Domingo I de Cuaresma del ciclo C.
Meditación:
La conversión y las tentaciones que nos impiden ser discípulos de Jesús.
1. Sigue a Jesús cuando sientas que te llama.
Existen dos razones fundamentales por las que nuestro Padre no es aceptado por
muchos de nuestros prójimos. La primera de las citadas razones consiste en que no
podemos ver a nuestro Padre común, ya que El carece de cuerpo físico. La segunda
razón consiste en que nuestras creencias son muy diferentes a las ideas en que
creen muchos de nuestros hermanos los hombres. Independientemente de la
ideología que nos caracterice, necesitamos vivir según las creencias que
aceptamos. En el Evangelio de san Lucas encontramos el siguiente texto:
"Mientras iban caminando, uno le dijo (a Jesús): "te seguiré adonde quiera que
vayas." Jesús le dijo: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza"" (LC. 9, 57-58).
Quizá nosotros, después de vivir unos ejercicios espirituales o de recibir algún
sacramento nos hemos sentido llenos de emoción para decirle a Jesús que seremos
sus discípulos hasta que concluya nuestra vida, pero, quizá al confrontar nuestra
religiosidad con la vivencia de las circunstancias que no podemos ni debemos
eludir, nos encontramos con que nuestra fe, que en un principio parecía
inquebrantable, se debilita rápidamente. Jesús le dijo a aquél que le dijo que le
seguiría adonde El fuera que el Hijo de María sólo tenía el cielo por techo, y la tierra
que pisaba como lugar de reposo y de trabajo. Quizá podemos pensar que Jesús
vivió como un profeta, y, por tanto, no tenía que cubrir las necesidades que
constituyen nuestras mayores preocupaciones hasta que no nos percatamos de que
las podemos cubrir. Es cierto que Jesús, a diferencia de la mayoría de sus prójimos,
renunció a la posibilidad de constituir una familia, pero no podemos pensar que esa
renuncia le hizo feliz, así pues, si el vino al mundo para servir a dios en sus
prójimos, no hemos de olvidar que la soledad y la carencia del afecto que sólo
podemos recibir los laicos en nuestros hogares debieron hacerle mucho daño. Jesús
renunció al hecho de ser feliz en el seno de una familia por amor a dios y a sus
hermanos los hombres. Quienes no somos religiosos, a pesar de que tenemos que
cubrir nuestras carencias a nivel material, no hemos de olvidar que hemos sido
llamados a vivir en la presencia de nuestro Padre común, y, por este hecho, al
recibir el Sacramento del Bautismo, además de convertirnos en hijos de nuestro
Criador, nos comprometimos a servir a nuestro Creador en nuestros prójimos los
hombres.
"A otro dijo (Jesús): "Sígueme." El respondió: "Déjame ir primero a enterrar a mi
padre." Le respondió: "deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a
anunciar el Reino de Dios."" (LC. 9, 59-60).
Yo pienso que Jesús no le hubiera impedido a ninguno de sus futuros seguidores
que hubiera sepultado a su padre antes de convertirse en su apóstol o en su
discípulo. El hecho de convertirnos al evangelio nos incita a cambiar nuestras
creencias, con el fin de que podamos aceptar plenamente la fe que profesa, en este
caso, la Iglesia Católica. Si no aprovechamos el momento -o las múltiples
ocasiones- en que Jesús nos invita a convertirnos en sus seguidores para aprender
a vivir en la presencia de dios, jamás podremos ser cristianos, dado que no
tenemos el poder de decidir cuál es el tiempo más apropiado de nuestra vida para
creer en Dios. No nos reportará ningún beneficio el hecho de renunciar a la fe que
podemos profesar en nuestra juventud para aceptar la misma en la ancianidad, con
el fin de no reconocer el miedo que puede producirnos el hecho de perder la vida en
cualquier momento. La Iglesia nos ofrece muchas posibilidades para que
aprendamos a recorrer el camino de nuestra santificación, así pues, de la misma
manera que los niños aprenden a caminar cuando son muy pequeños, la Iglesia
quiere enseñarnos que aprendamos a vivir en la presencia de nuestro Padre común.
