IV DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C
ORGULLO, CREERSE POSEEDOR DE DERECHOS, PERO CARENTE DE AMOR
Padre Pedrojosé Ynaraja
No se olvide que la parábola del hijo pródigo es uno de los más bellos relatos de la
literatura del Medio Oriente antiguo. Antes de comentar sus contenidos,
permitidme, mis queridos jóvenes lectores, que os comente algunos detalles
anecdóticos, que aumentan el relieve de la narración.
La indigencia en que ha caído el díscolo y ambicioso hermano menor, se expresa en
el ejercicio de un quehacer que en aquellos tiempos resultaba asqueroso. Al semita
le repugna el cerdo. El porqué de esta actitud no se sabe con certeza.
Probablemente habrá influido en ello que es un animal que puede, en ciertos
momentos, comer porquerías. Cuando uno ha visto cerdos alimentándose de
basuras, le cuesta aceptar que de este animal pueda salir el rico jamón. Es
propenso a trasmitir la peligrosa triquinosis o su ingestión aumenta el colesterol en
sangre (reconozco que este último extremo sería totalmente desconocido en la
antigüedad, pero no sus consecuencias). Estos y otros factores comportan que la
responsabilidad de una piara de cerdos, fuera tenida como un oficio despreciable.
Algo así como quien ahora osara criar cucarachas en su desván.
El algarrobo es un árbol frecuente en Tierra Santa y en toda la cuenca
mediterránea. Se suele decir que donde hay olivos, crecen también algarrobos.
Pese a ello sólo en este pasaje bíblico se le menciona. Su fruto es en leguminosa.
De sabor dulzón, con apariencia de gran vaina, que se endurece al madurar. Fue y
es alimento de animales y personas. Componente de chocolates baratos hasta hace
poco y excelente aditivo en confitería y heladería industrial hoy. Cuando de
pequeño vivía en Burgos había una tienducha que llamaban “engañaniños”, donde
adquiríamos estos sabrosos frutos por pocos céntimos. En la actualidad por ciertos
lugares se la llama “pan de San Juan”, sin que yo sepa el porqué. Vaya por delante
que, para un israelita, como para cualquier urbanita de hoy, es un fruto
menospreciado.
La intencionalidad, la enseñanza de la parábola dirigida a los primeros receptores,
aquellos que la escuchaban de Jesús, estaba dirigida a la gente notable
socialmente. El acento, pues, lo ponía en el hermano mayor. Vosotros y yo, mis
queridos jóvenes lectores, debemos atribuírnosla, ya que dentro del ancho mundo,
el solo hecho de leer y comer, nos incorpora al grupo. Somos afortunados y
podemos considerarnos superiores a tantos emigrantes o marginados que nos
rodean. El orgullo es pernicioso. La peor desgracia espiritual, es la carencia de
humildad. Examinémonos desde el principio, que la parábola va, en este aspecto,
dirigida a nosotros. ¿Nos quejamos y exigimos, creyéndonos con derechos
superiores a los de los demás, reivindicando con presunción, que tenemos derecho
a ser especialmente atendidos por Dios? Si así pensamos en nuestro interior
meditémosla desde este ángulo como a nosotros dirigida.
Pero no se acaba el mensaje en la reprobación de la insolencia del hermano mayor.
Su contenido ejemplar, se prolonga en la historia del hijo menor. De su mal
comportamiento, de su sincero examen de conciencia y de su valiente decisión. De
aquí sacamos la esperanza que a veces nos falta. Como somos pecadores, el
contenido es provechoso a todo quisque. El Señor, nuestro Señor, que es Padre,
nos espera ilusionado. Su deseo no es el castigo, su ilusión es incorporarnos a su
Reino y hacernos gozosos colaboradores suyos.
Pese a que la llamemos del hijo prodigo, sería más adecuado titularla la del
ambicioso, orgulloso y engreído hijo mayor. Tal vez pensándola así nos sentiríamos
todos incorporados a ella. El que se alejó del hogar supo convertirse, el arrogante,
tal vez cualquiera de nosotros que protestamos por la invasión de emigrantes del
Tercer Mundo, a los que despectivamente llamamos sudacas, moros o negros,
escribo en argot de España, debamos examinarnos sinceramente a la luz de la
enseñanza del Maestro y convertirnos .