Domingo II de Cuaresma del ciclo C.
Meditación:
La fe de Abraham y la Transfiguración de Jesús.
1. La promesa divina.
El Domingo anterior recordamos las tentaciones de nuestro señor, y vimos que la
fe no es aceptada en el entorno en que vivimos porque las creencias del mundo
difieren de la predicación que el Mesías hizo del Evangelio en su tiempo. En esta
ocasión vamos a tener en cuenta el Evangelio del Domingo anterior en nuestra
meditación, dado que los textos que meditaremos en esta celebración eucarística,
de alguna forma, están vinculados a la significación de las lecturas cuya
interpretación meditamos el Domingo siguiente al Miércoles de ceniza.
Abram y Sara eran de edad avanzada y no tenían hijos, por lo que sus bienes
habrían de ser heredados cuando Abram falleciera por su esclavo Eliezer el
damasceno. Abram podría decir que no se sentía desdichado porque dios lo había
bendecido, pero estaba muy triste porque no tenía hijos.
Dios le dijo a Abraham: "Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las
puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia" (GN. 15, 5).
Imaginemos que dios le dice a un enfermo incurable que le va a restablecer la
salud, y el mismo considera que ello no es posible, porque siempre ha vivido con la
enfermedad que le acompañará hasta que concluya su existencia mortal. Abram era
muy mayor, estaba seguro de que él no podía tener hijos porque nunca pudo
tenerlos, y, en esa circunstancia en que su fe había de ser probada para ser
fortalecida, dios le dijo que sería incapaz de contar su descendencia. San pablo
escribió:
"Esperando en Dios cuando parecía cerrado todo camino a la esperanza, creyó
Abraham que llegaría a convertirse en padre de pueblos numerosos, según lo que
dios le había prometido: Tal será tu descendencia" (ROM. 4, 18).
San Pablo les escribió a sus lectores hebreos:
"Por lo cual también, de uno, y ese ya casi muerto, salieron como las estrellas del
cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar" (HEB.
11, 12).
"Y (Abraham) creyó a Jehová, y le fue contado por justicia" (GN. 15, 6).
Sería muy grato para nuestro Padre común el hecho de que creyéramos en El
hasta el punto de ver que nuestro sufrimiento se alivia cuando nos encontramos
ante situaciones que no podemos resolver por nuestros propios medios, por lo cual
lo único que podemos hacer en esos casos es confiar en nuestro Padre común, dado
que si sucede lo contrario a lo que deseamos, lo que ocurra será lo que nuestro
Criador estime más conveniente, tanto para nosotros como para nuestros prójimos.
En la Profecía de Isaías encontramos el siguiente texto:
"Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de
Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas
te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque
yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu dios que te esfuerzo; siempre te
ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia" (IS. 41, 8-10).
Es importante que nos percatemos de que dios le hizo una promesa a Abram que
no se cumplió instantáneamente. No podemos pretender que nuestro criador
solvente los problemas que tenemos en el mismo instante en que le pedimos
ayuda, ya que Él sabe en qué momento ha de acudir en nuestro auxilio.
Al orar con el Salmo responsorial de la Eucaristía que estamos celebrando, le
demostramos a nuestro Padre común la fe que nos caracteriza, dado que le
aceptamos como nuestra luz y nuestra salvación, como el Padre que nos amó hasta
llegar al extremo de permitir el sacrificio cruento de su Hijo predilecto, como el Dios
capacitado para librarnos del sufrimiento que atañe a nuestra vida, y como la vida
eterna que esperamos compartir con nuestros hermanos de fe viviendo en la
presencia de nuestro Padre común. El señor es nuestra luz y nuestra salvación, Él
nos da los dones y virtudes que necesitamos para vivir intachablemente en su
presencia, así pues, estas son las causas por las que podemos afirmar que nuestro
Criador es la defensa de nuestra vida, por lo que sabemos que las tribulaciones que
hallamos de padecer no nos harán perder la fe en El. Cuando le suplicamos a dios
que escuche nuestras oraciones, cuando le pedimos a nuestro Criador que nos
ayude a resolver nuestros problemas, Él nos dice que busquemos su rostro, es
decir, que le busquemos en nuestro interior, en nuestros prójimos, en nuestras
vivencias ordinarias, en la naturaleza, en la Biblia, en la predicación de los
religiosos y catequistas de nuestra Santa Iglesia, y en los Sacramentos, pues Él no
está lejos de nosotros. Nosotros vivimos buscando el rostro del señor. Esperamos
gozar la dicha eterna viviendo en la presencia de nuestro Padre común, pues El ya
establecido su morada entre nosotros, es decir, Él nos ha llamado a formar parte
activa de la Iglesia peregrina que espera ser santificada, y se prepara
ardientemente para encontrarse en la presencia de nuestro Padre común de la
misma manera que se prepara cualquier novia que ansía ser feliz junto al hombre al
que ama para celebrar su enlace conyugal.
2. Queremos ser la imagen del Dios vivo.
El evangelio correspondiente a esta celebración litúrgica contiene la expresión de
nuestra fe, así pues, de la misma forma que Jesús se transfiguró ante sus Apóstoles
predilectos, nosotros esperamos ser transfigurados y configurados a imagen y
semejanza espiritual de nuestro Hermano y señor. Sabemos que no está en
nuestras manos el hecho de adoptar cuerpos con las propiedades que tenía el
Cuerpo de nuestro señor Resucitado que podía traspasar paredes y no era
vulnerable a la enfermedad ni a la muerte, pero podemos prepararnos haciendo
obras de caridad, con el fin de que Dios nos haga aptos para que vivamos en su
Reino.
