Encuentros con la Palabra
Domingo de Ramos – Ciclo C (Lucas 22, 1 – 23, 56)
Y salió Pedro de allí y lloró amargamente
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
“En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente: ‘ Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué
hablas!». Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió
y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente ”.
Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba
con El, cantaba sus alabanzas, le daba gracias... Pero siempre tuve la incómoda
sensación de que El deseaba que le mirara a los ojos..., cosa que yo no hacía. Yo le
hablaba, pero desviaba la mirada cuando sentía que El me estaba mirando. Yo miraba
siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a
encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido.
Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que El deseaba
de mí. Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni
exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: «Te quiero». Me quedé mirando fijamente
durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: «Te quiero». Y, al igual que Pedro,
salí fuera y lloré”.
Esta reflexión que nos presenta el famoso jesuita Anthony de Mello, nos invita a fijarnos
en dos versículos de la pasión del Señor Jesucristo según san Lucas, que la Iglesia nos
propone para el domingo de Ramos este año. Seguramente, más de una vez hemos
vivido momentos como los que se describen aquí y hemos sentido la mirada del Señor
que no reclama, ni pide nada... sólo nos expresa su amor incondicional. La pasión del
Señor nos muestra el amor que llega hasta el extremo. No es un amor que echa en cara
el sufrimiento padecido. No es un amor condicionado a nuestra respuesta. El amor con el
que Jesús nos ama en su pasión es incondicional, y deja siempre abierta la invitación a
trabajar con él y como él, para que no haya crucificados en este mundo. Pero es un
invitación libre para personas libres, y no una imposición.
El jesuita chileno, Jorge Costadoat, S.J., envió hace un tiempo una reflexión que tituló
¿Mucha sangre y poco Cristo? En ella hace algunos comentarios sobre la película de Mel
Gibson, La Pasión de Jesucristo . Afirma que “hasta el año 1000 aproximadamente,
predominó en la Iglesia la teología de los padres griegos que subrayaba la importancia del
don de Dios mismo en Cristo crucificado. Para colaborar en su salvación, los hombres
debían creer que, al entregarse Dios en la cruz por ellos, los amaba y salvaba libre y
gratuitamente. Pero desde san Anselmo en adelante, la teología latina giró en contrario: la
salvación Dios la otorga gracias a la satisfacción que Cristo crucificado le ofrece en
representación de quienes no pueden, siendo pecadores, reparar la ofensa de su honor
divino. En lo sucesivo se desarrollaron teologías que, llevando al extremo la importancia
de la entrega del hombre Jesús, terminaron por menoscabar la gratuidad del sacrificio y
de la salvación cristiana”.
Tal vez hemos menoscabado la gratuidad del amor de Dios manifestado en Jesús.
Por eso, cuando el Señor nos mira, sentimos su reclamo por nuestras negaciones
y traiciones. Sin embargo, lo único que dicen sus ojos es lo que vio Pedro en ellos:
«Te quiero».
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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