Encuentros con la Palabra
Tercer Domingo de Cuaresma – Ciclo C (Lucas 13, 1-9)
Señor, déjala todavía este año...
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Un hombre se fue a jugar cartas un viernes santo y perdió todo lo que tenía; volvió triste a
su casa y le contó a su mujer lo que le había pasado. La mujer le dijo: «Eso te pasa por
jugar en viernes santo; ¿no sabes que es pecado jugar en viernes santo? ¡Dios te castigó
y bien merecido que lo tienes!» El hombre se volvió hacia su señora y con aire desafiante
le dijo: «¿Y qué te piensa tu, que el que me ganó jugó en lunes de pascua o qué?»
Generalmente no vemos las cosas como son sino que vemos lo que suponemos que
debemos ver. Estamos llenos de prejuicios y aplicamos nuestros esquemas para leer la
realidad. Es imposible desprenderse totalmente de los prejuicios, pero por lo menos vale
la pena estar atentos frente a ellos. La historia con la que comenzamos revela un prejuicio
religioso, pero así como éste, hay miles de prejuicios políticos, raciales, culturales... Un
prejuicio muy extendido es el que supone que detrás de lo que nos pasa está Dios
castigándonos o premiándonos por nuestro comportamiento moral. Quién no ha pensado
alguna vez que lo que le ha pasado, bueno o malo, tenía que ver con su comportamiento
anterior. Dios no anda por ahí castigando y premiando a la gente. No podemos echarle la
culpa a Dios de todos los males ni pensar que nos está premiando por portarnos bien.
Hace varios años en el atentado en el que fue asesinado el líder de izquierda José
Antequera, Ernesto Samper también cayó gravemente herido. Samper comentaba, un
tiempo después que, aunque pasó varias semanas al borde de la muerte, siempre supo
que no podía morir así; que el que era un hombre creyente y pacífico, sabía que Dios no
lo dejaría morir violentamente. A los pocos días salió un artículo de la esposa Guillermo
Cano, que había sido director de El Espectador, y que fue asesinado unos meses antes
por sus críticas a las mafias del narcotráfico. La señora le preguntaba al futuro presidente:
«Si lo que usted dice es cierto, entonces mi esposo, que murió asesinado violentamente,
¿era un hombre violento que merecía esa muerte?» No se diga lo que se podría
interpretar con respecto a la muerte de José Antequera en el mismo atentado...
Y así podríamos poner muchos otros ejemplos: los que se salvan de la muerte al caer un
avión y atribuyen el milagro a la medallita que llevaban o a la oración que hicieron; y los
otros que llevaban la medallita y rezaron también su oración, ¿qué? El caso más claro es
el mismo Jesús; el hombre más bueno que ha producido la tierra; el hombre más santo, el
hombre que vivió fielmente según la voluntad de Dios, ¿por qué murió como murió? Murió
solo, abandonado de sus amigos, sintiéndose abandonado del mismo Dios...
Esto es lo que Jesús quiere explicarle a sus discípulos: “¿Piensan ustedes que esto les
pasó a esos hombres de Galilea por ser más pecadores que los otros de su país? Les
digo que no; y si ustedes no se vuelven a Dios, también morirán. ¿O creen que aquellos
dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima eran más culpables que
los otros que vivían en Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes mismos no se vuelve a
Dios también morirán”. Cuando nos va mal no es porque hayamos jugado cartas en
viernes santo; y cuando nos va bien no es porque hayamos jugado en lunes de Pascua.
Lo que nos pasa es siempre una llamada para volvernos a Dios...
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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