Viernes Santo de la Pasión del Señor. C
¿UNA DERROTA?
Padre Pedrojosé Ynaraja
Estamos inclinados a valorar todo aquello que es sensorial o está científicamente
probado. Nuestros técnicos diseñan utensilios de medida y análisis. Así progresa
nuestra cultura o tal vez debamos darnos cuenta de que por ello lo hace
lentamente.
Cuando hoy acudáis a la iglesia, mis queridos jóvenes lectores, os encontraréis que
la característica del ámbito es la ausencia. Deberían retirarse los adornos y las
imágenes, cosa que no siempre es posible hacer. El altar está desnudo, sin
manteles y ni cirios. Tampoco hay flores.
Cuando el sacerdote se acerca al altar lo primero que hace es arrodillarse o
postrarse en el suelo (no todos pueden hacerlo y no es la postura corporal lo más
importante). Se hace silencio, un silencio que se corta. Se levanta y pronuncia una
oración. Empiezan las lecturas.
En primer lugar un texto profético de Isaías. Nos habla de cierta persona de
aspecto desagradable, derrotado, olvidado. El final es apoteósico. Todo lo que nos
ha explicado tiene gran valor. Y, más aun nos resulta útil. Misterio.
La segunda lectura es un fragmento de la carta a los hebreos. En semejante tono,
pero con expresiones que a los judíos de aquel tiempo les resultaban más
inteligibles, máxime si congeniaban con el estamento sacerdotal del templo de
Jerusalén, nos sitúa al protagonista en nuestro mismo nivel, nivel humano y
limitado. Añade que en su infortunio lloró amargamente, se impregnó de dolor. No
sucumbió. Todo lo que le sucedió se convierte en nuestra mayor fortuna. Nuevo
anuncio del misterio.
La lectura solemne de la Pasión, siempre en este día se escoge el texto de San Juan
es sobrecogedora. Deberíais, mis queridos jóvenes lectores, leerla antes, para
interrumpirla con palabras meditativas, tal vez cantadas en forma de canon,
reiterativas, acentuando el valor de lo que para nuestro bien, se nos cuenta.
Antiguamente, en los ajusticiamientos públicos llegado el momento de cumplir la
sentencia los tambores retumbaban ensordeciendo y ahogando cualquier grito o
murmullo. Hoy, anunciada la muerte del Señor, nos arrodillamos y en silencio
saboreamos lo que supuso y supone. Tal vez sea bueno recordar aquel fragmento
del “no me mueve mi Dios…”
“Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.”
Modestamente pronunciado el final de la proclamación de la Pasión, se guarda el
leccionario que ni siquiera se besa.
La Pasión de Jesús no nos desanima. Nos da coraje, de aquí que, sintiéndonos
inmensamente afortunados, empecemos a recordar con amor a tanta gente
implicada en la Redención. Es un día que debemos acordarnos de todos y rogar por
todos. Estamos reunidos en la Gran Asamblea, de nadie nos debemos olvidar.
Es día de símbolos, os decía al principio. Llega la Cruz, preferiblemente dos toscos
troncos, como a los que fue crucificado el Señor. Se enseña solemnemente. Su
valor no se otorga la madera. Ni un microscopio, ni un cromatógrafo, descubrirían
nada especial en los maderos. Es la Fe la que descubre su valor. Hoy se hace
genuflexión ante ella.
Uno de los momentos más emotivos que recuerdo de entre todos los viajes que a
Tierra Santa he hecho, fue cuando vi a una peregrinación francesa que
fervorosamente, sin faltarles entusiasmo, subían al Calvario cantando el himno:
Victoria, tu reinarás, oh Cruz, tu nos salvarás. Os recomiendo que con entusiasmo y
teniendo alzada la Cruz verticalmente o sosteniéndola horizontalmente sobre
vosotros mismos, cantéis esta preciosa y conocida melodía
La Santa Madre Iglesia quiere que marchemos saciados y, modestamente nos
ofrece, casi sin otro preámbulo que la oración del Padrenuestro, la comunión
eucarística.
En una ocasión en la que yo elogiaba el silencio, el director de una coral me dijo:
nosotros los músicos lo apreciamos tanto, que lo medimos meticulosamente, tanto
como la duración de las notas del pentagrama. Os lo recuerdo hoy: el sigilo es la
más importante oración de final de una celebración que hasta carece de bendición
final. Y debería prolongarse largamente.
Recordad que el único signo litúrgico destacable ha sido el color rojo de los
ornamentos. Color de sangre derramada, color de Amor que se nos otorgó y Dios
desea que propaguemos, no lo olvidéis nunca.
Es hoy un día misional, no os deberíais ir a dormir sin haber comunicado a otra u
otras personas que Jesús nos ha salvado. Debemos también recordar la Tierra
Santa donde acontecieron estos misterios. Allí fervorosos y laboriosos frailes de la
Custodia, principalmente, están atendiendo a peregrinos, dando testimonio en
escuelas, hospitales y asilos, de lo que el Señor enseñó. Otras personas,
consagradas o no, se dedican una tan preciosa misión, que a veces es humilde
limpieza de caminos o jardines, atención a enfermos, mantener limpios los lugares
de tránsito, acompañar a impedidos. No olvidéis vuestra limosna que
complementará esta piadosa dedicación.