III Domingo de Cuaresma, Ciclo C
Meditación:
La búsqueda de una respuesta satisfactoria al dolor.
Estimados hermanos y amigos:
En la Biblia podemos leer que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios,
así pues, si hemos sido llamados a ser dioses por la aceptación de la Palabra de
nuestro Criador, no ha de sorprendernos el hecho de que intentemos responder
objetivamente las cuestiones últimas relacionadas con nuestra existencia, muy a
pesar de que ello no nos es posible si nos basamos en nuestros razonamientos
humanos. Como podemos decir muchas cosas con respecto a las citadas cuestiones
y el formato de esta edición de Padre nuestro me exige que sea breve al exponeros
esta meditación para que la misma sea publicada en los portales y listas de correo
cuyos lectores leen mis textos semanalmente, en esta ocasión, dado que estamos
en el centro de la Cuaresma, vamos a reflexionar brevemente sobre el dolor.
En el Evangelio de hoy nuestro señor nos habla de 18 víctimas del
derrumbamiento de una torre y de las víctimas involuntarias de un sacrificio
humano. De la misma manera que no sabemos por qué tenemos problemas los
cuales carecen de importancia por lo que tenemos tendencia a olvidarlos porque los
consideramos insignificantes, nos inquieta la razón por la cuál la humanidad es
víctima de actos terroristas, ignoramos la razón por la que existen la pobreza y la
enfermedad, al mismo tiempo que no sabemos cuál es la causa que justifica otras
formas en que lo que erróneamente calificamos como mal nos hace infelices.
Muchas de estas cuestiones pueden ser respondidas en cierta forma por nosotros
sin que nos sea necesario acudir a la Religión para ello, así pues, existen respuestas
muy sencillas que justifican, por ejemplo, la existencia del terrorismo y la pobreza,
aunque las mismas sólo nos hacen recordar que la humanidad está sedienta de
poder, de prestigio y de riqueza, pero aún así, desde la óptica de nuestra fe, nos es
necesario intentar responder satisfactoriamente las citadas cuestiones, dado que
estamos de paso en un mundo en que hemos recibido la misión de alcanzar la
felicidad en conformidad con las posibilidades que tenemos para ello, sirviendo a
Dios en nuestros prójimos los hombres.
Aunque disponemos de todos los años que vivimos para responder
satisfactoriamente a las cuestiones cuya existencia estamos meditando, todas las
religiones cristianas nos apremian a que no dejemos de esforzarnos para intentar
iluminar estas cuestiones sobre las que estamos reflexionando, ya que ignoramos el
momento en que acontecerá la Parusía de nuestro señor al mundo, y, en ese
glorioso momento, se nos acabará el tiempo de prueba que se nos ha concedido
para que nos formemos en el conocimiento de nuestra fe, antes de que concluya la
instauración del Reino de Dios en el mundo. Es cierto que necesitamos que Dios
venga a nuestro encuentro para librarnos de nuestras miserias, pero no es menos
cierto que necesitamos conocer nuestras creencias a fondo, porque no podremos
valorar suficientemente al Todopoderoso, hasta que seamos conscientes de lo que
El ha hecho por amor a nosotros y con tal de conducirnos a su presencia
purificados. A este respecto, en el Evangelio de hoy, Jesús nos habla de una
higuera improductiva cuyo dueño quería cortar, a pesar de que el jardinero le pidió
un poco más de tiempo, con el fin de hacerla fructificar al menos una sola vez,
aunque lo que más deseaba era intentar que aquel árbol no fuera estéril para
siempre.
No estamos capacitados para saber la razón por la que podemos carecer de
trabajo temporalmente, de la misma forma que tampoco conocemos las causas por
las que podemos sufrir enfermedades o ver fallecer impotentes a nuestros seres
queridos, pero ello no nos impide reconocer que el dolor nos sirve para reconocer
que en el caso de que no nos valoremos ni a nosotros, ni a nuestros seres queridos
ni a nuestras posesiones, en nuestra vida, no todo es malo. La realidad del dolor
nos ayuda a amar lo que somos y lo que tenemos hasta el punto de incitarnos a
seguir venciendo obstáculos mientras se prolongue nuestra existencia mortal. La
realidad del dolor nos hace conscientes de que no debemos perder lo que hemos
conseguido, de que debemos relacionarnos con nuestros prójimos, y de que Dios es
nuestro Padre.
