Ciclo C. V Domingo de Cuaresma
Mario Yépez, C.M.
Una nueva oportunidad
El profeta Isaías (cap. 43) anuncia un restablecimiento de las relaciones por parte
de Dios con Israel. Dios estuvo callado mucho tiempo mientras que Israel
experimentó la dura situación del exilio. Pero ahora llega la visita de Dios
nuevamente y ofrece la oportunidad a Israel de ser saciada su sed en medio del
páramo y del desierto. Pero, parece que Israel una vez más se resiste a este
ofrecimiento. Ha sido muy dura la experiencia del exilio y les cuesta volver a
confiar. No fijan su mirada en su actitud sino en la de Dios. Aún así, Dios invita a
renovar su alianza, invita a mirar su pasado, a deslumbrarse por el poder del Señor
que actuó en favor suyo contra sus enemigos. La esperanza de lo “nuevo”, de algo
que está brotando y sobre todo de su presencia configura la intención de volver a
restablecer la relación herida por la experiencia del exilio. Una vez más Dios toma
la iniciativa y pone en las manos de Israel la posibilidad de reconocer que a pesar
del sufrimiento vivido, la salvación que ofrece es capaz de cicatrizar la herida, es
capaz de sanar, y es capaz de fortalecerle para volver a empezar.
Pablo presenta su opción de vida en esta carta. Utiliza hábilmente el lenguaje del
“ganar” y “perder” con lo cual estimula a los hermanos filipenses a valorar lo que
también ellos han optado. No hay motivo para volverse atrás, sino más bien hay
muchas razones para ir adelante. Pablo reconoce que el creyente tiene que poner
de su parte, pero también constata que la acción salvadora de Cristo ya lo ha
alcanzado. Es preciso conseguir el premio, aquel que incluso supera nuestra propia
expectativa y que nos puede hacer ver de un modo distinto las realidades que
vivimos. ¿Es que no creemos que hemos hecho una buena opción?
Este pasaje del evangelio de Juan (8,1-11) probablemente provenga del material
lucano, pero que de alguna forma llegó a integrarse este evangelio. Aún así, es un
relato vivo y conmovedor que pudo llegar a nosotros gracias a que lo encontramos
en el evangelio de Juan. La perspectiva del conflicto propuesto parece que tiene
una clara inclinación por la validez de la acusación. Aquella mujer tenía todas las de
perder: por su pecado, por haber sido encontrada en el acto mismo y porque no
tenía nadie quien la pudiera defender. Pero esta mujer y su acción pecadora pasa a
convertirse en la posible causa para poder aprehender a Jesús en alguna
contradicción especialmente con la ley de Moisés. La mujer es puesta en medio y
todas las miradas de repudio recaen sobre su persona, pero es preciso esperar el
pronunciamiento de Jesús. Hay una primera reacción y es la de no atender el caso.
Jesús se inclina y escribe. Las insistentes preguntas revelan la agudeza de la
situación. Jesús una vez más ofrece una respuesta que no es una respuesta.
Revierte la acusación hábilmente y las dirige a los acusadores. Los presentes, que
se ven aludidos por una acusación directa y contundente, deciden abandonar el
lugar. No aceptan tal acusación pero la asumen como suya. Los ancianos son los
primeros en irse, quizá su conciencia en torno a su experiencia de vida los ha
confrontado terriblemente. De seguro, los jóvenes al ver tal reacción habrían
seguido sus pasos. No hay más acusadores y queda solamente la mujer en medio.
Esta vez Jesús puede hablar con aquella mujer libremente. No se puede reconocer a
la persona tal cual es cuando solo hay ojos inquisidores alrededor. Es verdad que
ha sido hallada en pecado y esto también es reconocido por Jesús en su última
intervención. Pero su misión no es condenar sino salvar. Con Jesús ha llegado un
tiempo nuevo, un tiempo de misericordia y de perdón. Es difícil que el pecador
pueda cambiar si todos los ojos que lo miran solo irradian ira y venganza, es
posible más bien que con una mirada de amor y
compasión pueda ofrecérsele una nueva oportunidad para reivindicarse. Y esto
último tiene que asumirlo con toda la seriedad del caso. Jesús le dijo; “no peques
más”. No es una simple palmadita y asunto olvidado, hay un compromiso del
pecador de aceptar la gracia del perdón y renovar su relación con Dios y su
prójimo.
Nuestra vida está sujeta a tantas experiencias de ira y compasión que no pensamos
más allá de nuestras súbitas reacciones. Es tan compleja nuestra vida que en
muchos momentos nos desconocemos. Llegamos a acusar a tantos y tantas por
algunas cosas graves y en otras veces por nimiedades, y no nos importa su vida, su
persona, su familia, sus condicionamientos, pero cuando nosotros pasamos a ser
los acusados…. Aún así hay algo en nuestro interior que nos arrastra a pensar que
el ser humano puede cambiar. Es verdad que hay condicionamiento de por medio,
pero es preciso dar el paso, romper la cadena de condena. Dios ofreció una nueva
oportunidad a Israel después del exilio e Israel tuvo que romper la cadena de
desconfianza, de pesimismo, de dolor. Pablo ve que es mucho más lo que ha
ganado que lo que ha perdido al asumir el camino cristiano. Tuvo que romper con
su pasado de seguridad en la ley, en el mero cumplimiento sin pensar en el daño
que podía estar haciendo a los demás, para abrirse a la gracia y a la justificación de
Dios en la muerte y resurrección de Jesús. Contempló la oportunidad que se le
abrió y la persiguió con tesón. Esta mujer del evangelio se vio por un momento
acosada por su pecado y en justicia merecedora de una condena. Pero se le
extiende una nueva oportunidad desde la misericordia de Dios. De alguna manera
es posible que los acusadores también hayan visto algo diferente en todo lo
sucedido, puesto que se fueron. Aquel día no se levantó ninguna piedra
condenatoria, en su lugar, una vida fue recuperada. ¿Se ganó o se perdió?
Siempre el amor cristiano nos llevará a un escalón más de lo que humanamente
podemos considerar que es justo. La misericordia y la compasión nos invitan a
pensar que es posible abrirse a una esperanza por restaurar las relaciones
deterioradas. No es un camino fácil de conseguir, pero creemos que es posible y
urgente buscar salvar vidas más que destruirlas. Intentemos no vivir con rencores
que lo único que hacen es invitarnos a discutir con piedras cuando el Señor nos
invita a dialogar con el corazón. Unámonos al sentir del salmista y desde esta
reflexión sintamos de verdad que la acción misericordiosa de Dios nos puede
ayudar a curar tantos resentimientos que podamos tener unos con otros y así poder
cambiar nuestras relaciones para el bien mutuo: “Cuando el Se￱or cambi￳ la suerte
de Si￳n nos parecía so￱ar, la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)