III DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C
MÉRITO, CULPABILIDAD Y CONVERSIÓN
Padre Pedrojosé Ynaraja
No me voy a entretener, mis queridos jóvenes lectores, en describiros las
interpretaciones que los autores dan a la zarza que ardía sin consumirse y de la
que habla la primera lectura de la misa de hoy. En el monasterio-fortaleza de Santa
Catalina, situado al pie del Jebel Musa, en la península del Sinaí, continúa
existiendo un gran arbusto espinoso, que se dice es el mismo que atrajo la mirada
de Moisés. A esta planta le está dedicada una capilla del interior de la iglesia.
Cuentan los monjes que, pese a las vicisitudes que ha pasado desde lejanos
tiempos, siempre se ha conservado viva.
Os señalo brevemente, que Dios habla al que por aquel entonces era un simple
pastor huido de la corte del faraón, y lo hace definiéndose como un familiar, un ser
personal y por ello comunicable. Este anónimo beduino es el elegido para acaudillar
una gran empresa: el Éxodo. El final de la esclavitud de un pueblo que recobrará la
libertad. Mirar, descalzarse, escuchar y aceptar, es lo que en este momento se le
pide a él, que está recién casado y es mozo asalariado de su suegro. Pese a los
inconvenientes, dice que sí, arriesgando con ello su futuro.
Toma justas precauciones, requiere datos de su interlocutor y recibe la confidencia
asombrosa de confiarle su nombre. Dios le se define. Él, y nosotros, lo
entenderemos de alguna manera, que ya es mucho. Nunca una confidencia es
totalmente entendida por el que la recibe.
En la segunda lectura de la misa de hoy, San Pablo analiza sucintamente la
peregrinación de una comunidad que vivía desorientada en Egipto y que en el
desierto tomó conciencia de sí misma, recibió una Ley que estructuraría su historia
y se acercó a la tierra que sería suya y que le permitiría constituirse en pueblo.
¿Y si Moisés hubiera pasado de largo de aquella fogata? ¿y si a las primeras
insinuaciones hubiera contestado que estaba muy ocupado, que primero es la
obligación que la devoción, que a las ovejas no se las puede alimentar con
quiméricas aventuras, que ya lo pensaría cuando pudiera disponer de rebaño
propio, dinero y medios técnicos de su pertenencia? Tal vez esta hubiera sido
vuestra respuesta, mis queridos jóvenes lectores, o, más bien es aun vuestra
contestación diaria…
En el relato evangélico se habla del hundimiento de la torre de Siloé. Un accidente
de esta índole aun hoy en día continúa ocurriendo y unos se preguntan que
ingeniero o arquitecto es el culpable. Otros, familiares o amigos de las víctimas, se
interrogan de otra manera. ¿por qué precisamente a ellos?
Hasta hace poco, los que visitábamos aquellas benditas tierras, veíamos, junto a lo
que nos decían que era la piscina de Siloé, a la salida del túnel de Ezequías, un
antiguo minarete. Había leído que tal vez se levantaba sobre las ruinas de la torre
mencionada por el Señor. Sinceramente, mirábamos con perplejidad aquel
remanso, poco mayor que un charco, y nos costaba creer que era el depósito
mencionado en la curación del ciego de nacimiento y que, como decía, se menciona
en el texto evangélico de la misa de hoy. Recientemente se ha descubierto, algunos
centenares de metros más abajo, los restos del auténtico receptáculo y deseo que
Dios me conserve la vida, para poder verlo. Sé que es mucho mayor que el que
hasta ahora veíamos, y por ello, podía cumplir las funciones de aljibe proveedor
del agua que para tantas funciones, el Templo requería.
La muerte, fenómeno biológico de los seres superiores, (recordad que la mayoría de
los unicelulares se multiplican, sin que se pueda hablar con propiedad de muerte y
son los microbios la inmensa mayoría de los vivientes), pese a ser lo único que
estamos seguros que ocurrirá a los demás y a nosotros mismos, siempre
sorprende, interroga, enoja y no se entiende. Jesús no da respuesta al misterio. Él
mismo, en su humanidad, sufrirá este miedo. Desde Getsemaní hasta la cruz. Pero
antes de espirar pudo decir: todo se ha cumplido. De aquí que el texto invite a la
conversión. Pero muchos dicen ¿de qué me he de convertir? ¿qué mal estoy
haciendo?. La respuesta es la parábola de la higuera estéril. Por si no lo sabéis,
este árbol, en lugares propicios como lo es la cuenca mediterránea, da dos
cosechas anualmente. Las brevas primero, los higos después. La de la historia no
daba fruto alguno y al propietario se le acababa la paciencia. El buen obrero quiere
conservarla, es agricultor esperanzado. Otro año más, que tal vez se decidirá a dar
fruto… Es lo que piensa el Señor de cada uno de nosotros. ¿Nos decidiremos hoy,
ahora mismo, mis queridos jóvenes lectores, a iniciar la conversión? Así se lo pediré
a Dios, para vosotros y para mí mismo.