Ciclo C: IV Domingo de Cuaresma
Mario Yépez, C.M.
La casa del Padre exige la comunión fraterna
El libro de Josué nos narra la entrada a la tierra prometida del pueblo de Israel
luego del itinerario largo por el desierto donde la sola promesa de una nueva tierra
fortalecía el caminar de este pesado pueblo. Moisés había muerto y la
responsabilidad recaía en Josué, cuyo nombre expresa toda la esperanza en la
salvación de Dios para su pueblo. El pasaje que se nos cuenta es la proclamación
del momento en que luego de tantos años de peregrinación por fin Israel puede
celebrar la pascua dentro del territorio prometido por Dios. Guilgal se convierte en
el símbolo de un nuevo comienzo donde cesa el pan del cielo (maná) para dar paso
al producto de la tierra a ellos entregada. La comensalidad expresa el regocijo de
que el Señor portentosamente ha cumplido sus promesas con Israel y por tanto se
abre una nueva página en su historia, donde está llamado a disfrutar de la tierra
pero sin olvidarse de su origen: el camino del desierto. Dios hizo alianza con Israel
en la absoluta necesidad, Israel ahora tiene que valorar su fidelidad en la
prosperidad. Esto, como sabemos, no le fue fácil asimilar y se convertirá en la
constante llamada de atención por medio de los profetas, para que no abandonen la
alianza.
Pablo en esta segunda carta a los corintios está convencido que el cristiano tiene
que marcar una impronta en este mundo. Con Cristo se abre una nueva perspectiva
de relaciones no sólo con la comunidad cercana sino con toda la creación. El mundo
por el pecado ha sido distorsionado y turbado, pero la presencia de Cristo ha
ayudado a devolver la armonía de la creación. De allí que comprendamos la
insistente reflexión de Pablo sobre la reconciliación. Es preciso restituir las
relaciones y solo se puede lograr la reconciliación desde la donación de una vida
santa, la de Cristo, incluso en medio del pecado, para abrir el acceso a la
justificación de cuantos necesitamos de salvación. Por eso, el cristiano no puede ser
sino también embajador de la reconciliación, porque justamente reconoce el gran
beneficio que ha recibido y necesita compartirlo y propiciarlo en medio de tantas
generaciones de seres humanos que aún no comprenden el alcance de la acción
salvífica de Cristo.
En el evangelio, Lucas nos presenta una hermosa parábola introducida dentro de un
peculiar grupo de tres comparaciones motivada por el mismo contexto de cercanía
por parte de Jesús hacia los publicanos y pecadores que es mal vista por los
fariseos y escribas, lo que nos habla de una peculiar insistencia por reconocer la
importancia de la alegría por la recuperación de un hermano de la comunidad que
se había perdido. Estamos ante una parábola maravillosa que no tiene una
conclusión a modo de final feliz, pues solo ha quedado en la invitación del padre a
que su hijo mayor participe de la alegría y el regocijo por la vuelta de su hermano.
Esto habla de una exigencia en la respuesta por parte de quienes no comprenden la
actitud de Jesús con los pecadores y publicanos y que de seguro les habría costado
aceptar, como en el caso del hijo mayor, las atenciones del padre ante el hijo
despilfarrador. Y es que de verdad, todo lo que se narra acerca del padre es
conflictivo. Un padre que es capaz de dar si es posible toda su propiedad a sus hijos
ya en vida, de aceptar y comprender los errores de los hijos, de ofrecer solamente
atenciones a quien regresa después de haber malgastado los bienes concedidos, de
invitar a quien no se siente parte de la alegría familiar. El padre se convierte en el
eje de la narración y desde donde se entiende todo lo que está sucediendo. El gran
conflicto se suscita cuando ante quien se presenta siempre como el “padre”,
prácticamente se ha quedado sin “hijos”. Este es el verdadero drama pues ni el hijo
menor quiere volver a la casa como hijo sino como un siervo más ni tampoco el hijo
mayor que estando en casa se comporta como hijo pues prefiere continuar siendo
un servidor. Pero el padre insiste en que quiere tener a ambos como sus hijos. La
alegría familiar debe pasar no solo por aceptar de nombre que se tiene un padre
sino de asumir la completa responsabilidad de ser hijos y sobre todo de ser
hermanos. La celebración debe ser completa y solo se puede lograr cuando todos
puedan sentarse a la mesa vestidos y constituidos como hijos de un mismo padre.
Es verdad que en la vida se cometen muchos errores, pero sin duda el más grande
error es no permitirnos celebrar con júbilo la fraternidad. Por eso el pecado gana
terreno, porque no sabemos participar ni de los dolores y equivocaciones de los
hermanos y peor aún no sabemos aprovechar los grandes momentos de felicidad
comunitaria desde la fe.
Para el cristiano, la propia vida debe ser una nueva era abierta al pasado en
agradecimiento y al futuro en promesa y esperanza, como lo vivió Israel con Josué
al entrar en la tierra prometida. Pero también se convierte en un desafío pues el
mundo debe ser reconciliado y estamos llamados como cristianos a ser
embajadores de la reconciliación. Cristo es el
paradigma a seguir y esto sin duda nos exige muchos sacrificios pero es grande la
recompensa, la cual se traduce en la comensalidad y en el regocijo fraterno. Es
verdad que nos duele más recordar las equivocaciones pero seamos más
conscientes de que tenemos muchos momentos en que hemos vivido la alegría del
perdón y la reconciliación. ¡Vivámoslo intensamente! No volvemos a la casa y
somos recibidos bien porque tengamos que hacer cosas para recuperar la supuesta
dignidad perdida. Es nuestro Padre quien hace todo lo posible por reconstituirnos y
hacernos nuevamente dignos de una condición que simplemente muchas veces
olvidamos. Es él quien nos hace recordar cuál es nuestra dignidad. Nuevamente,
nos acercamos a la casa del Padre; aprendamos a ser realmente hijos,
reconociendo con humildad el mal proceder y a valorar más a nuestro Padre que
nos ama, pero también a aprender a morir a nuestro vano orgullo de querer ser
perfectos siervos cuando el Señor nos quiere como perfectos hijos y, más aún,
perfectos hermanos. Por eso, hagamos nuestro la antífona del salmo que manifiesta
este hermoso deseo: “Gustad y ved que bueno es el Señor”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)