II M ARTES DE C UARESMA
(Is 1, 10. 16-20; Sal 49; Mt 23, 1-12)
L ECTURA
“Aunque vuestros pecados sean como púrpura,
blanquearán como nieve;
aunque sean rojos como escarlata,
quedarán como lana.
Si sabéis obedecer,
lo sabroso de la tierra comeréis”.
“Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar
maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y
todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre
vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es
vuestro Padre, el del cielo”. Via Crucis, XIV Estación
C OMENTARIO
La Pasión de Cristo nos concede restaurar la relación con Dios. Ya no somos
siervos, sino hijos. Ya no estamos destinados al abismo, sino a los brazos de Dios. La
muerte ya no es nuestro destino, sino el cielo.
La solución, ante la quiebra de nuestra fidelidad, no es el disimulo, la huída, la
inconsciencia, el aturdimiento, el complejo de culpa, sino la humildad, por la que se
reconoce a quien nos ha perdonado los pecados y ha lavado nuestras culpas.
Si mantenemos la conciencia que nos permite invocar a Dios como Padre, será
difícil que perezcamos en el ensimismamiento negativo o en la deformación narcisista
que destruye, pues irrumpirá en nosotros la experiencia del amor, del perdón y la
necesidad de corresponder a la gracia.
No tengamos mayor referencia que la que nos ofrece Dios. Él es el único Señor.
Las mediaciones de este mundo, por importantes que sean, no pueden eclipsar a quien
se ha convertido, por los méritos de su Cruz, en nuestro Maestro, Padre, Señor, Amigo.
Solo desde Él y a través de Él caben todas las relaciones.
Cuando se acierta a ordenar todo de acuerdo con el querer divino, y a no sustituir
a Dios por ninguna otra criatura, se instala en el corazón la armonía, que inunda la
conciencia, y se gusta lo sabroso de la paz interior.
P UNTOS DE REFLEXIÓN
¿Te acoges al ofrecimiento de la misericordia?
¿Eres consciente de que sólo Dios es Dios y no hay ninguno más?
¿Tienes a Jesucristo como único Señor?