V DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C
DONDE LAS DAN LAS TOMAN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Así se dice, y puede muy bien aplicarse al relato del evangelio del presente
domingo. O también el otro refrán: ir por lana y salir trasquilado.
La escena transcurre en alguno de los inmensos atrios que bordeaban la gran
explanada del Templo. No en la parte central, el conjunto exclusivamente religioso
que acostumbramos a llamar santuario. No olvidéis, mis queridos jóvenes lectores,
que la enorme superficie servía de lugar de encuentro: se establecían en ella los
vendedores de animales aptos para ofrecer en sacrificio, los cambistas, ya que,
pese a ser admitidas en la vida social diferentes monedas, tanto del mundo israelita
como de otros pueblos, por ejemplo el denario, para ofrecer como dádiva sagrada,
se aceptaban exclusivamente las propias, acuñadas exclusivamente para esta
finalidad del lugar sagrado. Como os decía más arriba, rodeaban el área unos
soportales, allí se albergaban los maestros, sentados en una piedra. Quienes
querían aprender, se ponían alrededor de él y se establecía un régimen de
intercambio de cuestiones que se dialogaban y discutían, generalmente de tipo
ideológico. En este caso, los que acudieron al Señor, solicitaban criterio moral para
una situación, según ellos, condenable. Lo tendrían muy bien pensado y obrarían
con perversas intenciones. Aparentemente, Jesús no tenía escapatoria.
Permitidme, mis queridos jóvenes lectores, que os advierta que en el régimen de
vida de aquel tiempo, una mujer no tenía ocasión de cometer otro pecado que el
del adulterio. Exagero, evidentemente. Pero quisiera evitar que le dierais un tinte
morboso al episodio. Ella estaba tan relegada al interior de la vida familiar y
excluida de cualquier iniciativa de orden público, que ninguna otra falta era
imaginable que pudiera cometer, si no era el adulterio.
No tenía escapatoria, vuelvo a repetir. Si no la condenaba, era infiel a la Ley, como
le recuerdan astutamente. Pero si la condenaba a la lapidación, como estaba
legislado, pero que en la práctica no se practicaba siempre, demostraba carecer de
amabilidad, dulzura y sensibilidad y podían acusarle de crueldad ante el pueblo.
En momentos cruciales, una buena táctica, es dedicar un breve lapso a una
cuestión marginal o a un inocente entretenimiento. Por ejemplo, beber un sorbo de
agua o acomodarse mejor en el poyo cubriéndose con el talit. Otro podría ser,
encender la pipa concienzudamente o, en aquellas tierras, el narguilé, si es que en
aquel tiempo se conociera el vicio de fumar. El Maestro se declina por dibujar
garabatos o tal vez signos alefáticos. La cosa era romper la agresividad, relajar la
situación y desconcertar a los agresores dialécticos, con un proceder irónico.
Cambia de tercio Él y severamente les advierte: quien esté libre de pecado, que tire
la primera piedra. Lo lógico es que, si hubieran sido hombres perfectos, le acusasen
de sarcasmo, pero ¿Quién se atrevía a hacerlo? A un tal rabí era peligroso
enfrentarse. Era preferible hacer mutis por el foro con discreción y a esta argucia se
atienen los que hasta entonces acusaban.
Frente a frente están el Maestro y la reo. La concurrencia era hostil a ambos, la
astucia del Señor es admirable. Si el relato se acabara, aquí podríamos aprender a
ser astutos, escasa enseñanza la del Señor. Pero Jesús, además de usar la picardía,
quiere añadir amabilidad a la afligida mujer que se ha quedado sola y quiere
ayudarla a encaminar correctamente su conducta venidera. En primer lugar se
dirige a ella como a una interlocutora personal, cosa que para aquel tiempo era un
signo peligroso de valentía. Con una mujer ningún extraño podía hablar en público,
máxime si se trataba de una adultera. Pero Él no vuelve la cabeza, no la ignora, y
no se contenta con salvarla de la ejecución, la aconseja y le dice: de ahora en
adelante no vuelvas a pecar.
La gravedad de un comportamiento no está exclusivamente en la importancia que
la sociedad bienpensante le pueda dar. Hay que ir al meollo. Un proceder
generalmente bien admitido, puede ser perverso. Ni yo he sido nunca adúltero, ni
vosotros, supongo, tampoco. Pero malgastamos nuestro dinero, sabiendo que en
cualquier momento alguien muere de hambre. Nos desprendemos de algo, por la
mera razón de que está pasado de moda o porque fabrican un modelo nuevo del
mismo aparatito. A la hora de comprar, nos inclinamos por lo que nos dará
prestigio, por lo que deslumbrará a los demás. Nos despreocupamos de apagar las
luces, pese a que sabemos que estamos menguando inútilmente la energía del
planeta. Para cualquier minúscula limpieza, dejamos correr el agua caliente,
mientras en otros lugares ni la tiene siquiera fría y se mueren de sed.
No somos pecadores como Hitler o Stalin, tampoco tenemos su talla. Los pecados
que podamos cometer, estarán de acuerdo con nuestra medida y algo que puede
pasar desapercibido a una injusta sociedad burguesa, a los ojos de Dios puede
resultar grave. No porque un pecado no sea repugnante, deja de ser malo.
Dios pide conversión. Avergonzarse o no de un proceder, es otra cuestión. Os
pongo un ejemplo personal. Tomar una taza de café cargado a nadie abochorna,
pero la irritación o el insomnio que le siga, puede perjudicar en nuestro entorno y el
cumplimiento de nuestras obligaciones profesionales, de lo que a nadie se le
ocurrirá acusarnos, pero será un acto malo, sin avergonzarnos, que podrá ocasionar
grandes ofensas y perjuicios. Dicho de otra manera, en un determinado momento,
una taza de café, ingerido imprudentemente, será pecado que exigirá pedir perdón
a Dios, sin que nadie de nuestro entorno se atreverá a llevarnos a un tribunal.