Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Cuaresma,
Semana No. 5, Lunes
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Ahora tengo que morir, siendo inocente * Aunque camine
por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. * Yo soy la luz del mundo
Textos para este día:
Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62:
En aquellos días, [vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con
Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y religiosa. Sus padres eran honrados y
habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un
parque junto a su casa; como era el más respetado de todos, los judíos solían
reunirse allí. Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos
que el Señor denuncia diciendo: "En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos
jueces, que pasan por guías del pueblo." Solían ir a casa de Joaquín, y los que
tenían pleitos que resolver acudían a ellos. A mediodía, cuando la gente se
marchaba, Susana salía a pasear por el parque de su marido. Los dos ancianos la
veían a diario, cuando salía a pasear en el parque, y se enamoraron de ella.
Pervirtieron su corazón y desviaron los ojos, para no mirar a Dios ni acordarse de
sus justas leyes.
Un día, mientras acechaban ellos el momento oportuno, salió ella como de
ordinario, sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el parque, porque hacía
mucho calor. Y no había nadie allí, fuera de los dos ancianos escondidos y
acechándola. Susana dijo a las criadas: "Traedme el perfume y las cremas y cerrad
la puerta del parque mientras me baño." Apenas salieron las criadas, se levantaron
los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron: "Las puertas del parque están
cerradas, nadie nos ve, y nosotros estamos enamorados de ti; consiente y
acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven
estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas." Susana lanzó un
gemido y dijo: "No tengo salida: si hago eso, seré rea de muerte; si no lo hago, no
escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en vuestras manos
antes que pecar contra Dios." Susana se puso a gritar, y los ancianos, por su parte,
se pusieron también a gritar. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del
parque. Al oír los gritos en el parque, la servidumbre vino corriendo por la puerta
lateral a ver qué le había pasado. Y cuando los ancianos contaron su historia, los
criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.
Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron
también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a Susana. En
presencia del pueblo ordenaron: "Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de
Joaquín." Fueron a buscarla y vino ella con sus padres, hijos y parientes. Toda su
familia y cuantos la veían lloraban. Entonces los dos ancianos se levantaron en
medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana. Ella,
llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los
ancianos declararon: "Mientras paseábamos nosotros solos por el parque, salió ésta
con dos criadas, cerró la puerta del parque y despidió a las criadas. Entonces se le
acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en
un rincón del parque y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos
abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros
y, abriendo la puerta, salió corriendo. En cambio, a ésta le echamos mano y le
preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de
ello." Como eran ancianos del pueblo y jueces,] la asamblea [los creyó y] condenó
a muerte a Susana. Ella dijo gritando: "Dios eterno, que ves lo escondido, que lo
sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí,
y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra
mí."
El Señor la escuchó. Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios movió con su santa
inspiración a un muchacho llamado Daniel; éste dio una gran voz: "¡No soy
responsable de ese homicidio!" Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron:
"¿Qué pasa, qué estás diciendo?" Él, plantado en medio de ellos, les contestó:
"Pero, ¿estáis locos, israelitas? ¿Conque, sin discutir la causa ni apurar los hechos
condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque ésos han dado falso
testimonio contra ella."
La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron: "Ven, siéntate con nosotros y
explícate, porque Dios mismo te ha nombrado anciano." Daniel les dijo:
"Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar yo." Los apartaron, él llamó
a uno y le dijo: "¡Envejecido en años y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados
pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo
culpables, contra el mandato del Señor: "No matarás al inocente ni al justo." Ahora,
puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados." El respondió:
"Debajo de una acacia." Respondió Daniel: "Tu calumnia se vuelve contra ti. El
ángel de Dios ha recibido la sentencia divina y te va a partir por medio." Lo apartó,
mandó traer al otro y le dijo: "¡Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y
la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas
por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra
maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?" Él contestó:
"Debajo de una encina." Replicó Daniel: "Tu calumnia se vuelve contra ti. El ángel
de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con
vosotros."
Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que
esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos a quienes Daniel había dejado
convictos de falso testimonio por su propia confesión. Según la ley de Moisés, les
aplicaron la pena que ellos habían tramado contra su prójimo y los ajusticiaron.
Aquel día se salvó una vida inocente.
