Domingo II de Cuaresma del ciclo C.
Queremos ser semejantes a Jesús.
Ejercicio de lectio divina de LC. 9, 28b-36.
1. Oración inicial.
Un día más, nos ponemos en presencia del Señor, porque queremos adorarlo. No
permitamos que nuestras preocupaciones ni el ruido del mundo nos impidan vivir
este tiempo de oración, porque amamos a Nuestro Señor, el cual nos fortalecerá
espiritualmente, para que nos sea posible vivir como fieles discípulos suyos,
durante todos los días de la próxima semana.
El Domingo I de Cuaresma, por medio de la lectura del Evangelio (LC. 4, 1-13),
recordamos que debemos renunciar al pecado. En el texto evangélico que
meditaremos en esta ocasión (LC. 9, 28b-36), veremos a Jesús, como nuestro
mayor ejemplo a seguir.
Acompañemos a Jesús y a sus fieles seguidores al monte de la Transfiguración
durante este tiempo de oración, pero no sigamos a Jesús con la intención de ser
beneficiados por Nuestro Salvador, sino con la intención de fortalecer nuestra fe,
para que, cuando descendamos del monte, nos encontremos dispuestos, a ser
buenos seguidores, de Nuestro Redentor.
Oremos pidiéndole a Jesús que nos haga tan puros como es El, para que seamos
dignos de vivir, en la presencia de Nuestro Padre celestial.
Moisés y Elías, -el uno representante de la Ley, y el otro representante del
profetismo-, hablaron con Jesús, según veremos, al leer el Evangelio, que vamos a
considerar. Oremos pensando que debemos cumplir los preceptos religiosos que
nos caracterizan, y que también debemos ser semejantes a los Profetas del Antiguo
Testamento, a la hora de denunciar las injusticias.
Jesús, Moisés y Elías, hablaban de la Pasión del Señor, que iba a acontecer en
Jerusalén. Durante el tiempo que se prolongue nuestra vida, tendremos que sufrir,
y tendremos oportunidades de experimentar la felicidad. Oremos disponiéndonos a
no separarnos de Dios, pues, gracias a El, nuestra vida tiene un sentido especial,
que no podemos encontrar, sin vivir en su presencia.
Tal como Jesús y sus amigos escucharon la voz de Nuestro Santo Padre en el
monte de la Transfiguración, debemos escucharla nosotros, durante este tiempo de
oración, para que nuestra fe se fortalezca, y vivamos como buenos cristianos.
Oremos:
Porque sólo Tú, Espíritu Santo
Eres soplo en el espinoso camino de la fe,
avívanos y condúcenos para que, lejos de desertar,
seamos altavoces permanentes del amor de Dios.
Porque sólo Tú, eres la Verdad.
Atráenos a la claridad de la Palabra de Jesús
y así, con ella y por ella,
regresemos de la oscuridad del error.
Porque sólo Tú, eres Fuego.
Consume la leña de nuestro orgullo y cerrazón,
para que, abriéndonos con lo que somos y tenemos,
brindemos al Señor nuestros dones y nuestro ser.
Porque sólo Tú, eres Impulso Creador.
Muda nuestras acciones humanas en divinas,
nuestras ideas en frutos de santidad,
y, la siembra de nuestras manos y de todo esfuerzo,
en proyecto de un mundo nuevo con Dios.
Porque sólo Tú, eres Aliento Divino.
Enciende nuestros senderos inciertos.
Acompáñanos en las soledades y encrucijadas.
Levántanos de las caídas y tropiezos.
Sálvanos del maligno que amenaza lo divino.
Aconséjanos en las decisiones e incertidumbres.
Porque sólo Tú eres Fuerza.
Infúndenos valor para evangelizar sin timidez alguna.
Impúlsanos coraje para defender nuestra fe.
Provócanos serenidad para no responder con violencia.
Inyéctanos conocimiento para comunicar a Dios.
Engéndranos coherencia para vivir según lo que creemos.
Infúndenos testimonio para que otros vean lo que sentimos.
Fecúndanos paciencia para no sucumbir ante las pruebas.
Porque sólo Tú, eres Voz de Dios.
Que seas, hoy y siempre, en el presente
y futuro, mano tendida y abierta en esta,
nuestra hora evangelizadora.
Amén.
P. Javier Leoz
(
http://www.celebrandolavida.org
).
2. Leemos atentamente LC. 9, 28b-35, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 28b_36
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la
montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos
brillaban de blancos.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que,
apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a
los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a
Jesús:
—«Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías.»
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al
entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
—«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el
momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 9, 28b-36.