Tenemos a mucha gente dispuesta a evangelizarnos, ya sea en los templos en que
celebramos la eucaristía, o en Internet, si no nos es posible trasladarnos desde
templos que, tal como es el caso del más cercano a mi vivienda, están
prácticamente abandonados a otros más activos, en el sentido de que la actividad
cristiana en los mismos es prácticamente nula.
"también otro le dijo (a Jesús): "TE seguiré, señor; pero déjame antes
despedirme de los de mi casa." Le dijo Jesús: "Nadie que pone la mano en el arado
y mira hacia atrás es apto para el reino de dios"" (LC. 9, 61-62).
Yo no puedo decirle a Jesús: espera que concluya el tiempo en que he de trabajar
para mantener mi hogar y mi matrimonio, pues, cuando no tenga nada que hacer,
te serviré, así pues, si es cierto que obtengo dinero porque realizo mi trabajo, no
puedo negarme a trabajar para nuestro señor, aunque no pueda hacerlo todo el
tiempo que quisiera servirlo en quienes me escuchan hablarles de Él o tienen
paciencia para leer mis meditaciones semanales. Si queréis que un trabajo sea bien
hecho, confiádselo a una persona que tenga muchas ocupaciones, pues sólo
quienes no tienen un segundo libre son capaces de hacer bien lo que quieren.
2. Las tentaciones de Jesús y de sus seguidores.
Para comprender las tentaciones que Jesús vivió en el desierto, hemos de
comprender cuál era la situación de la vida de nuestro Señor en aquél tiempo.
Jesús tenía unos 30 años cuando fue bautizado por San Juan el Bautista. Nuestro
señor vivió hasta aquél tiempo sujeto a san José, el cuál falleció durante los años
de la adolescencia de nuestro señor, y a María Santísima. Nuestra celestial
Mediadora cuidó de Jesús hasta que el Niño de belén cumplió cinco años. A partir
de aquél tiempo, María le encomendó la educación de su Hijo a su marido, ya que
los hombres debían educar a sus hijos a partir de aquella edad, y las mujeres a sus
hijas. Teniendo en cuenta este dato, no nos es difícil imaginar el gran dolor que
nuestro Señor debió sufrir cuando vivió la gran pérdida de su padre adoptivo.
Seguramente aquél acontecimiento hizo que Jesús profundizara en sus estudios
religiosos, ya que debió plantearse todas las cuestiones relativas a nuestra
existencia y a la quietud que observamos en Dios cuando sufrimos y necesitamos
que se nos manifieste liberándonos del peso que puede hacernos perder la fe.
María y José sabían que Jesús nació para cumplir la voluntad de dios, pero
ignoraban si nuestro señor había de vivir como un nazareo, o si llevaría a cabo su
misión en el taller de José, aunque esta segunda opción podría resultarles muy
difícil de aceptar. Como ambos ignoraban lo que Jesús iba a hacer para sobrevivir y
para servir a nuestro Criador, tomaron la decisión de que su Hijo aprendiera el
oficio de José, así pues, la agilidad con la que nuestro Hermano aprendió a trabajar
con sus manos, debió servirle para liberar su espíritu de las ataduras que pensamos
que constituyen el sentido de nuestra existencia, así pues, de la misma manera que
quienes trabajan con sus manos son libres al no depender de nadie, los hijos de
Dios son almas libres, hombres y mujeres que tienen su esperanza puesta más allá
de la posibilidad de vivir aferrados a sus muchos o escasos bienes caducos.
Cuando Jesús supo que San Juan estaba bautizando a sus oyentes, tomó la
decisión de hacerse bautizar por el hijo de Zacarías, así pues, quizá María le instó a
buscar al hijo de su parienta, con el fin de que lo encaminara a conocer la vida
profética, por si Dios quería que su Hijo se dedicara exclusivamente a predicar su
Palabra.
