Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, Vigilia Pascua.. C
ESPERAS Y COLAS PARA UNA SENSACIONAL FIESTA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Esto es lo que debería ocurrir la noche de Pascua. Si sacar entradas para un
importante partido de futbol o para un concierto del cantante de turno, supone para
muchos, grandes sacrificios, largas esperas y quizá argucias, consecuentemente,
los hinchas de la Fe cristiana, no me refiero a los fanáticos, deberían estar
dispuestos a lo mismo.
Vaya por delante una advertencia. A los actos a los que me refería antes, nadie va
con prisas. Nadie quiere que la actuación se acabe pronto y si esto ocurre, se queja
al protagonista o a la organización. De idéntica manera debe ser la asistencia a esta
Vela o a cualquier acto litúrgico. Desear que sea corto, es prepararse para que
pronto pierda interés y se abandone la asistencia. También hay que advertir que
querer que sea divertido, misas bonitas, es degradar su valor y cuando uno
descubre que se lo pasa mejor recreándose en cualquier discoteca, abandona
primero la asistencia y después toda referencia religiosa que influya en su vida.
Me voy a referir a esta noche santa como a una fiesta y os contaré a vosotros, mis
queridos jóvenes lectores, como la he celebrado durante muchos años, para que
mientras os enteráis vayáis aprendiendo su mensaje. Y por lo que os explique,
sabréis también que no es una utopía esta santa reunión.
La Vela es una fiesta centrada en la liturgia, abierta a todo el mundo y animada por
jóvenes. Era, es, la Gran Fiesta Cristiana. Así la hemos definido y realizado siempre.
Como cualquier otra, tiene teloneros. Os hablo del primero. Nos hemos reunido y
poco después ha quedado el recinto completamente a oscuras. Ha habido silencio.
Situación desconcertante para el hombre, momentos sin sentido. Esta es,
generalmente, la realidad del hombre carente de Fe.
En un gran recipiente de cobre había puesto alcohol de quemar con sal. Ahora que
empezábamos a estar aburridos de tanta oscuridad, he encendido el combustible. El
tono cálido de la llama, cambia nuestros rostros y sonreímos todos. La llamarada
que brota de la superficie, sin que exista ni mecha, ni troncos, se mueve
juguetonamente, está inquieta. Es un punto de sugestiva referencia. Nos vemos
ahora todos y sabemos un poco donde estamos. Es una imagen simbólica, una
situación paralela a lo que en otro nivel representa tener Fe.
Sin que pierda vigor la de la gran marmita, que continúa su combustión, se van
encendiendo, primero el Cirio Pascual, luego las velas de los demás. La llama se ha
ido trasmitiendo de unos a otros, como cumpliendo el encargo de Jesús, la Fe se ha
ido extendiendo. Cada lucecita personal, es poca cosa, pero el ámbito ha quedado
iluminado por la suma de todas. Somos una asamblea viva y estimulada por el
Espíritu, que se hizo fuego en Pentecostés. Así debemos continuar siempre.
Se proclama el pregón de la Fiesta. Es un texto antiguo, erudito, pero, pese a ser
de la hierática Iglesia latina, adornado con exageraciones y hasta con detalles
poéticos. ¿Quién se atrevería a decir que un pecado es cosa buena? Teológicamente
es un error. A la luz de la Resurrección, nos atrevemos a llamar esta noche al
pecado de Adán, culpa dichosa.
En el centro atrae las miradas el gran cirio. La cera salió de algún panal y ahora nos
acordamos de la abeja ¿a quién se le ocurre pensar en este insecto ahora?. Pues a
la liturgia de esta noche, sí.
Cirio, luz, lucero, noche luminosa… ¡tanto se está evocando en estos momentos! Si
somos consecuentes con lo que oímos, deberemos rebosar de gozo.
Viene ahora una larga serie de lecturas, entretenidas unas, como la de la salida de
Egipto, espesas otras. Las podemos ir escuchando intercalando canciones. Como en
tantas ocasiones ocurre en otros menesteres, es preciso esperar con paciencia la
llegada del misterio central de nuestra Fe.
Avanza la noche, suben de tono los contenidos, suena el Gloria. Para los niños hay
un soporte metálico con diversas campanas, que ellos aporrean gozosos, mientras
los mayores cantamos el himno litúrgico.
Llega la proclamación del Evangelio. La gente joven espera el momento ilusionada
de oír una noticia que cambio la historia. No le busquéis aquí, HA RESUCITADO.
Todos interrumpen aplaudiendo. Los que vienen por primera vez se sorprenden,
pronto se unen al gozo general y sonríen felices.
La liturgia bautismal llega precedida por la profesión de Fe. Debe presentarse como
un compromiso serio, de manera que, como en algún momento me han dicho, los
que no la tienen, se den cuenta de que no pueden contestar afirmativamente. Los
que si creemos debemos actualizarnos, como nuestros aparatos informáticos nos lo
exigen periodicamente, si queremos que funcionen correctamente. Una Fe anclada
en conocimientos que nos dieron cuando nos preparamos para la primera
comunión, sería tan estrafalaria como si quisiéramos vestir lo que aquel día
llevamos. En nuestro caso, debemos revestirnos de una Fe adulta o que la
busquemos.
Cuando alguien se bautiza, el acto goza de mayor relieve. Si se trata de un adulto,
todavía más. Os advierto que lo hago siempre por inmersión. Se entiende mejor
que el ser sepultados en la pila, es reproducir el reposo del Señor en el sepulcro y
salir del agua, resucitar a una realidad nueva.
Ahora ya vamos hacia el altar y se traen ofrendas. En esta Fiesta no hay
espectadores. Cada uno es actor o artista a su manera. Alimentos no perecederos
para los pobres, cera, pan, vino… para la misa. Papel apto para fotocopiar,
rotuladores, para utilidad de tantos textos que se distribuirán durante el año.
Aceite, conservas, café… para provecho del que preside. Quien ofrece dinero, sabe
que está destinado a los mismos fines. Los fieles no son simples espectadores,
deben sentirse responsables y colaborar con las necesidades de la vida cristiana de
la comunidad.
La Eucaristía no difiere, evidentemente, de las de los otros días. Al final cantamos
himnos de Pascua, alguno tan querido como uno que redacté un día y un conjunto
musical protestante le puso música. El universal Resucitó, tampoco puede faltar.
Hace unas cuatro horas que empezamos, la bendición solemne proclama que la
liturgia acaba, per la celebración festiva continúa. Compartimos lo que para gozo de
todos han preparado y traído las amas de casa: galletas, tartas y torrijas. Refrescos
y muy poco vino. Abrazos, comentarios, felicitaciones y recuerdos de los que nos
precedieron. Da pena tener que despedirse.
Os animo a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, a que si el paraje y el paisaje
os lo permiten, salgáis fuera, miréis al cielo y no os vayáis a dormir hasta que
amanezca, como antes yo y mis acompañantes siempre hacíamos..
Yo, si Dios quiere, lo haré un poco antes. Espero que, como en años anteriores, al
llegar a casa, entre un momento a la iglesita y le dé un beso al Sagrario. Me
acordaré de vosotros, desconocidos compañeros. Quisiera que lo que os he escrito
os sirva para penetrar en el misterio sublime y trascendente que esta noche, más
luminosa que el día, celebramos.