Jueves Santo en la Cena del Señor. C
AMOR, SERVICIO Y COMPROMISO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Escuchar atentamente las dos primeras lecturas de la misa de hoy, pretende que nos
enteremos del hecho que vamos a celebrar. En la primera se nos narran las instrucciones que
tenían los judíos para celebrar su Pascua. La segunda, el relato más antiguo que conservamos
de la institución de la Eucaristía, se recuerda lo que en aquel recinto, que un buen amigo prestó
al Señor, se hizo y que comprometía personalmente a los asistentes, como les advirtió el
Señor, según dirá San pablo a los Corintios.
La proclamación del evangelio, que corresponde al de San Juan, nos presenta un poco la
interioridad del Maestro en aquel momento.
Cumplir al pie de la letra lo que manda el Éxodo, solo lo practican hoy los samaritanos, todos
juntos y en la cima del Garizín. He estado varias veces allí y me lo han contado, tanto fieles
como el mismo Sumo Sacerdote. He visto por TV, y guardo copia, como se desarrolla la fiesta.
Actualmente hay varios libros que lo explican y hasta podréis encontrar por internet el texto de
la “hagadá”, es decir, y para que me entendáis, el “misal” del rito. En este caso se tratará de la
costumbre judía, que actualmente prescinde del cordero, entre otras peculiaridades, pero que
es muy útil conocerla.
Aunque sea tarde respecto a este año, os lo sugiero para el próximo curso. Podríais recoger a
su tiempo uva, exprimirla y dejar fermentar el mosto. A su vez amasar unas horas antes harina
en agua, sin ningún otro ingrediente, ni levadura, ni sal, y cocerlo de inmediato en cualquier
horno casero. Os advierto que os puede salir duro como una piedra o elástico como chicle, es
cuestión de aprender a hacerlo de antemano.
Ambientados en los ritos que nacen en la prehistoria, enriqueciéndose a través de los tiempos,
con los ingredientes que tomó en sus manos Jesús, escucharéis reverentemente pronunciadas
en vuestra lengua, las mismas palabras que pronunció el Señor.
Si os dejan indiferentes, será cuestión de que tratéis de ambientaros en la interioridad del
Señor. Recordar su Amor, su estado de ánimo. Su deseo de que los amigos estén totalmente
purificados, la docilidad de Pedro, que al principio se revelaba al gesto de Jesús. Lavar los pies
era servicio generoso, practicado por sirvientes. Hoy lo practican piadosos cristianos que
acuden a asilos de ancianos pobres o desamparados (ya sabéis a quienes me refiero. Lavar,
arreglar las uñas, secar los pies y enfundarlos en los calcetines, es una labor sublime, que
identifica al que lo hace con el Maestro).
La liturgia no se atreve a incluir todo el largo discurso que llamamos “oración sacerdotal” y que,
según San Juan, pronunció emocionado el Señor. Les habla a ellos, habla al Padre y habla de
ellos y de nosotros a su Padre. Os recomiendo, mis queridos jóvenes lectores, que no dejéis de
leerlo personalmente. Tal vez en la soledad y nocturnidad de un bosque. He vivido esta
experiencia muchos años y nadie la olvida por mucho tiempo que pase. En ciertas ocasiones
entregábamos a cada uno un largo clavo, para tenerlo en la mano. El texto instruía, el hierro
proclamaba lo que le esperaba al Señor y que tenía muy presente cuando les hablaba.
Jueves Santo es día de reflexión profunda. Acabada la Cena, en Getsemaní, el Maestro sabía
que se la estaba jugando del todo. Huir era muy fácil, pero decepcionaría los planes que el
Padre le había asignado. Quedarse, era saberse detenido, torturado, ajusticiado. Tal dilema, y
considerando que lo hacía por nosotros, birrias seguidores suyos, le produjo congoja y no pudo
dominar su cuerpo. Postrado lloraba y suplicaba, mientras se acercaban los que le iban a
arrestar. Los vio venir, aproximarse y buscarle, durante por lo menos tres cuartos de hora y no
se movió. Una vez capturado, el hambre, la soledad, la humillación y la tortura, le agarrotarían
aquellos días.
Si os habéis entregado a la meditación, pensad ahora en los dolores que habéis sufrido, las
aflicciones, fracasos, soledades, por las que habéis pasado. Ofrecédselos a Él, tratando de que
le hagan compañía y le consuelen en su suplicio. Tened en cuenta que, sumergidos en la
oración, en la realidad trascendente, no existe ni el espacio, ni el tiempo.
Si lo que os he sugerido hacer supone soportar frío y humedad, que sean estos suplicios
naturales, vuestros entrenadores de vida interior espiritual y cristiana.
Si de lo que os vengo hablando lo practicáis en grupo, a una prudente señal, acústica o
luminosa, os podéis volver a reunir. Rellenad de silencio el encuentro un rato largo. Miraos
unos a otros, recordando a los discípulos que huyeron de Getsemaní. Recordad que algunos,
Pedro y Juan, le siguieron de lejos, que otras, Santa María y la de Mágdala y las otras, le
acompañaron en los momentos álgidos y escucharon los insultos y mofas sin inmutarse, ni
alejarse. Preguntaos sinceramente cual ha sido vuestro proceder y a quien os parecéis.
Por malos que os consideréis, no olvidéis que seguramente está confiándole respecto a vuestro
proceder, al Padre, como aquel día: perdónalos, que no sabían lo que hacían.
De esta noche debe surgir una conversión radical, pequeña o grande, per nunca dejaros
indiferentes.