Jesús sabía que para él el bautismo era el comienzo de una misión que no podría
abandonar después de haberla comenzado a vivir. Jesús, a pesar de que lo más
probable era que ignorase lo que le iba a suceder en el futuro, se hizo bautizar por
San Juan, como si una fuerza lo empujara desde su interior a vivir en la presencia
de dios, una fuerza que, al mismo tiempo que le instaba a servir a dios, le hacía
feliz.
Aunque los evangelios Sinópticos no concuerdan con el evangelio de san Juan, los
Evangelios más parecidos entre sí nos informan de que Jesús, después de que
aconteciera el episodio de su bautismo, se retiró al desierto a meditar y a orar, para
ver qué era exactamente lo que dios quería de Él. Quienes no creen en la fuerza de
la oración deben tener una gran dificultad para comprender la razón por la que
Jesús se retiró a meditar al desierto, al considerar que nuestro Señor vino al mundo
a consolar a quienes sufren por cualquier causa.
-Jesús sirvió a dios aprendiendo a vivir tal como lo hacemos nosotros.
-Jesús sirvió a dios por medio del silencio de la oración y de la obediencia a sus
padres.
-Jesús sirvió a dios cumpliendo los preceptos religiosos característicos del
Judaísmo.
-Jesús sirvió a dios preparándose a hacer con su vida lo que nuestro Criador le
pidiera que hiciera, costárale lo que le costara obedecer a nuestro Padre Santo.
Jesús es Dios y hombre, así pues, ya que nació y vivió como un hombre, tuvo que
enfrentarse a las tentaciones que caracterizan nuestra existencia mortal.
Si nuestro señor no hubiera sido pobre, hubiera podido conseguir que el
Evangelio hubiera sido aceptado por quienes planearon su crucificción, pero los
enemigos del Hijo de María no hubieran aceptado la realidad de dios por amor a
nuestro Padre común, sino por tener a Jesús de su parte.
Si Jesús hubiera sido un personaje muy querido de su tiempo, no hubiera tenido
grandes dificultades para dar a conocer la Palabra de dios, pero su mensaje no
hubiera sido acogido por sus seguidores con amor e ilusión, pues nuestro señor
hubiera sido aceptado por causa de su fama, así pues, en tal caso, el Hijo de María
no hubiera sido amado por el hecho de ser nuestro Hermano, sino en virtud de los
milagros que hacía.
Jesús venció las tentaciones del diablo para que nosotros pudiéramos comprender
que nos es necesario vencer muchas dificultades con el fin de que podamos
alcanzar grandes metas.
San Marcos sintetiza muy brevemente el pasaje de las tentaciones del desierto.
"Después el Espíritu impulsó a Jesús a ir al desierto donde Satanás le puso a
prueba durante cuarenta días. Vivía entre animales salvajes y era atendido por los
ángeles" (MC. 1, 12-13).
San Juan Marcos no nos explica en qué consistieron las tentaciones a las que
nuestro señor se enfrentó en el desierto, pero los Evangelistas San Mateo y san
Lucas se ocuparon de describirnos el citado pasaje bíblico, el cuál fue la última
etapa de la preparación de Jesús, antes que el Mesías iniciara su Ministerio público.
Los Evangelistas San Mateo y san Lucas nos describen la primera de las tres
tentaciones a las que Jesús venció.
"Entonces el diablo le dijo: "si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta
en pan."" (LC. 4, 3).
Antes de exponernos el primer intento que el diablo hizo para lograr impedir que
Jesús llevara a cabo nuestra redención, san Lucas escribió en su primera obra:
"Jesús, lleno de Espíritu santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el
Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada
en aquellos días, y, al cabo de ellos, tuvo hambre" (LC. 4, 1-2).
