EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la quinta semana de Cuaresma
Libro de Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62.
Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.
Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella
y temerosa de Dios;
sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés.
Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir
donde él, porque era el más prestigioso de todos.
Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo,
de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los
ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.»
Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se
dirigían a ellos.
Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear
por el jardín de su marido.
Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a
desearla.
Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios.
Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín
como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y
como hacía calor quiso bañarse en el jardín.
No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho.
Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del
jardín, para que pueda bañarme.»
En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo
donde ella,
y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te
deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros.
Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por
eso habías despachado a tus doncellas.»
Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la
muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.
Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante
del Señor.»
Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también
contra ella,
y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral
para ver qué ocurría,
y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy
confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana.
A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido,
llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para
hacerla morir.
Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la
mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla,
y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus
parientes.
Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.
Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su
cabeza.
Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza
en Dios.
Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró
ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas.
Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos
corriendo donde ellos.
Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que
nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La asamblea les
creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte.
Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos,
que todo lo conoces antes que suceda,
tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir,
sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.»
El Señor escuchó su voz
y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado
Daniel,
que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!»
Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que has dicho?»
El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para
condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel?
¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra
ella!»
Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a
sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la
dignidad de la ancianidad.»
Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.»
Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la
iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada,
dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los
culpables, siendo así que el Señor dice: 'No matarás al inocente y al justo.'
Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una
acacia.»
«En verdad - dijo Daniel - contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de
Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.»
Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la
hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón!
Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros.
Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad.
Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» El respondió: «Bajo
una encina.»
En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el
ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de
acabar con vosotros.»
Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva
a los que esperan en él.
Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había
convencido Daniel de falso testimonio
y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían
querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre
inocente.
Salmo 23(22),1-3.4.5.6.
El señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.
Evangelio según San Juan 8,12-20.
Jesús les dirigió una vez más la palabra, diciendo: "Yo soy la luz del mundo. El que
me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida".
Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale".
Jesús les respondió: "Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque
sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde
voy.
Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie,
y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre
que me envió.
En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido.
Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de
mí".
Ellos le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?". Jesús respondió: "Ustedes no me
conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi
Padre".
El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y
nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.
Comentario del Evangelio por:
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (Norte de África) y doctor de la
Iglesia
Sermón sobre el evangelio de Juan, n° 35, 4-5.9
“El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida”
Los fariseos le dijeron: "tú das testimonio de tí mismo y tu testimonio no vale"...
Jesús les respondió: "sí, yo doy testimonio de mí mismo y mi testimonio es válido,
porque sé de dónde vengo y a donde voy". La luz muestra los objetos que alumbra,
y al mismo tiempo se muestra a ella misma... “Yo sé de dónde vengo y a donde
voy."
El que está delante de vosotros y el que habla posee lo que no dejó: viniendo
aquí abajo, no dejó el cielo, y regresando allí, no nos abandonó... Esto es imposible
para el hombre, esto es imposible para el mismo sol: cuando se dirige hacia
occidente, abandona oriente y, hasta que regresa a oriente, no está allí más. Pero
nuestro Señor Jesucristo, viene sobre tierra y está en el cielo; regresa al cielo, y
está sobre tierra...
San Pedro escribe: "Así tenemos más confirmada la palabra de los profetas, y
hacéis muy bien en prestarle atención, como una lámpara que brilla en un lugar
oscuro, hasta que despunte el día" (2P 1,19). Cuando venga nuestro Señor, según
las palabras del apóstol Pablo, "Él iluminará lo que esconden las tinieblas" (1Co
4,5)... Ante tal luz, las antorchas no nos serán necesarias: no leeremos más a los
profetas, no abriremos más las epístolas de los apóstoles, no pediremos más el
testimonio de Juan Bautista, no necesitaremos más el Evangelio.
Todas las Escrituras, que nos sirvieron de antorchas en medio de la noche de
nuestro mundo, desaparecerán... ¿Qué veremos?... "En el principio existía el Verbo,
y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1,1). Vendrás a sacar de la
fuente de donde surgió el rocío que te fue dado, de donde salieron estos rayos
quebrantados que llegaban dando mil rodeos hasta tu corazón envuelto con
tinieblas. Verás al descubierto la luz misma... "Lo que un día seremos aún no se ha
manifestado. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es" (1Jn 3,2)... Yo, yo voy a dejar este libro; fue bueno
gozar de su luz juntos, pero aunque no lo tengamos, no perdemos esta luz.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”