IV Domingo de Cuaresma, Ciclo C
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Jos. 4,19; 5,10-12: El pueblo de Dios celebra la Pascua al entrar en la
tierra prometida.
La historia de la salvación está hecha de promesas de parte de Yahvé que
acompañan a la humanidad hacia nuevos horizontes y nuevas metas. Al comienzo
estaba sólo Abraham, luego hubo pueblo; en Egipto las tribus se convirtieron en
pueblo numeroso; más tarde en el Sinaí, hubo Ley y finalmente con la entrada en
Canaán, hay tierra. Pero la historia de la salvación no se detiene con la conquista
de esta tierra. Si bien esta entrada es muy importante, el autor sagrado subraya la
celebración, con el rito de la circuncisión y la celebración de la Pascua, antes del
ingreso en la nueva tierra. El no haber sido circuncidados los israelitas era
considerado como si continuaran siendo paganos, en estado de esclavitud, como en
Egipto. La circuncisión hacía miembro del pueblo de Israel con todos los privilegios
que ello llevaba consigo, como por ejemplo, participar en la celebración de la
Pascua. Esta celebración en Guilgal adquiere importancia por el significado que
tiene el ingreso del pueblo en la tierra prometida, más que la celebración de los
ritos de la circuncisión y la pascua (cfr. Ex.12-13). Ha terminado la travesía del
desierto y el maná del cielo, ahora la tierra de Canaán, asegura el alimento
necesario. Comienza la vida sedentaria del pueblo y el tiempo del reposo de Israel,
todo un nuevo estilo de vida y relaciones con los demás naciones que les rodean.
Estas fiestas celebradas en Guilgal, son las primicias de la nueva etapa que se abre
en la historia de la salvación. Son como la consagración de la nueva tierra: Dios ha
tomado posesión de ella y ha fijado su morada santificándola: en el santuario de
Guilgal. Esta entrada en la tierra prometida, es presagio y símbolo de la patria
definitiva, fruto de la acción del Mesías que vendrá a redimir a su pueblo.
b.- 2Cor. 5, 17-21: Dios nos ha reconciliado en Cristo.
San Pablo, nos invita a la reconciliación con Dios, por medio de Jesucristo, que
murió por todos. Su muerte es vida para nosotros, porque adquiere su muerte
sentido en la Resurrección de Cristo. Desde ahora, el hombre se le admira, no
desde su vida carnal o mortal, sino desde su destino de hombre Resucitado; lo
mismo Jesucristo, su sacrificio tiene sentido, como vencedor de la muerte (cfr.
1Cor. 15, 14). La mística cristiana es donde lo nuevo, adquiere importancia, si el
hombre está en Cristo, es criatura nueva, de ahí que la muerte de Cristo se
considere una reconciliación entre Dios y el pecador. La reconciliación viene a
significar el reconocimiento del daño hecho, causa de la separación, pero además,
la creación de una situación totalmente nueva, donde la persona va más allá de sus
propias aspiraciones humanas. Dios en Cristo, lo ha transformado todo. La Cruz, es
señal de una luz nueva, que marca el final del pasado, y el comienzo de lo nuevo.
El ministerio de la reconciliación, de la que los apóstoles son embajadores de Dios,
exige una situación nueva en la propia existencia; la reconciliación, se opone al
tradicionalismo, es decir, intento de fijar la historia, aquí se trata, de crear la
novedad en la propia vida desde esta luz nueva, que nace de la Cruz y la
Resurrección de Cristo.
c.- Lc. 15, 1-3. 11-32: Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.
Cada vez que meditamos esta parábola del padre que perdona a uno y exhorta al
otro, uno prodigo y otro justo, sacamos nuevas conclusiones que nos ayudan en la
vida. El protagonismo lo tiene el padre, que le permite marcharse al menor´, sin
hacerle preguntas, ni pedirle razones válidas para ello. Luego de malgastar su vida
en una vida de pecado y pasarlo mal, regresa con hambre, pero arrepentido, el
padre sale en su búsqueda, lo abraza, los besa, se conmueve, y tampoco le
reprocha ni pregunta razones de su regreso. Evidencia que retorna, comprueba que
lo ha pasado mal, le ofrece su amor de padre y su casa, en definitiva le devuelve su
dignidad de hijo. Esta imagen del padre, quiere reflejar el amor y la fuerza del
perdón de Dios, su forma de proceder con el pecador. A los justos y santos de
Israel, escribas y fariseos, les desconcierta, que el padre perdone al pecador con
tan largueza y más aún, festeje su regreso. La reacción del hijo mayor, habla a las
claras de su falta de amor a Dios y su prójimo, a pesar de haber cumplido en todo
lo mandado por la Ley. La imagen del padre, es reflejo del modo de actuar de Dios
con el pecador, al que ofrece su gracia y amor que reconcilia y salva; es
precisamente al perdido al que busca Dios para convertirle en hijo suyo en Cristo.
En Jesucristo, el Padre, nos da el perdón por medio de su misterio pascual, a todos
los hombres, especialmente al pecador. Los justos, si lo son de verdad, es porque
aman a su prójimo, pero si son, como el de la parábola, sirven a Dios como
esclavos, no son hijos, no tienen hermanos, porque no tienen a Dios como Padre.
Precisamente lo primero que nos enseña Jesús es a reconocer a Dios como su
Padre.
Santa Teresa de Jesús… Esta es una de esas confesiones de Teresa de Jesús donde
descubre cuantas gracias le concede Dios para su salvación. “No soléis Vos hacer,
Señor, semejantes grandezas y mercedes a un alma, sino para que aproveche a
muchas. Ya sabéis, Dios mío, que de toda voluntad y corazón os lo suplico y he
suplicado algunas veces, y tengo por bien de perder el mayor bien que se posee en
la tierra, porque las hagáis Vos a quien con este bien más aproveche, porque
crezca vuestra gloria. Estas otras cosas me ha acaecido decir muchas veces. Veía
después mi necedad y poca humildad, porque bien sabe el Señor lo que conviene, y
que no había fuerza en mi alma para salvarse, si Su Majestad con tantas mercedes
no se las pusiera.” (Vida 18,4-5).