Jesús, antes de transfigurarse, oró, se comunicó con nuestro Padre común, y
recibió la aprobación divina de que su fe le bastaba para ser transfigurado. Hace
varios años algunos lectores de diversas listas de correo católicas llevamos a cabo
una campaña de oración para que el abogado Juan Carlos González Leiva de cuba
obtuviera la libertad, pues fue encarcelado gritando viva Cristo Rey junto a algunos
periodistas independientes, los cuales fueron acusados de actuar inadecuadamente
en un hospital. Mientras más intensificábamos nuestras oraciones para que el citado
fundador de una organización de derechos humanos y otra de ciegos fuera
excarcelado, según algunos medios de comunicación cubanos, el citado abogado
ciego sufría malos tratos más alarmantes. Juan Carlos Leiva le hizo escribir a su
mujer una carta en la que afirmaba que si moría no sería por haberse suicidado,
sino por haber sido asesinado. Cuando parecía que dios no escuchaba nuestros
ruegos y la situación del citado invidente cubano era más insostenible, Juan Carlos
obtuvo la libertad condicional. Este no fue el final de sus problemas, pero al menos
pudo volver a vivir junto a Marisa Calderín, su mujer, y el resto de sus familiares.
Ojalá podamos decir que dios escucha nuestras oraciones porque nos ama, pero
también que nuestro Padre se digna ayudarnos por causa de nuestra fe. Ojalá
nuestra fe llegue a ser tan grande como lo es la de aquella mujer que le arrancó un
milagro a su Hijo durante la celebración de una boda en Caná de Galilea, y les dijo
a los camareros unas palabras que nos son muy útiles a quienes vivimos en lugares
en los que se extingue nuestra fe universal.
"Haced todo lo que El os diga" (JN. 2, 5).
Jesús habló en el monte Tabor con Moisés, el siervo de Yahveh que les dio la Ley
a los hebreos, y con Elías, el Profeta que logró que dios llevara a cabo diversos
prodigios por causa de la grandeza de su fe. Los tres testigos mencionados por el
autor del Apocalipsis hablaron de la Pasión y la muerte de nuestro señor que
tuvieron lugar aproximadamente un año después de que Jesús se transfigurara
ante sus amigos predilectos.
Pedro y sus compañeros estaban rendidos por causa del cansancio que les
producía el hecho de trabajar sirviendo a Jesús durante un periodo de tiempo muy
largo que no les permitía tener ningún descanso, ya que durante las horas que la
luz bañaba la tierra servían a Dios en sus hermanos los hombres, y, durante las
noches, eran instruidos por el Hijo de María en el conocimiento de la Palabra de
dios. Ellos se negaban a entender que Jesús inició su Ministerio glorioso para acabar
crucificado, dado que no es normal que nadie empiece a llevar a cabo una gran
labor, sabiendo que sólo se va a ganar enemigos, y que pocas personas le van a
reconocer su trabajo. Pedro le dijo a Jesús que para ellos sería muy grato el hecho
de vivir en aquel monte, pero él ignoraba que no podía vivir los años que le
quedaran contemplando aquella visión, dado que ello habría de servirle para
desempeñar la misión que Dios le encomendó. Muchos cristianos hemos tenido una
sensación de paz tan grande al vivir unos ejercicios espirituales que, al finalizar los
mismos, hemos sentido la necesidad de comunicarles nuestra fe a nuestros
prójimos, y, al no estar preparados para ello, hemos visto cómo se debilitaba
nuestra convicción religiosa rápidamente, al no saber responder las preguntas que
nos planteaban quienes veían alarmados que nos habían "metido" en una secta sin
que nos percatáramos de ello. Cuando Jesús le dio a entender a Pedro que no debía
de preocuparse por causa de su traición, le dijo las siguientes palabras:
"De cierto, de cierto te digo: cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde
querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te
llevará a donde no quieras" (JN. 21, 18).
Jesús le dijo a Pedro que él tenía que saldar la deuda que tenía con su Maestro
muriendo crucificado bocabajo, según la tradición porque no se consideraba digno
de morir mirando al cielo como le sucedió al Mesías, y, según la Historia, porque
quienes se proclamaban reyes debían morir con la sensación de que les partían el
cuerpo en varios trozos, ya que Pedro era el sucesor de un Rey que había sido
crucificado anteriormente. Jesús no murió como Pedro porque Pilato y el Sanedrín
se favorecieron mutuamente, Pilato asesinando a un personaje que les resultaba
molesto a las autoridades judías de Palestina, y los sanedritas consintiendo que
Jesús muriera como un esclavo o un ladrón, no como un falso rey, a pesar de que
en su cruz colgaba un letrero en el que se leía: Este es Jesús, el Rey de los judíos.
Las autoridades de Palestina querían que se leyeran las siguientes palabras en el
citado cartel: Este dijo: Yo soy el rey de los judíos, pero Pilato no les hizo el favor
de complacerlos la segunda vez, ya que no había sido capaz de ser más fuerte que
los sanedritas, cuando los mismos le presionaron para que no le concediera la
libertad a Jesús después de condenarlo a ser flagelado, para hacerles entender que
un hombre que tenía escasas posibilidades de sobrevivir no podía pretender ser
Rey.
Concluyamos esta meditación pensando en quién es Jesús para nosotros.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com