El dolor tiene sentido porque, aunque nuestra vida es muy limitada, dios vivirá
eternamente, y nos ha llamado a vivir en su presencia, así pues, el sufrimiento sólo
es una prueba que tenemos que pasar para poder comprender que somos hijos del
Dios que lo dio todo por todos en un mundo en que no tenemos más remedio que
preocuparnos exclusivamente de nosotros, a no ser que nos guste complicarnos la
vida y jugárnoslo todo a la carta de un Dios que nos ama y de unos prójimos de
entre los cuales muchos pueden llegar hasta apuñalarnos por la espalda en el
momento en que nos cojan desprevenidos para librarse de nosotros. Servir a los
considerados buenos es muy fácil, pero tienen un gran mérito quienes están
capacitados para hacer que quienes caminan por sendas tortuosas busquen la luz
de la vida.
La Resurrección de Jesús es para nosotros un signo esperanzador, no sólo por su
simbolismo teológico, sino porque muchas veces pensamos que no podemos
resolver nuestros problemas, porque siempre nos es más fácil pensar que ahora no
nos es posible porque..., es que..., pero... etc., y, si miramos a Jesús muerto y
Resucitado y tenemos fe en la Trinidad Beatísima, comprobaremos que somos
capaces de hacer más cosas de las que pensamos. Si creemos que Dios nos
escucha cuando oramos, pidámosle a nuestro Padre común lo que necesitamos, y
esforcémonos para conseguir las citadas dádivas, pues ello será una señal de que
aceptamos a Dios. Yo no puedo pedirle al Señor que me dé trabajo y quedarme
sentado en mi casa esperando que el trabajo me busque a mí, así pues, debo
aprovechar todos los medios que tengo a mi alcance para lograr mi objetivo. Hace
más de 10 años conocí a una chica que estaba muy enamorada de un chico al que
veía todos los días, pero no se atrevía a confesarle su amor al joven que tanto
decía que adoraba. La joven estudiante enamorada oraba mucho para que dios
hiciera que aquel chico al que ella adoraba se enamorara de ella de una forma
mágica, de manera que ella no tuviera que preguntarle si quería salir con ella, ya
que le daba miedo el hecho de ser rechazada. Mi amiga no obedeció mi consejo,
pues le dije que hablara con nuestro amigo común, dado que, en el peor de los
casos, recibiría la negativa que tanto temía. Yo puedo pedirle a Dios muchas cosas,
pero, si nuestro Padre común no me concede todo lo que le pido, debo pensar que
el sabe lo que me conviene, y que no me dará lo que necesito inmediatamente,
porque se aprovechará de mis carencias para fortalecer mi voluntad débil, mi
paciencia y mi nítida fe.
Yo quisiera que en este tiempo de conversión le pidamos a nuestro Criador que
nos capacite para que ayudemos a quienes, al desconocer las respuestas
fundamentales referentes a nuestra existencia, intentan olvidarse de las mismas,
pues es necesario que abran los ojos, que busquen en su interior porque pueden
encontrar en sus corazones muchas sorpresas, pues no hemos de desaprovechar el
tiempo de nuestra redención para ansiar la salvación de nuestra alma. Jesús
Crucificado representa la máxima expresión del dolor característico de la
humanidad. Jesús era joven cuando murió. Su dolor no se prolongó durante toda
una vida, pero sus enemigos le privaron de alcanzar la plenitud de la felicidad
cumpliendo sus sueños, aunque nosotros no somos capaces de imitar al Hijo de
María porque nuestros ojos no ven más allá de las preocupaciones que forman
parte de nuestra rutina diaria. Mucha gente opina que existen circunstancias en las
que es mejor morir que luchar por alcanzar algo que parece imposible, pero lo
cierto es que la esperanza se extingue cuando se sabe que se perderá la vida, o
cuando no existe un estímulo constante que nos ayude a vencer los obstáculos que
nos impiden realizarnos durante nuestra corta vida.
Concluyamos esta meditación pensando en el examen de conciencia que hemos
de hacer antes de confesarnos con el fin de preparar la celebración de la Pascua.
Oremos para que nuestro Padre común, a través de las pruebas que nos hará vivir,
nos ayude a extinguir nuestros defectos de nuestros corazones.