3-1. Pedro, Juan y Santiago.
"Tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar" (LC. 9, 28b).
¿Por qué llevó Jesús consigo a Pedro, a Juan y Santiago, y no eligió a otros
discípulos suyos, para que pudieran contemplarlo transfigurado? Pedro, y los hijos
del pescador Zebedeo, eran los discípulos del Señor, que mantenían una mayor
vinculación, con Nuestro Salvador. En efecto, tales amigos del Mesías,
acompañaron al Hijo de María, cuando resucitó a la hija de Jairo, la cual murió con
doce años (LC. 8, 51), y Pedro y Juan, fueron a preparar el Cenáculo, para que
Jesús celebrara su última Cena pascual, junto a sus discípulos (LC. 22, 8).
Recordemos que, en el pasaje de la pesca milagrosa (LC. 5, 1-11), aparecen los
nombres de Pedro, Juan y Santiago, y se oculta el nombre de Andrés, quien es de
suponer que estuviera presente en aquella ocasión, por ser hermano de Pedro, y,
por consiguiente, compañero de trabajo del mismo.
Normalmente, cuando se nos narra la historia de grandes personajes, se nos
habla de las virtudes -o cualidades- de los tales, así como de los logros que
alcanzan. En la Biblia, también se nos habla de las virtudes y logros de los
personajes principales, al mismo tiempo que se nos dan a conocer los defectos y
pecados de los tales, con el fin de que nos percatemos de que la perfección plena
no procede de los hombres, sino de Dios, el cual, perfecciona a sus creyentes, y
hace posible, que los tales, realicen, grandes obras.
Recordemos que Juan y Santiago querían para sí el monopolio de la fe (LC. 9, 49-
50), y despreciar a quienes no compartían sus creencias (LC. 9, 51-55).
Pedro era orgulloso, y creía más en su fuerza, que en el poder de Dios, que debía
actuar en él, para hacerlo un buen seguidor de Jesús (LC. 22, 31-34. 54-62).
Nosotros no queremos ser discípulos excepcionales de Jesús para buscar la
aprobación de los hombres, sino para ser cumplidores fieles de la voluntad de
Nuestro Santo Padre. Independientemente de lo torpes, tercos y pecadores que
seamos, si mantenemos la intención de ser fieles seguidores de Jesús, Nuestro Dios
nos quitará los defectos que nos caracterizan, nos purificará, y nos hará felices, al
conducirnos a su presencia.
3-2. Subamos al monte a orar.
¿Por qué se transfiguró Jesús en un monte? Los montes son lugares perfectos
para orar y encontrarnos con Dios, porque nos alejan del ruido del mundo, y son
ambientes propicios para que olvidemos nuestras preocupaciones temporales, con
tal que nos hallemos dispuestos, a comprender, al Dios Uno y Trino.
Jesús no llevó a sus amigos a descansar al monte, sino que les invitó a fortalecer
la fe que los caracterizaba, al tener la experiencia, de su Transfiguración. Quienes
hemos hecho retiros espirituales, tenemos la experiencia de cómo durante la
vivencia de los tales se nos ha fortalecido la fe, al entrar en contacto con Dios, más
allá de nuestras preocupaciones ordinarias, y del ruido del mundo.
Imaginémonos con Jesús y sus tres amigos en el monte de la Transfiguración,
teniendo el tiempo suficiente, para que Jesús nos aclare nuestras dudas de fe.
Subimos al monte cansados de pensar en nuestros problemas. ¿Cómo volveremos a
nuestra realidad, después de terminar este tiempo de oración y meditación?
Abrámosle a Dios nuestro corazón y nuestra mente, y El hará una gran obra en
nuestra vida, cuando le permitamos que se nos dé a conocer.
3-3. ¿Por qué se transfiguró Jesús?
"Y mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó y sus vestidos eran de una
blancura fulgurante" (LC. 9, 29).
Jesús se transfiguró ante quienes llegaron a ser sus Apóstoles, para demostrarles
quién es. Jesús no vino al mundo para destacar como un gran profeta o un gran
legista, sino a manifestarnos, a quienes creemos en El, que es el Unigénito de Dios.
Cuando San Pablo escribió en su Carta a los Colosenses que "él es imagen de dios
invisible, primogénito de toda la creación (CF. COL. 1, 15), no afirmó que Nuestro
Salvador fue creado por el Padre celestial, sino que dijo que, Nuestro Redentor, es
superior, a toda la creación, por lo cual, escribió en su Carta a los Romanos, con
respecto al Señor Jesucristo, que fue "constituido Hijo de dios con poder, según el
Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos" (CF. ROM. 1, 4).
¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Por qué?
3-4. El aspecto de Jesús transfigurado.
El rostro de Jesús brilló como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la
luz (CF. MT. 17, 2). El resplandor de Jesús, denota su divinidad, y, la blancura de
los vestidos del Señor, es descriptiva de su pureza.
Oremos pidiéndole al Señor que nos purifique y nos santifique, por medio del
Espíritu Santo.
3-5. La importancia del cumplimiento de los Mandamientos de Dios y del
profetismo.
"Y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías" (LC. 9,
30).
Moisés representaba la Ley, -por cuanto promulgó la misma-, y Elías
representaba a los Profetas, por causa de lo que hizo para servir al Señor, y de lo
que sufrió, al denunciar las injusticias, y la extinción de la fe de los corazones de
muchos creyentes, demostrándole a Yahveh su fidelidad.
Jesús fue Profeta, y cumplió la Ley de Moisés. Jesús no denunció el cumplimiento
de la Ley, sino la conversión de la misma en un código de conducta que, en vez de
santificar a los creyentes, los convertía en maestros en el arte de guardar la
apariencia de tener una santidad que, ni los caracterizaba, ni la deseaban.
Jesús dijo en cierta ocasión:
"No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir,
sino a dar pleno cumplimiento" (MT. 5, 17).
Cumplamos los preceptos característicos de nuestra religión, y, al mismo tiempo,
no olvidemos que hemos sido llamados, a ser profetas. Nos engañamos a nosotros
mismos si decimos que somos cristianos, y cerramos los ojos, con tal de no
denunciar, las injusticias, que se cometen, en el mundo.
3-6. Jesús se dispuso espiritualmente a vivir su Pasión, a morir, y a resucitar de
entre los muertos.
"Los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en
Jerusalén" (LC. 9, 31).
Moisés y Elías aparecieron ante Jesús tal como los veremos cuando Jesús
concluya la instauración de su Reino entre nosotros. Jesús se mostró ante sus
amigos, como le veremos, cuando su cielo sea nuestra tierra, y nuestra tierra sea
su cielo, pero, antes de que llegue el día que tanto ansiamos en que seremos
plenamente felices, tal como Jesús se dispuso a morir para demostrarnos que
Nuestro Santo Padre nos ama, debemos aprender a sufrir, hasta donde ello nos
convenga, para que podamos ser santificados, al comprender, que debemos
entregarle nuestro corazón, al Dios Uno y Trino.
Moisés, Elías y Jesús, hablaron de la partida del Señor, que Jesús tenía que
cumplir, en Jerusalén. Obviamente, la partida del Señor, no era su muerte, sino su
retorno al cielo. Jesús vino con la intención de retornar al cielo, después de
demostrarnos, que Nuestro Santo Padre, nos ama, por medio de su Pasión, muerte,
y, Resurrección.
Tal como Jesús vino al mundo para regresar al seno de Nuestro Padre celestial,
nosotros no hemos nacido para someternos al capricho de un azar que hace plena
la vida de unos pocos, y que hace inmensamente desgraciada, a la mayor parte de
la humanidad. Procedemos de la eternidad, y, si queremos, volveremos a la
eternidad, después de haber sido plenamente purificados, y santificados.
3-7. Contemplemos a Jesús transfigurado.
"Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían
despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él" (LC. 9, 32).
Según San Lucas, Pedro, Santiago y Juan, contemplaron a Jesús transfigurado,
en estado de trance. Recordemos que ellos tenían miedo de ver a Dios, porque, al
comparar su estado de pecadores, con la pureza de la Suma Divinidad, pensaban
que debían ser ejecutados instantáneamente, por la justicia divina, que no permite
que, el Dios Uno y Trino, se relacione con el pecado.
¿Cómo celebramos la Eucaristía? Quizás tenemos la mala costumbre de celebrar
la Eucaristía, mirando imágenes sagradas, o rezando el Rosario. Obviamente, las
prácticas citadas no son malas, pero no deben llevarse a cabo mientras celebramos
la Eucaristía, cuando se requiere que nuestra mente se concentre, en la meditación
de la Palabra de Dios, en la recepción del citado Sacramento, y en el hecho de que
pensemos lo que haremos, para ser mejores cristianos. El Rosario se puede rezar
antes de celebrar la Eucaristía para prepararnos a recibir al Señor, pero jamás
durante la celebración.
