DOMINGO II DE CUARESMA (C)
Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat
24 de febrero de 2013
Gén 15,5-12.17-18 / Fil 3,17-4,1 / Lc 9,28 b-36
Queridos hermanos y hermanas,
Cada año, en el segundo domingo de Cuaresma es proclamado el Evangelio de la
Transfiguración del Señor, anuncio y pregustación del triunfo pascual de su
Resurrección. Jesús se muestra glorioso a tres apóstoles escogidos. Lo hace para
confortarlos en el camino que les espera, del que ha sido un símbolo la fatiga de la
subida a la montaña. Esta subida les ha de servir de entrenamiento para la prueba de
la pasión y muerte, el llamado tránsito o éxodo que Jesús llevará a cabo en Jerusalén,
y que en la cumbre de la montaña él mismo lo comenta con Moisés y Elías, aparecidos
también gloriosos.
La subida ha sido fuerte. Ha sido dura, como puede serlo para nosotros la Cuaresma,
si nos la tomamos como debe ser: un entrenamiento intenso en nuestra identificación
con Jesucristo. Esta dureza se corresponde con la travesía del pueblo escogido hacia
la tierra prometida, se relaciona con todas las durezas con que, cristianos y no
cristianos, topamos a lo largo de la vida, en nuestro desarrollo personal y en nuestra
vida como miembros de la humanidad, de un país, de una sociedad, de una Iglesia.
Estas asperezas -materiales o espirituales- nos preocupan, precisamente porque
cuesta ver el final del túnel. No podemos exclamar fácilmente: "Hemos llegado a la
cima". Y hoy, en que nuestra eucaristía tiene la singularidad de la presencia de la
llama de la lengua catalana, que reivindica el respeto al derecho elemental de
emplearla, toman viveza las palabras que el poeta escribía (Joan Alavedra) y el
maestro musicaba (Pau Casals):
“Que en són, de pesats,
els pendents sobtats
d’aquestes muntanyes!
Quan s’acabarà
tan llarg caminar
per terres estranyes!”
Es la exclamación de los exiliados que anhelaban el regreso a la patria en los grises
inviernos de los años 40 en Prada de Conflent, donde ha sido encendida la llama de la
lengua. Toda travesía de desierto resulta un largo caminar, precisamente porque el
paisaje es extraño, no resulta familiar. Benedicto XVI, al abrir el Año de la fe, decía
que ha aumentado la "desertificación" espiritual (Homilía del 11 de octubre de 2012 en
la inauguración del Año de la fe). Y para nosotros, a la crisis económica, a la crisis
institucional después de que el pueblo catalán hizo oír su voz el pasado septiembre,
sigue ahora una época de convulsión, donde por todos lados sale a la superficie la
ausencia de valores que escondía la más absoluta falta de honestidad.
La "honestidad de las costumbres públicas" que el obispo Josep Torras i Bages pide a
la Virgen de Montserrat en su Visita Espiritual adquiere más que nunca actualidad en
la vida social de nuestro entorno. Nos sentimos un poco extraños en nuestra casa, y
eso no puede ser. Es necesaria una reorientación. Hay que ser conscientes de la
"desertificación" espiritual en nuestro país y en nuestro mundo globalizado, y poner
remedio desde nuestra responsabilidad de cristianos.
No sabemos cuándo acabará tan largo caminar, pero la Cuaresma no nos encierra en
la jaula de cristal de una falsa liturgia, sino que, de la mano del Señor que combate y
triunfa en el desierto y arrastra a los discípulos al monte de la Transfiguración,
asumimos el dolor de nuestro mundo, de nuestro país, de nuestra Iglesia, e intentamos
transmitir la confianza que sólo nos viene de la resurrección de Jesucristo.
Por eso necesitamos saber valorar todos los gestos y testimonios de serenidad
cristiana que vemos en nuestro entorno. En esta situación histórica insólita de final de
pontificado del papa Benedicto podemos reconocer un gesto de libertad y de escucha
de la voz de Cristo que nos habla de tantas maneras.
También nos ha hablado, durante ocho años, a través de su ministerio, y ahora
podríamos decir que lo hace a través de su testamento que son las alocuciones de
estos últimos días. Tan sólo en una semana de febrero ha tomado en dos ocasiones,
((Homilía del 2 de febrero de 2013 y Lectio divina con los seminaristas de Roma el día
8), el lenguaje de Juan XXIII para recomendarnos que no nos dejemos impresionar
por los "profetas de desventura" que, como los buitres de la primera lectura que
Abraham espantaba, hay que ignorar para que la ofrenda de nuestro compromiso
cristiano llegue íntegra a Dios. Así, al término del largo caminar por tierras extrañas
podremos entonar el "Gloria a Dios en el cielo", tal como haremos la noche de Pascua
al acabar nuestro caminar cuaresmal.