V Semana de Cuaresma
Martes
Dios se revela en Jesús, que en la Cruz nos salva, hemos de mirarle y creer
en Él para recibir la Vida plena
“«Jesús les dijo de nuevo: Yo me voy y me buscaréis, y moriréis en
vuestro pecado; a donde yo voy vosotros no podéis venir Los judíos
decían: ¿Es que se va a matar y por eso dice: A donde yo voy
vosotros no podéis venir? Y les decía: Vosotros sois de abajo; yo soy
de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo.
Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis
que yo soy, moriréis en vuestros pecados. Entonces le decían: ¿Tú
quién eres? Jesús les respondió: Ante todo, lo que os estoy diciendo.
Tengo muchas cosas que hablar y juzgar de vosotros, pero el que
me ha enviado es veraz, y yo, lo que he oído, eso hablo al mundo.
Ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Díjoles, pues, Jesús:
Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis
que yo soy, y que nada hago por mi mismo, sino que como el Padre
me enseñó así hablo. Y el que me ha enviado está conmigo; no me
ha dejado solo porque yo hago siempre lo que le agrada. Al decir
estas cosas, muchos creyeron en él»” (Juan 8,21-30).
1. Jesús sube a Jerusalén para la fiesta de las Tiendas y vemos las
controversias con los judíos de Jerusalén que culminarán en el intento de
apedrear a Jesús. La fiesta de las Chozas era para los judíos la fiesta por
excelencia de la esperanza mesiánica. En ella la autoproclamación de Yahvé
tenía una fuerza y centralidad sin igual, y la celebración venía a subrayar
esta presencia poderosa de Yahvé en el templo con el majestuoso «Yo soy»
de la liturgia. Jesús, en medio de este contexto, se autoproclama «Yo soy»,
pero ellos no ven... La revelación no puede ser más clara. Y en estas
palabras majestuosas, que quieren responder a la pregunta explícita: « ¿Tú
quién eres? », se da precisamente la razón fundamental del escándalo y
del rechazo judío: lo quieren apedrear (Oriol Tuñi). El fragmento de hoy
acaba diciendo: « muchos del pueblo creyeron en Él »: Dios está aquí, en
mi historia. Jesús es “el sitio” de la presencia divina, el lugar en que el
hombre puede encontrar a Dios en el mundo. Esta revelación se hará plena
con el Espíritu Santo, fruto de la Cruz: " Cuando levantéis al Hijo del
hombre sabréis que Yo soy ". Una exaltación por su abajamiento, como
veremos próximamente (según Fil 2). Con esta conexión establecida entre
la cruz y la afirmación "Yo soy" queda definitivamente claro dónde hay que
buscar y encontrar el lugar de la presencia salvadora de Dios: en Cristo
crucificado.
" Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que Yo soy y que
no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha
enseñado ": la cruz es el lugar en que se ha revelado al mundo de manera
más plena y más aplastante el amor entrañable de Dios (cf Jn 3,14-16). " Y
como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
levantado el Hijo del hombre... Porque tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca,
sino que tenga vida eterna " (Jn 19, 37): “ Y se cumplió la Escritura:
‘Mirarán al que traspasaron’” : para ser salvado hay que "mirar" -con el
corazón- a Cristo levantado en la cruz.
Jesús mediante su muerte en la cruz proclama su obediencia a la
voluntad del Padre. Y esa palabra tan fácil de decir " nada hago por mi
cuenta " define exactamente la conducta de Jesús y en su muerte se
confirma y se realiza de una manera perfecta, es la máxima realización de
la voluntad divina, una oración existencial: " El que me envió está
conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le
agrada ". Jesús está máximamente acompañado, el Padre " no me ha
dejado solo ", es decir, que la soledad de las palabras de Jesús en la cruz
(Mt 27, 46) " Dios mío, ¿por qué me has abandonado? " según los
sinópticos, queda completado, para cortar los errores de interpretación, por
esa verdad que explica S. Juan: el Padre no ha abandonado a su Hijo ni
siquiera al ser izado en la cruz y la razón está en que " yo hago siempre lo
que le agrada ", es decir, cumplo siempre su voluntad. San Germán de
Constantinopla contempla así esta obediencia de Cristo: «A raíz de que
Cristo se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte
de Cruz (cf. Flp 2,8), la Cruz viene a ser el leño de obediencia, ilumina la
mente, fortalece el corazón y nos hace participar del fruto de la vida
perdurable. El fruto de la obediencia hace desaparecer el fruto de la
desobediencia. El fruto pecaminoso ocasionaba estar alejado de Dios,
permanecer lejos del árbol de la vida y hallarse sometido a la sentencia
condenatoria que dice: “volverá a la tierra de donde fuiste formado” (Gén
3,19). El fruto de la obediencia, en cambio, proporciona familiaridad con
Dios, dando cumplimiento a estas palabras de Cristo: Cuando yo sea
levantado en alto atraeré a todos a Mí (Jn 12,32). Esta promesa es
verdad muy apetecible».
Jesús, me enseñas a estar pendiente del amor a Dios, amor a los
demás. Así no me sentiré nunca solo, sino en tu compañía, y te pedimos
hoy: « perdona nuestras faltas y guía Tú mismo nuestro corazón
vacilante » (ofrendas). San León Magno dice: «¡Oh admirable poder de la
Cruz!... En ella se encuentra el tribunal del Señor, el juicio del mundo, el
poder del Crucificado. Atrajiste a todos hacia Ti, Señor, a fin de que el culto
de todas las naciones del orbe celebrara mediante un sacramento pleno y
manifiesto, lo que realizaban en el templo de Judea como sombra y figura...
