¿Sabes con quién andan tus padres?
Domingo 4º cuaresma 2013 C
La familia en el mundo ha sufrido transformaciones profundas desde que papá y
mamá han tenido que dejar el nido familiar que ahora se ve solitario y donde los
hijos regresan cada día de la escuela, sin encontrar una mano tendida, sin un beso
de bienvenida y quizá sin un plato caliente para compartir la comida. Muchas veces,
entonces, los padres no están enterados de lo que ocurre con los hijos y sólo se dan
cuenta de las grandes tragedias juveniles cuando es demasiado tarde para
encontrar solución. Han caído en las redes de la delincuencia juvenil, o en las
drogas y su comercio, o se han metido a explorar los caminos siempre atrayentes
del sexo juvenil, aparentemente sin ningún compromiso, lo que a la postre resulta
sumamente costoso, pues aparece una criatura que ciertamente no pidió venir, que
a veces encuentra la muerte en el seno de su propia madre, o se enfrenta a la
realidad de no tener a quién llamar padre sobre la tierra.
Es por esta razón que los que son padres de familia acogerán el mensaje de Cristo
donde refleja el amor y la misericordia del buen Padre Dios, en una parábola que
describe la bondad, la misericordia y el cariño de un padre que ve perdido, al
menor de sus dos hijos. Se trata de una parábola que mis lectores se conocen de
memoria, pero que cada que tenemos oportunidad de encontrarnos nuevamente
con ella, nos deja un agradable sabor de boca, la actitud de nuestro buen Padre
Dios para los que hemos conocido el pecado en el mundo. Ese padre sufrió
inmensamente porque su hijo, ya joven, se acerca a él, pidiéndole su herencia, sin
importar que con eso pudiera provocar la muerte de su propio padre. Los padres de
hoy habrán escuchado frases semejantes: “ya me tienen harto… yo no los
aguanto,…para qué se meten en mi vida…”. Aquél papá quiere mucho a su hijo pero
es sumamente respetuoso de su dignidad y de su libertad, de manera que ve con
tristeza la marcha de su hijo.
Cada quién imagine el país, las costumbres, y la vida que llevaría aquél muchacho,
guapo, bien parecido, con dinero en el bolsillo. Cuántos “amigos” y “amigas” logró
en cuanto hizo su aparición, y un buen día, como todas las cosas de este mundo,
el muchacho se encontró sin dinero, sin amigos y sin amigas y en país extraño.
Hubo que trabajar, otro aspecto que él no conocía, y no hubo más que ocuparse de
porquero, con un hambre que él no conocía y .si hubiera podido, se habría
alimentado de las bellotas de los puercos. Pero al mismo tiempo que el hambre,
hizo su aparición la reflexión. Aquél muchacho se metió dentro de sí y aquilató todo
lo que había perdido cuando salió de la casa de su padre. Sintió que había perdido
los bienes, la comodidad, el verse distinguido delante de los demás por ser el hijo,
pero sobre todo sintió su indignidad como hijo y como persona, sintió manchada su
filiación. Era un hijo indigno. Pero como era de armas tomar, después de aquella
seria y profunda reflexión, “decidió” tomar el camino a casa.
Cuando llegó no encontró reproches, sólo unos brazos abiertos y una fiesta
preparada para él, con lo cual le mostraba su padre que con su regreso había
recobrado sus bienes, pero sobre todo su dignidad y su filiación. La fiesta estuvo
en grande, y sólo se ensombreció cuando el padre se dio cuenta que su hijo mayor
no quería tomar parte en la fiesta, y menos abrazar a su hermano y felicitarlo por
su regreso. Su corazón, a pesar de vivir siempre en la casa paterna, estaba seco,
frío, insensible, resentido y solitario. No sabemos si la instancia del padre tuvo
éxito, ni sabemos el fin de todo aquello, pero sí nos queda claro que pase lo que
pase, esos brazos amorosos de nuestro buen Padre Dios estarán abiertos de par en
par, generosos, para recibirnos, sin reproches, y sin sopesar qué tal lejos hayamos
ido, qué tan grandes sean nuestros pecados.
Mis palabras sin incapaces de reflejar los muchos matices de la parábola de Cristo,
de manera que les dejo a mis lectores la tarea de encontrarla en el Evangelio y
comenzar a repasarla, encontrando un camino, mejor, una puerta abierta a la fe, a
la gracia y al perdón, en medio de este tiempo especialísimo de cuaresma, en el
año de la fe.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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