V Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
Pautas para la homilía
Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.
Seguir e imitar a Cristo Jesús
Lo sabemos bien. Después del cautivador encuentro que tuvimos con él, Cristo es
todo en nuestra vida. Porque nos convenció de quién era, de la inmensidad de su
amor hacia nosotros, de la luz y vida que contienen sus palabras, caímos rendidos a
su invitaci￳n: “Te seguiré donde quiera que vayas”, sabiendo que hacíamos el
negocio de nuestra vida. Recibíamos mucho más de lo que le podíamos entregar.
Realmente encontramos un tesoro. Cada uno podemos expresar cómo fue este
encuentro con Jesús. San Pablo, con el ímpetu converso que le caracteriza, lo
expresa a su modo: “Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo
basura con tal de ganar a Cristo y existir en él”. Incluso las bellas palabras del
Señor en la primera lectura las podemos aplicar a nuestra relación con Cristo Jesús:
“No recordéis lo de anta￱o, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo,
ya está brotando, ¿no lo notáis?”. Sí, los cristianos hemos notado la gran novedad
que Dios nos ofrece en su Hijo Cristo Jesús, la nueva vida que quiere regalarnos de
ser hijos de Dios y hermanos unos de otros, la que nos lleva a vivir con sentido y
esperanza. Esa vida que Jesús mejor que nadie vivió y que entre otras cosas lleva
al perdón del que nos habla el evangelio de hoy.
Las diferentes miradas
Hay miradas y miradas. Según el dicho popular hay “miradas que matan”, que
expresan una gran carga de agresividad y violencia, buscan el mal, desean la
destrucci￳n de la persona a la que miran. Hay “miradas indiferentes”, que no dicen
nada, que simplemente reflejan eso, indiferencia. Sin embargo, hay miradas que
curan, que sanan, que animan, que dan vida… Son las “miradas de amor”. El poeta
Bécquer dice en uno de sus versos: “Por una mirada, un mundo”. Que podemos
traducir: “Por una mirada de amor, un mundo”. Una mirada de amor vale más que
el mundo entero.
En el evangelio de hoy encontramos dos clases de miradas. La mirada de los
letrados y fariseos, es una “mirada que mata”. Sus ojos no ven más que a una
mujer que ha cometido adulterio (del varón que ha adulterado con ella no dicen
nada), y según la estricta ley judía debe ser apedreada. Miran a esta mujer con una
mirada que mata, piden la muerte para ella.
La mirada de Jesús, mirada que ama y perdona
Nos encontramos también con la mirada de Jesús, una “mirada que ama”, una
mirada llena de amor para esta mujer. La mirada de amor tiene dos características
que no tiene la mirada sin amor. En primer lugar, la mirada de amor ve más allá de
las apariencias, ve el interior de las situaciones, el interior de las personas. En este
caso concreto, Jesús con su mirada de amor, ve que esa mujer está dolida y
arrepentida por lo que ha hecho, ve que esa mujer está pidiendo que la
comprendan y perdonen. Alguien ha dicho que “amar es saber mirar”. El amor
penetra muy hondo, tiene ojos más claros, más potentes para ver el interior de las
personas. Una madre, cuando ve entrar a uno de sus hijos por la puerta de casa,
con su mirada de amor sabe si su hijo está bien o está mal, si está contento o si
tiene alguna preocupación. El amor tiene una mirada más penetrante que la
inteligencia más poderosa. Sabe ver lo invisible, lo que no se ve, pero que está ahí,
es real. “Amar es saber mirar”. El emérito Papa Benedicto XVI, en su encíclica sobre
el amor, dice que Jesús porque ama tiene un “coraz￳n que ve”. Por eso, vio el
interior desolado y arrepentido de la mujer adúltera.
En segundo lugar, la mirada de amor siempre busca amar. Los letrados y fariseos,
porque no amaban, sólo buscaban el castigo para la que había pecado. Pero Jesús
con su mirada de amor, no busca condenar y castigar, sino curar, sanar, rehacer la
vida de una persona rota, devolverle su dignidad y que encuentre una buena salida
a su vida. El diálogo de Jesús con ella, después de haber puesto en evidencia a sus
detractores, está lleno de comprensión y de ternura:
“Mujer, ¿d￳nde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contest￳:
Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no
peques más”.
Dos lecciones más podemos sacar del evangelio de hoy. Primera: Dioses no hay
más que uno. Todos los demás somos seres humanos, fuertes y débiles a la vez.
Nadie de nosotros puede presumir de ser Dios, de ser impecable. Todos fallamos y
pecamos. En más de una ocasión, vamos en contra de nuestra propia conciencia,
que eso es pecar. Ojalá el sabernos débiles y pecadores, sin decir que el mal está
bien, nos haga más comprensivos con los demás, con sus fallos y destierre para
siempre el ser orgullosos y sentirnos por encima de los demás. Fue la lección que
Jesús quiso dar a los acusadores de la mujer adúltera.
Segunda lección. Todos necesitamos miradas de amor. ¿Sabemos que disfrutar del
cielo ya ahora en esta vida o padecer el infierno ya en esta vida depende en gran
parte de nosotros? Cuando lanzamos miradas de amor a los demás y recibimos
miradas de amor… ya estamos tocando el cielo con la mano. Cuando nos lanzamos
miradas de indiferencia, de desamor... y recibimos esas mismas miradas, ya
estamos padeciendo y sufriendo los tormentos del infierno. Ya sabemos lo que va a
pasar en el cielo, en el reino de Dios. Allí, de una vez por todas, va a reinar Dios y
todo lo que se oponga a Dios va a desaparecer. Como Dios es amor, lo que va a
reinar es el amor y nada más que el amor. Allí todos tendremos miradas de amor.
Se acabaron para siempre las miradas frías, las miradas llenas de odio, de rencor,
de agresividad… S￳lo habrá amor, solo habrá miradas de amor. Es nuestra gran
esperanza, es lo que nos ha prometido Cristo Jesús.
A veces nos cuesta mirar con amor a ciertas personas. Conocemos el remedio. Para
amar, lo mejor es sentirse amado. Para perdonar, lo mejor es sentirse perdonado.
Para mirar con amor, lo mejor es sentirse mirado con amor. Miremos
constantemente a Jesús en la cruz, o en cualquier otra situación. Él siempre nos va
a devolver una mirada de amor. De esta manera podremos ofrecer una mirada de
amor a todos los que nos rodean. “Amaos los unos a los otros, como yo os he
amado”.
Epílogo
Una traducción libre de un buen cristiano del evangelio de este domingo:
“Le presentaron a Jesús una mujer sorprendida en flagrante adulterio, y le
preguntaron: ‘la justicia manda eliminar a las tales. Tú ¿qué dices?’. Jesús contest￳
aquello de ‘el que de vosotros esté sin pecado que le tire la primera piedra’. Y los
acusadores se fueron retirando comenzando por los más viejos.
Pero mientras se retiraban, Jesús les grit￳: ‘No os marchéis. Que yo a vosotros no
os condeno’. Entonces los acusadores fueron volviendo sin sus piedras, y le dijeron
a Jesús: ‘Maestro, si tú no nos condenas, tampoco nosotros la condenamos a ella’.
Y Jesús se volvió a la mujer y le dijo: si éstos no te condenan, tampoco te voy a
condenar yo”.
Todos somos unos perdonados… y debemos de ser unos perdonadores.
Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)
Con permiso de: dominicos.org