Porque tu Cruz es fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por
ella, los creyentes reciben de la debilidad, la fuerza; del oprobio, la gloria; y
de la muerte, la vida».
El paraíso tenía en el centro el árbol de la vida, y el nuevo paraíso
que nos muestra ese “Dios presencia” es a través de la cruz, árbol de la
vida por la que entramos en la Vida plena: «La Cruz no encierra en sí
mezcla del bien y del mal como el árbol del Edén, sino que toda ella es
hermosa y agradable, tanto para la vista cuanto para el gusto. Se trata, en
efecto, del leño que engendra la vida, no la muerte; que da luz, no
tinieblas; que introduce en el Edén, no que hace salir de él...» (San Teodoro
Estudita).
Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el
signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado
ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y
entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros
creeremos en Él. “Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz
puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón
del Redentor... Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y
contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de
palabras le digamos: « ¿Quién eres tú? » (Jn 8,25). Él nos contestará que
es « el Camino, la Verdad y la Vida » (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar
unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él
tiene palabras de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por
nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra
vida de cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre
está con nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer
siempre lo que al Padre le agrada” (Josep Maria Manresa).
2. Por el camino del Mar Rojo, el pueblo perdió la paciencia y
comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: " ¿Por qué nos hicieron
salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan
ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable! ". Entonces
vino una plaga de serpientes venenosas, que mordieron a la gente, y así
murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: " Hemos
pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del
Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes ". Moisés intercedió
por el pueblo, y el Señor le dijo: " Fabrica una serpiente abrasadora y
colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla,
quedará curado ". Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un
asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la
serpiente de bronce y quedaba curado.
El pueblo de Israel realiza la experiencia de la dificultad de vivir la fe,
de confiar en la promesa de Dios. Su rebelión le muestra cómo fuera de
Dios no hay salvación (Misa dominical). En el evangelio de hoy, Jesús dice
que «debe ser levantado del suelo» y que será entonces un signo de
salvación... La cruz. La serpiente de bronce era un anuncio de ese signo de
salvación. A lo largo de toda la Biblia, el desierto es el lugar de la tentación
y de las pruebas. La gran prueba es la de dudar de Dios mismo. Ese estado
de duda en nuestras relaciones con Dios suele aparecer cuando nos
sentimos excesivamente aplastados por el peso de nuestras
preocupaciones. Y esto sucede, en verdad, también a los cristianos más
generosos y a los apóstoles más ardientes. Con mayor razón esto puede
explicar en parte el ateísmo y la incredulidad: ¡con el desánimo a cuestas,
se acusa a Dios! Como Moisés, rezamos por nuestros contemporáneos que
prescinden de Dios: ¡Ten piedad, Señor! ¡Alivia la carga que pesa sobre
ellos!
Llegan las “serpientes venenosas”. La serpiente ha sido siempre
símbolo de espanto. Animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que
ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa: el veneno que
inyecta en la sangre no guarda proporción con su herida aparentemente
benigna. Se está tentado de atribuirlo a una potencia maléfica, casi mágica.
Fue serpiente la que tentó a Eva, y hay mujeres que tienen sus pesadillas
con imágenes de serpientes (supongo que a causa de haberlas visto por el
campo). Los antiguos interpretaban como un castigo del cielo las desgracias
naturales que les sobrevenían, y de ahí que vean el mal en la serpiente: -
Hemos pecado contra el Señor y contra ti. Intercede ante el Señor
para que aparte de nosotros las serpientes ”. También nosotros
queremos ser conscientes de nuestros pecados, ver claro; pero que la
evidencia de nuestra culpa no nos deje sucumbir en el desaliento (Noel
Quesson). En el Evangelio vemos que aquella figura era estandarte a
imagen de Cristo en la Cruz: Él sí que nos cura y nos salva, cuando
volvemos la mirada hacia Él, sobre todo cuando es elevado a la cruz en su
Pascua. Jesús, el Salvador.
3. “ Señor, escucha mi oración y llegue a Ti mi clamor; no me
ocultes tu rostro en el momento del peligro; inclina hacia mí tu oído,
respóndeme pronto, cuando te invoco ”, reza un pobre gravemente
enfermo, pero que no ha perdido la confianza de ser salvado de su
enfermedad, pues conoce las frecuentes visitas de Dios a su pueblo. Por
profundo que sea nuestro abatimiento, alcemos nuestros ojos a Dios, como
Israel los levantó al signo que le presentaba Moisés y contemplemos a
Jesucristo, nuestra salvación, en la Cruz. El Señor nos librará, aunque por
nuestros pecados nos sintamos condenados a muerte: « Señor, escucha
mi oración, que mi grito llegue hasta Ti, no me escondas tu rostro
el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí, cuando te invoco,
escúchame en seguida... Que el Señor ha mirado desde su excelso
santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los
gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte ». Es un
clamor hacia la ternura de Dios, para que se haga presente en sus
cuidados: “ porque Él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la
tierra desde el cielo, para escuchar el lamento de los cautivos y
librar a los condenados a muerte ”, y nos prepara “ una morada…
segura ”, que nos hace tocar con los dedos cuando nos elevamos de
puntillas y alargamos las manos con la esperanza.
Llucià Pou Sabaté