
otras formas de partir y de concebir la vida o cundirá cada vez más el abandono y
descrédito de nuestra vida. Cuando Jesús nos invita a la conversión para no
perecer, nos está hablando de solidaridad, de compartir, de cuidar la vida, de
curarla y mimarla. Nos está invitando a ser creyentes que es mucho más que ser
religiosos. Nos está diciendo que no hay fe, que no hay evangelización sin
evangelio.
Somos queridos a pesar de nuestra esterilidad. Dios nos ha llamado a fructificar,
aunque no sabemos cuando. Con una mirada limpia para ver la realidad sin
prejuicios, poniéndonos del lado de las víctimas, siendo compasivos y manteniendo
con tesón alternativas evangélicas a una sociedad y a una vivencia cristiana
satisfecha, ya estamos dando fruto.
Jesús, nos cava y abona con su Palabra. Volvamos al evangelio, a su fuerza
sanadora para fundarnos y arraigarnos en Cristo, para que nuestra vida no sea
estéril.
Fr. Pedro Juan Alonso O.P.
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org