El autor del citado texto nos dice que Jesús fue lleno del Espíritu santo cuando fue
bautizado en el Jordán. También se nos dice en el Evangelio de san Lucas que Jesús
era conducido por el Espíritu de dios, es decir, nuestro Maestro actuaba dejándose
impulsar por el Paráclito para cumplir la voluntad de nuestro Padre común. Jesús
sufrió las tentaciones del diablo y ayunó durante cuarenta días con sus respectivas
noches. Es obvio pensar que nuestro Señor tuvo que alimentarse de hierbas para
sobrevivir, pues ninguna persona puede vivir durante tanto tiempo sin alimentarse.
Independientemente de la forma en que interpretemos el ayuno intenso que llevó a
cabo nuestro señor en el desierto, no nos cabe duda de la sensación de debilidad
que debió adueñarse de El en aquél tiempo. El tentador sabía que en aquel estado
en que estaba nuestro señor hubiera podido convencer a mucha gente para que
renunciara de su fe, ya que no todos podemos comprender el silencio que guarda
dios cuando necesitamos escuchar su voz para impedir que se extingan nuestras
creencias religiosas de nuestro corazón, pero nuestro señor no se dejó vencer
fácilmente.
Satanás le dijo a Jesús que dejara de orar el tiempo que necesitaba para
convertir una piedra en pan y alimentarse. En cierta forma, podemos creer que el
seductor aconsejaba a Jesús intentando impedir que el Mesías no se enfermara en
aquel estado, pues sabemos que los ayunos que se prolongan demasiado pueden
debilitar extremadamente a quienes los practican. Si Jesús hubiera cedido a la
pretensión del diablo se hubiera alimentado, pero nos hubiera dado a entender que
podemos y debemos hacer lo que queramos, aunque ello signifique que podemos
hacer todo lo que nuestro Padre común define como ilícito en la exposición de su
Ley. Jesús podría granjearse nuestra amistad si nos concediera todo lo que le
pedimos en nuestras oraciones, pero ese hecho indica que nuestro corazón no le
aceptaría por amor, sino por egoísmo. Existen circunstancias en las que nos es más
provechoso sacrificarnos que optar por conseguir lo que nos es necesario para
evitarnos dolores y molestias.
A pesar de los sacrificios que debemos hacer para favorecer a nuestros prójimos
e incluso para beneficiarnos a nosotros, no hemos de olvidar que necesitamos
dinero y bienes materiales para vivir. Esto lo sabemos bien quienes conocemos la
pobreza y la impotencia que caracteriza a quienes carecen de los medios necesarios
para solventar sus carencias y para ayudar a sus familiares. Por otra parte, a pesar
de que nos es necesario conseguir bienes materiales, y a pesar de que el amor sólo
es un sentimiento, es importante que no nos afanemos únicamente para ganar
dinero, dado que el amor y la compañía de quienes amamos nos ayudan a ser
felices. Jesús le dijo al tentador para justificar su rechazo de la primera tentación:
""está escrito: No sólo de pan vive el hombre."" (CF. LC. 4, 4).
Al leer el citado versículo del Evangelio de San Lucas, nos preguntamos: ¿En qué
sentido nos dice San Lucas que debemos vivir teniendo en cuenta algo a lo que le
hemos de dar más importancia que al hecho de tener un hogar y de poder cubrir
nuestras carencias? Si no sólo de `pan vive el hombre, ¿de qué otra cosa podemos
alimentarnos para no perder la vida? San Mateo escribió en su Evangelio:
"-Las escrituras dicen: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra
pronunciada por Dios" (MT. 4, 4).
Si el pan nos es necesario para mantenernos vivos, la Palabra de dios nos es
imprescindible para vivificar nuestro espíritu.
