Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
El delito de la misericordia
Estoy seguro que de la multitud de escritos pontificios, la carta del Papa emérito Benedicto
XVI a los obispos con ocasión de la remisión de la excomunión a los cuatro obispos
consagrados por el arzobispo Lefebvre, quedará como un hito en la historia porque allí el
Papa abre su corazón con sencillez y deja al descubierto la dureza del corazón humano:
“Me ha entristecido encontrarme también con católicos que pensaron que debían herirme
con una hostilidad dispuesta al ataque”. ¿Por qué? Porque el Papa tuvo un humilde gesto de
misericordia con los excomulgados y esto dio lugar a un escándalo a nivel mundial. Como
decía san Pablo: “Si os mordéis y os devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros
mutuamente” (Gal. 5,15).
Conozco a dos señores que tienen ganadería de levante en los llanos. Con el tiempo se
extendieron hasta las montañas y allí encontraron a una población sumida en la miseria. Yo
estuve allí y soy testigo de haber visto personas con sarna, desnutridas y olvidadas en lo
espiritual, moral y cultural. Las mujeres, ‒las niñas de diez años ya se les considera
mujeres‒, bajan todos los días al río para lavar y subir agua para la comida. Pues bien, estos
dos hombres trataron de hacer un depósito de agua en el pueblo, pagaban la tubería y las
bombas, pero no pudieron porque las autoridades se lo impidieron. ¡Qué difícil es hacer el
bien!
La parábola del hijo pródigo nos muestra cómo se persigue al que decide ser compasivo
con el que yerra. Te critican más por ser bueno, que por malvado. Veamos: el menor de los
dos hermanos pidió por adelantado su herencia, la malgastó con malas mujeres y derrochó
toda la fortuna. El padre, sin embargo, no guardaba rencor hacia su hijo porque lo amaba
por encima del dinero. Sentía lástima porque era su hijo. Cuando tuvo noticia de su regreso,
salió a su encuentro, lo abrazó, lo cubrió de besos y le vistió unas sandalias, un manto y un
anillo, símbolos de la libertad y de la dignidad. El hermano mayor no reaccionó de la
misma manera que el padre y se llenó de rabia e indignación, ¿por qué? Porque no
soportaba que su padre fuera misericordioso. ¡Le hubiera impuesto un castigo a ese inútil!
En realidad este muchacho era igual de malo que el menor, lo único es que no tuvo el valor
de irse de la casa.
A los buenos y veraces se les persigue y critica duramente: a las parejas que deciden tener
varios hijos, al que asiste a la misa y reza, al que es fiel en el matrimonio, al joven que no
se emborracha, al trabajador que no roba y a todo el que simplemente se decide a ser
coherente con su conciencia, pero vale la pena.
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