DOMINGO I DE CUARESMA (C)
Homilía del P. Ignaci M. Fossas
17 de febrero de 2013
Dt 26, 4-10; Sal 90, 1-2,10-15 (R.: 15b); Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13
Queridos hermanos y hermanas:
El pasado lunes el Papa Benedicto XVI comunicaba a un grupo de cardenales, y al
mismo tiempo en todo el mundo, su decisión de renunciar a su servicio como obispo
de Roma y sucesor de San Pedro el próximo día 28 de febrero. El Miércoles de
Ceniza, en la audiencia general, tras recordar brevemente esta decisión suya,
comentó el episodio de las tentaciones de Jesús, que se proclama cada año el primer
domingo de Cuaresma.
Por ello, y dado el relieve y el valor de las palabras de Benedicto XVI, me ha parecido
adecuado que en homilía de hoy hiciera resonar nuevamente su comentario. Así pues,
dice el Papa:
Superar la tentación de someter a Dios a sí y a los propios intereses o de ponerlo en
un ángulo y convertirse al justo orden de prioridad, dar a Dios el primer puesto, es un
camino que cada cristiano debe recorrer siempre de nuevo. "Convertirse", una
invitación que escucharemos muchas veces en Cuaresma, significa seguir a Jesús de
modo que su Evangelio sea guía concreta de la vida, significa dejar que Dios nos
transforme, dejar de pensar
Reflexionar sobre las tentaciones a las que es sometido Jesús en el desierto es una
invitación a cada uno de nosotros para responder a una pregunta fundamental: ¿qué
cuenta de verdad en mi vida? En la primera tentación el diablo propone a Jesús que
cambie una piedra en pan para satisfacer el hambre. Jesús rebate que el hombre
vive también de pan, pero no sólo de pan: sin una respuesta al hambre de verdad, al
hambre de Dios, el hombre no se puede salvar (cf. vv. 3-4). En la segunda tentación,
el diablo propone a Jesús el camino del poder: le conduce a lo alto y le ofrece el
dominio del mundo; pero no es éste el camino de Dios: Jesús tiene bien claro que no
es el poder mundano lo que salva al mundo, sino el poder de la cruz, de la humildad,
del amor (cf. vv. 5-8). En la tercera tentación, el diablo propone a Jesús que se arroje
del alero del templo de Jerusalén y que haga que le salve Dios mediante sus ángeles,
o sea, que realice algo sensacional para poner a prueba a Dios mismo; pero la
respuesta es que Dios no es un objeto al que imponer nuestras condiciones: es el
Señor de todo (cf. vv. 9-12).
¿Cuál es el núcleo de las tres tentaciones que sufre Jesús? Es la propuesta de
instrumentalizar a Dios, de utilizarle para los propios intereses, para la propia gloria y
el propio éxito. Y por lo tanto, en sustancia, de ponerse uno mismo en el lugar de Dios,
suprimiéndole de la propia existencia y haciéndole parecer superfluo. Cada uno
debería preguntarse: ¿qué puesto tiene Dios en mi vida? ¿Es Él el Señor o lo soy yo?
Superar la tentación de someter a Dios a uno mismo y a los propios intereses, o de
ponerle en un rincón, y convertirse al orden justo de prioridades, dar a Dios el primer
lugar, es un camino que cada cristiano debe recorrer siempre de nuevo.
«Convertirse», una invitación que escucharemos muchas veces en Cuaresma,
significa seguir a Jesús de manera que su Evangelio sea guía concreta de la vida;
significa dejar que Dios nos transforme, dejar de pensar que somos nosotros los
únicos constructores de nuestra existencia; significa reconocer que somos creaturas,
que dependemos de Dios, de su amor, y sólo «perdiendo» nuestra vida en Él podemos
ganarla. Esto exige tomar nuestras decisiones a la luz de la Palabra de Dios.
Actualmente ya no se puede ser cristiano como simple consecuencia del hecho de
vivir en una sociedad que tiene raíces cristianas: también quien nace en una familia
cristiana y es formado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser
cristiano, dar a Dios el primer lugar, frente a las tentaciones que una cultura
secularizada le propone continuamente, frente al juicio crítico de muchos
contemporáneos.
Las pruebas a las que la sociedad actual somete al cristiano, en efecto, son muchas y
tocan la vida personal y social. No es fácil ser fieles al matrimonio cristiano, practicar la
misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la oración y al silencio interior; no es
fácil oponerse públicamente a opciones que muchos consideran obvias, como el
aborto en caso de embarazo indeseado, la eutanasia en caso de enfermedades
graves, o la selección de embriones para prevenir enfermedades hereditarias. La
tentación de dejar de lado la propia fe está siempre presente y la conversión es una
respuesta a Dios que debe ser confirmada varias veces en la vida.
Sirven de ejemplo y de estímulo las grandes conversiones, como la de san Pablo en el
camino de Damasco, o san Agustín; pero también en nuestra época de eclipse del
sentido de lo sagrado, la gracia de Dios actúa y obra maravillas en la vida de muchas
personas. (...)
En este tiempo de Cuaresma, en el Año de la fe, renovemos nuestro empeño en el
camino de conversión para superar la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos y
para, en cambio, hacer espacio a Dios, mirando con sus ojos la realidad cotidiana. La
alternativa entre el cierre en nuestro egoísmo y la apertura al amor de Dios y de los
demás podríamos decir que se corresponde con la alternativa de las tentaciones de
Jesús: o sea, alternativa entre poder humano y amor a la Cruz, entre una redención
vista en el bienestar material sólo y una redención como obra de Dios, a quien damos
la primacía en la existencia. Convertirse significa no encerrarse en la búsqueda del
propio éxito, del propio prestigio, de la propia posición, sino hacer que cada día, en las
pequeñas cosas, la verdad, la fe en Dios y el amor se transformen en la cosa más
importante.
Hasta aquí las palabras de Benedicto XVI. Dejémonos interpelar, pues, por su
testimonio y oramos por él, por toda la Iglesia y por el futuro Papa, ofreciendo a Dios
en Cristo nuestro esfuerzo cuaresmal.