A pesar de lo expuesto en esta meditación, ¿por qué se negó Jesús a comer un
poco de pan en el desierto? ¿No hubiera podido Jesús encontrar otra manera menos
drástica de explicarnos que debemos aprender a ser fuertes cuando no podamos
evadir el sufrimiento que no le hubiera supuesto un sacrificio? Jesús vivió como
nosotros, -como un hombre cualquiera-, así pues, Él tenía que sacrificarse para
enseñarnos el valor de la renuncia. Hace algún tiempo me contaron una anécdota
muy simpática. Una mujer le dijo a su hija de cinco años que no debía mentir una
tarde mientras que la pequeña merendaba. Minutos después sonó el teléfono, y la
niña le preguntó a su madre: ¿Atiendo el teléfono? La buena señora le contestó: -Si
es Ana la que está llamando, dile que no estoy en casa. Si Jesús consideró oportuno
el hecho de privarse de los alimentos que necesitaba para vivir y se dedicó a
fortalecer su espíritu por medio de la oración y la meditación, ello indica que Él es
nuestro ejemplo a seguir en todo lo que hacemos durante los años que se prolonga
nuestra vida.
Existe una disparidad en la exposición de las tentaciones que vivió Jesús en los
textos bíblicos que exponen detalladamente esta vivencia de nuestro señor, así
pues, San Lucas expone en segundo lugar la tentación que San Mateo expone en
tercer lugar. Nosotros vamos a meditar el Evangelio de las tentaciones de Jesús
siguiendo la narración que san Lucas nos hace de las mismas.
"Llevándole a una altura (el demonio a Jesús) le mostró en un instante todos los
reinos de la tierra; y le dijo el diablo: "te daré todo el poder y la gloria de estos
reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me
adoras, toda será tuya."" (LC. 4, 5-7).
Jesús sabía que el demonio intentaba persuadirlo con el fin de que renegara de
dios para que obtuviera aquello por lo que los hombres se matan entre sí, es decir,
el poder. Por mucho dinero que pueda tener una persona, si la misma no es
poderosa, vivirá a merced de quienes deseen explotarla. Satanás dijo de sí mismo
que era el dueño de la tierra porque el corazón trasgresor de la Ley de dios de los
hombres le rinde culto con mucha frecuencia. Satanás fue muy astuto al hablarle a
Jesús en aquella ocasión, así pues, ya que cuando nuestro señor fue atacado por
primera vez se negó a satisfacer nuestras carencias, el demonio decidió dotarlo con
todo su poder, ora para que nos salvara, ora para que nos explotara a placer, o ya
fuera para que solventara nuestras carencias cuando lo creyera oportuno. Jesús
sabía que no era lo mismo ser aceptado por nosotros por causa de nuestra fe que
ser acogido en nuestros corazones por causa de su poder. Es cierto que nosotros
deseamos ser temerosos de Dios, pero el citado temor no es un sinónimo del
miedo, sino un respeto reverencial.
"Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al señor tu dios y sólo a el darás
culto."" (LC. 4, 8).
Jesús le dijo al tentador que El prefería adorar a Dios antes que ser poderoso.
Jesús valoraba más los bienes espirituales que los bienes caducos que podía
adquirir.
Finalmente, el demonio subió a Jesús a la torre más alta del templo de Jerusalén,
y le dijo que saltara, con la intención de que diera un gran espectáculo, así pues, ya
que nuestro señor no quería satisfacer nuestras carencias para que aprendiéramos
a valorar los dones que recibimos de Dios, Satanás quiso que la gente que viera a
Jesús caer del Templo sin hacerse daño acudiera a Él, con la intención de que
nuestro Señor se regocijara al ver que la gente le buscaba por causa de su
prestigio. Esto no sólo implicaba que amáramos a Jesús por su poder y no porque
Él es nuestro Hermano, pues Satanás quería que el Mesías pusiera a prueba el
amor de dios, así pues, si nuestro señor saltaba del alero del Templo, si Dios lo
amaba, tendría que enviar a sus ángeles, con el fin de que el Salvador del mundo
no muriera en su intento desesperado de alcanzar la fama rápidamente.
Concluyamos esta meditación pidiéndole a nuestra santa Madre que ore por
nosotros, para que no nos falte la fe que necesitamos para actuar como verdaderos
hijos de Dios, en un mundo en que nuestros valores se están extinguiendo.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com