Si crees que recibes a Jesús en la Eucaristía, ¿cómo miras las imágenes religiosas
durante las citadas celebraciones, y no miras el altar, donde están Nuestro
Salvador, y el ministro que hará posible que recibas a Nuestro Redentor?
3-8. Bueno es estarnos aquí.
"Cuando ellos (Moisés y Elías) se separaron de él, dijo Pedro a Jesús: "Maestro,
bueno es estarnos aquí. Podríamos hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés
y otra para Elías", sin saber lo que decía" (LC. 9, 33).
Pedro le dijo a Jesús que había tenido una experiencia muy importante al verlo
transfigurado, y que no quería irse de aquel lugar. Todos hemos vivido momentos
que nos hubiera gustado prolongar indefinidamente, pero, ello, obviamente, no nos
ha sido posible hacerlo. Quizás, al tener una experiencia que nos ha tocado el alma,
y nos ha hecho muy felices, hemos tenido la tentación de vivir apartados del
mundo, porque no hemos querido seguir enfrentando nuestros problemas, quizás,
porque no nos hemos sentido fuertes, para realizar esa dolorosa tarea.
Las grandes experiencias religiosas que tenemos, no deben servirnos para
refugiarnos en Dios, pidiéndole, a Nuestro Santo Padre, que nos evite el regreso al
mundo. Recordemos al endemoniado geraseno a quien Jesús libró de las fuerzas del
mal y del rechazo de sus conciudadanos (MC. 5, 1-20), a quien Jesús, en vez de
sacarlo de su entorno, le encomendó que evangelizara a sus familiares y
convecinos, diciéndoles lo que el Señor, había hecho, en su vida. Quienes son
impulsados a ir a donde no quieren ir, aunque sufren mucho, aprenden que el
Señor está con ellos, pues los conduce, a través del camino de su purificación, y de
su santificación.
Si nuestras grandes experiencias del amor de Dios, en vez de impulsarnos a
evangelizar a quienes quieran escuchar la Palabra de Dios predicada por nosotros,
nos incitan a aislarnos del mundo, en vez de convertirnos en gigantes espirituales,
nos empequeñecen, hasta reducirnos a la nada. Oremos incesantemente, pero no
utilicemos a dios como refugio para no solucionar nuestros problemas, pues, en
cuanto confiemos en El, encontraremos la solución, a las dificultades que nos
impiden, alcanzar la felicidad.
3-9. Las tres tiendas.
¿Por qué quiso Pedro construir tres tiendas? Después de haber visto a Jesús
transfigurado, Pedro basaba su fe en tres grandes principios, los cuales eran la
enseñanza de Jesús, el cumplimiento de la Ley, y la aplicación a su vida, de la
enseñanza de los Profetas.
3-10. La visión de Dios.
"Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su
sombra; y, al entrar en la nube, se llenaron de temor" (LC. 9, 34).
Recordemos que, en la Biblia, las nubes, significan, la manifestación de Dios. Esta
es la causa por la que San Pablo les escribió a los Tesalonicenses, las siguientes
palabras:
"Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en
nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre
con el Señor" (1 TES. 4, 17).
¿Cuál es nuestra visión de Dios?
Ojalá no tengamos miedo de Dios, tal como les sucedió a los amigos de Jesús,
que temieron ser ejecutados por la justicia divina, por sentirse pecadores.
Dejémonos amar por Dios.
3-11. La autoridad de Jesús.
"Y vino una voz desde la nube, que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido;
escuchadle"" (LC. 9, 35).
La autoridad cristiana consiste en ejercer el poder que se tiene, no en beneficio
propio, sino en beneficio de quienes se someten a la misma.
La autoridad cristiana debe estar fundamentada en la autoridad de Cristo, por
cuanto dicha autoridad, es de Nuestro Padre celestial.
Juzguemos nuestras circunstancias vitales y los acontecimientos que acaecen en
el mundo, desde la perspectiva de Dios.
No renunciemos a buscar sabios consejos procedentes del saber humano, y
evitemos rechazar la sabiduría divina, que nos es revelada, por medio de la Palabra
de Dios.
3-12. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-13. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en LC. 9, 28b-36 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Por qué llevó Jesús a Pedro y a los hijos de Zebedeo al monte, y no escogió a
otros discípulos suyos para llevarlos consigo?
¿Por qué se nos describen en la Biblia los defectos y pecados de algunos de los
personajes más relevantes de las Sagradas Escrituras?
¿Por qué queremos ser imitadores de los discípulos de Jesús Pedro, Juan y
Santiago?
3-2.
¿Por qué se transfiguró Jesús en un monte?
¿Por qué se nos invita a orar y vivir retiros espirituales con cierta frecuencia?