Salmo 22 :
El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar; / me
conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por
cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me
sosiegan. R.
Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con
perfume, / y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré
en la casa del Señor / por años sin término. R.
Juan 8, 12-20:
En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la
luz de la vida».
Al oír esto, los fariseos le dijeron:
«Estás dando testimonio de ti mismo; por tanto, tu testimonio no tiene valor».
Jesús les contestó:
«Aunque doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde
vengo y a dónde voy. Ustedes, en cambio, no saben ni de dónde vengo ni a dónde
voy. Ustedes juzgan con criterios mundanos. Yo no juzgo a nadie, pero si lo hiciera,
mi juicio es válido, porque no soy yo sólo el juez, sino que también está conmigo el
Padre, que me envió. En su ley está escrito que el testimonio dado por dos testigos
es válido. Pues bien: un testigo a mi favor soy yo mismo; pero también da
testimonio a mi favor el Padre, que me envió».
Ellos le preguntaron:
«¿Dónde está tu Padre?»
Jesús les contestó:
«Ni me conocen a mí ni conocen a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían
también a mi Padre».
Jesús dijo esto cuando estaba enseñando en el templo, junto a las alcancías de las
ofrendas. Sin embargo, nadie se atrevió a detenerlo, porque aún no había llegado
su hora.
Homilía
Temas de las lecturas: Ahora tengo que morir, siendo inocente * Aunque camine
por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. * Yo soy la luz del mundo
1. "Aquel día se salvó una vida inocente"
1.1 La primera lectura de hoy termina con una hermosa constatación: "aquel día se
salvó una vida inocente". Por esta vez, a lo menos, la perversidad no triunfó, y la
maldad del malvado recayó sobre su propia cabeza. Dios intervino a través del
profeta Daniel para hacer posible que se salvara esa vida.
1.2 Lo primero, pues, que podemos aprender de esta escena es que ser inocente no
siempre implica ser víctima. Ser inocente y buscar la inocencia es en sí mismo una
victoria; incluso más: la primera y más radical de las victorias, porque entraña
sinceridad, profundidad, durabilidad. De hecho, el que no busca la inocencia jamás
se habrá rendido al poder del bien.
1.3 De otra parte, impresiona el veredicto: el mal cayó sobre el malvado; lo que él
quería hacer se lo hicieron. Es algo drástico como remedio pero nos deja ver una
verdad muy honda: la primera víctima del mal es el malvado. Y esto es
fundamental para entrar en el camino del perdón, del perdón serio. No es posible
perdonar al que nos ha hecho daño si no descubrimos en él o ella, antes que un
agresor, una víctima, una pobre víctima de un poder que en el fondo lo está usando
para su desgracia.
1.4 Y así resulta que una ley tan dura, como aquello de aplicar al malvado su propia
maldad, en realidad nos pone en ruta de compadecernos, entender y perdonar. El
Antiguo Testamento lleva al Nuevo.
2. La luz del mundo
2.1 ¡Qué nombre tan bello se ha dado Jesús hoy! Él es la Luz. Bendito sea su
Nombre. Sí, Jesús, tú eres luz y tú nos iluminas.
2.2 La luz nos regala descubrir el bien que podemos desear y el mal que hemos de
evitar. La luz nos concede identificar el peligro antes de que nos haga daño y
acercarnos a las fuentes donde el hambre, la sed o el descanso nos aguardan. ¡Y
todo esto es Jesús para nosotros!
2.3 Semejante declaración, que nos invita a reconocer en el Señor el principio de
nuestros bienes, no podía ser recibida en paz por los enemigos de Cristo, que por
eso reviran: "Tu declaración no vale; hablas como testigo de ti mismo". Dejemos de
lado la insensatez que entraña esta actitud, pues nadie le reclamaría a la fuente de
agua fresca un testigo distinto de la sed con que se le acerca, y miremos la
respuesta de Nuestro Señor.
2.4 Jesús nos anuncia su "otro" testigo: el Padre. Lo paradójico es que la obra del
Padre se hace presente en el mismo Hijo. De modo que son dos y es uno. La obra
del Padre es la presencia del Hijo, y así el Hijo es el hijo y es el testimonio del
Padre. ¿No es bello?
Fr. Nelson Medina, O.P.