Ciclo C: IV Domingo de Cuaresma
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
A Lucas se le conoce como el evangelista de la Misericordia, porque es quien más y
mejor nos habla de la misericordia de Dios y de Jesucristo. Lo hace sobre todo en la
Parábola del Padre pródigo (Lc 15, 1-3.11-32), cuyo derroche de amor se muestra
muy superior al derroche de desamor del hijo. Ciertamente el retrato genial que
Lucas hace del hijo menor con su happy end, dio pie a que, desde muy antiguo, el
relato fuera llamado la Parábola del Hijo Pródigo. Malamente, pues aun siendo tan
importante en sí mismo y como retrato tipo del pecador arrepentido (yo y ustedes),
lo central de la parábola es el Padre. Es Él, hecho amor y ternura, quien lo llena
todo: su acogida generosa, su alegría sincera, la fiesta que prepara… Así es el
Padre Dios, nos viene a decir Jesús: Padre y madre al mismo tiempo, como lo
muestra Rembrandt en su cuadro del Hijo Pródigo..
Amor y ternura con el descarriado hijo menor y amor y paciencia con el orgulloso
hijo mayor, que llega a disgustarnos tanto o más que el menor. Por su dureza en la
expresión y en el trato, tanto con su padre como con el hermano, a quien no quiere
reconocer como tal. “Ese hijo tuyo…”, le espeta al padre como si no fuera su
hermano. Resentido, malcriado, intransigente, orgulloso, es un triste ejemplo del
hombre que se cree cumplidor y justo (a lo mejor yo y ustedes). ¡Qué contraste con
la actitud del padre, que lo llama hijo y le recuerda que “el perdido” es su hermano!
No sabemos si logró hacerlo entrar en la fiesta…
La parábola nos hace ver ante todo lo que es el amor paterno, tan distinto del de
los hermanos. Y que recoge y vive todas las cualidades que para Pablo debe tener
el amor (1 Cor 13, 4-7). Todo esto es muy importante en el plano humano, sobre
todo en nuestros tiempos en los que tanto se habla del amor de las madres y tan
poco del amor de los padres. Al respecto, la Parábola del padre pródigo nos dice
que el amor de los papás por sus hijos debe ser entrañable y tierno, pendiente de
ellos (no importa donde estén) y dispuesto a la acogida cordial y al abrazo (más
allá de cómo los hijos se hayan podido portar). Como para la mamá, para el papá
los hijos deben ser amores incondicionales, carne de su carne, no importa lo que
haya pasado.
Ciertamente, para Jesús la Parábola del Padre Pródigo es ante todo la historia del
amor de Dios (y del mismo Jesucristo) para con los hombres. Nos presenta a dos
clases de hombres, pero podrían ser todos, pues lo que importa no es tanto la
variedad del descarrío y del pecado humano sino el perenne y total amor de Dios.
Que nos llama sus hijos, que vive pendiente de nosotros, que sale a nuestro
encuentro (dándonos tantas oportunidades), que nos acoge con abrazos y besos y
que nos reintegra a la familia. Al respecto, los maestros de vida espiritual ven y nos
presentan esta parábola como una invitación a la conversión y a la Confesión.
Nuestro buen Padre Dios nos espera para darnos el abrazo que perdona y lleva a la
Eucaristía.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)