3-3.
¿Por qué se transfiguró Jesús?
¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Por qué?
3-4.
¿Qué significan el resplandor del rostro de Jesús transfigurado, y la blancura de
los vestidos del Señor?
3-5.
¿Por qué asociamos a Moisés y a Elías con la Ley y los Profetas?
¿Denunció Jesús el cumplimiento exhaustivo de la Ley por parte de sus hermanos
de raza?
¿Por qué tenemos que cumplir las prescripciones legales de nuestra religión y
actuar como profetas denunciando las injusticias?
3-6.
¿Por qué sufrió Jesús antes de ser glorificado?
¿En qué sentido nos ayuda el sufrimiento a ser purificados y santificados?
Jesús habló con Moisés y Elías sobre su partida, que habría de cumplir en
Jerusalén. ¿Hicieron los tres interlocutores referencia a la Pasión y muerte de Jesús,
o a la glorificación de Nuestro Salvador?
3-7.
¿Por qué sintieron miedo los amigos de Jesús cuando contemplaron al Señor tal
cual lo veremos cuando concluya la instauración de su Reino entre nosotros?
¿Cómo celebramos la Eucaristía?
¿Por qué debemos centrarnos en las celebraciones eucarísticas y no distraernos
con nuestros pensamientos ni practicar ninguna devoción cuando celebramos la
Misa?
3-8.
¿Por qué tenemos la sensación en ciertas circunstancias de que el Señor nos lleva
donde no queremos ir?
¿Por qué debemos esforzarnos para conseguir lo que deseamos a pesar de las
dificultades que ello conlleva?
¿Por qué debemos ser buenos cristianos, si la fe cada día caracteriza menos a
quienes viven en nuestro entorno social?
¿Por qué no debemos refugiarnos en Dios negándonos a resolver nuestros
problemas?
¿Por qué se nos aumenta la fe cuanto más evangelizamos a nuestros prójimos y
servimos a Dios en sus hijos?
3-9.
¿Por qué quiso Pedro construir tres tiendas?
¿En qué tres fundamentos basó Pedro su fe, después de ver a Jesús
transfigurado?
3-10.
¿Qué significado tiene la nube en el Evangelio que estamos meditando?
¿Cuál es nuestra visión de dios?
¿Pensamos que Dios es un Padre amoroso, o un maníaco que nos vigila
estrechamente, intentando encontrarnos el menor defecto, para privarnos de la
visión beatífica?
3-11.
¿Cuál es el significado de la autoridad cristiana?
¿Por qué debe estar inspirada la autoridad cristiana en la autoridad de Cristo?
5. Lectura recomendada.
Lee los capítulos 19 y 20 del Éxodo.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús, a Pedro, y a los hijos de Zebedeo, en el monte de la
Transfiguración.
Contemplémonos con dificultades para orar, porque tenemos problemas de
concentración, ya que nos es difícil dejar de pensar, en nuestras ocupaciones, y
preocupaciones.
Contemplemos a Jesús transfigurado, con su rostro resplandeciente, y sus ropas
muy blancas.
Contemplémonos con nuestras cualidades y defectos. Pensemos que aún nos
falta un largo camino que recorrer para ser purificados y santificados, pero, aunque
ello es imposible para nosotros, Dios lo puede todo, así pues, no nos desanimemos,
porque no estamos solos.
Contemplemos a Jesús hablando con Moisés y Elías.
Hagamos un acto de sinceridad, y reconozcamos que actuamos como malos
creyentes en muchas ocasiones, pero ello no nos sucede porque somos malvados,
sino porque somos perezosos, así pues, muchos no nos sabemos el Credo, ni los
Mandamientos de la Ley de Dios, y, mucho menos, los de la Iglesia.
Contemplemos a Pedro sin querer bajar del monte.
Contemplémonos con temor de predicar el Evangelio, y sin fuerzas para resolver
nuestros problemas, buscando una paz en el Señor que quizás no podemos
encontrar, porque no vivimos cumpliendo su voluntad, sino intentando no pensar
en las dificultades que nos caracterizan, o atormentándonos, de tanto pensar en las
mismas.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 9, 28b-36.
Comprometámonos a rezar el Padre nuestro, meditando detenidamente, las
siguientes palabras: “Hágase tu voluntad, así en la tierra, como en el cielo”.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Ayúdame a verte en mis prójimos los hombres, a encontrarte en
mis dificultades, y en la risa de los niños, y a unirme a ti para siempre, cuando nos
encontremos, por medio de la oración.
9. Oración final.
Lee el Salmo 57.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com