DOMINGO DE RAMOS
Procesión: Lc 19, 28-40. Misa: Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14-23,
56
“Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén. Y sucedió que,
al aproximarse a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a
dos de sus discípulos, diciendo: "Id al pueblo que está enfrente y, entrando en él,
encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre;
desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", diréis esto:
"Porque el Señor lo necesita."" Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como
les había dicho. Cuando desataban el pollino, les dijeron los dueños: "¿Por qué
desatáis el pollino?" Ellos les contestaron: "Porque el Señor lo necesita." Y lo
trajeron donde Jesús; y echando sus mantos sobre el pollino, hicieron montar a
Jesús. Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la
bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría,
se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían
visto. Decían: "Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y
gloria en las alturas." Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le
dijeron: "Maestro, reprende a tus discípulos." Respondió: "Os digo que si éstos
callan gritarán las piedras."
Las semanas anteriores la Iglesia nos ha concedido escuchar dos pasajes del amor
y la misericordia del Padre, en los evangelios de San Lucas y San Juan: la parábola
del hijo pródigo y la mujer adúltera; lecturas que han sido una preparación para
poder comenzar a celebrar el misterio de nuestra salvación. Es importante que el
hombre de hoy reconozca que tiene necesidad de la salvación para poder entrar y
vivir el Misterio Pascual de Cristo –Pasión, muerte y resurrección-, al que en este
Domingo de Ramos la Iglesia nos introduce de manera que podamos vivirlo,
celebrarlo y proclamarlo en medio de la liturgia.
San Clemente de Alejandría nos dice: ᆱ… El Espíritu profético nos considera
también como niños: Los niños -dice-, habiendo cortado ramas de olivo y de
palmera, salieron al encuentro del Señor gritando: `Hosanna al Hijo de David,
bendito el que viene en nombre del Señor'. La luz, la gloria y la alabanza sean, con
nuestras súplicas, para el Señor: esto es lo que parece significar, en la lengua
griega, el Hosanna…ᄏ (Clemente de Alejandría, El Pedagogo I,12,5).
En el evangelio de esta semana, la Iglesia nos invita a unirnos a esta gran multitud
que aclamaba a Cristo, por los milagros y grandes curaciones que habían visto
realizados. El Domingo de Ramos nos hace vivir nuevamente esta entrada de Jesús
en Jerusalén, cuando se acerca la celebración de la Pascua. El pasaje evangélico lo
presenta mientras entra en la ciudad rodeado por una multitud jubilosa. Puede
decirse que, aquel día, llegaron a su punto culminante las expectativas de Israel
con respecto al Mesías. Eran expectativas alimentadas por las palabras de los
antiguos profetas y confirmadas por Jesús con su enseñanza y, especialmente, con
los signos que había realizado. Nosotros igualmente podemos aclamar a Cristo por
los innumerables milagros y curaciones que está realizando en nuestras vidas como
signo de nuestra recreación, de nuestra regeneración. No lo aclamamos en un
sentido de adhesión simplemente sino porque el sentirnos beneficiarios de su obra
de salvación nos hace partícipes de su vida y del amor misericordioso del Padre.
Dice san Agustín: ᆱ…Rami palmarum laudes sunt significantes victoriam (Los ramos
de olivo son himnos de victoria), pues con las palmas, símbolo de la victoria se
debía a compañar a aquel que muriendo iba a vencer a la muerte y con el trofeo de
la cruz a triunfar del demonio, autor de la muerte…ᄏ (San Agustín, Trat. 51 Joan).
Al entrar en Jerusalén, Jesús sabe que el júbilo de la multitud lo introduce en el
corazón del «misterio» de la salvación. Es consciente de que va al encuentro de la
muerte, que no recibirá una corona real, sino una corona de espinas. A los fariseos,
que le pedían que hiciera callar a la multitud, Jesús les respondió: ᆱ…Si estos
callan, gritarán las piedras…ᄏ. Se refería en particular, a que así como el antiguo
templo de Jerusalén fue destruido y reconstruido, así también el templo nuevo y
perfecto del cuerpo de Jesús debía morir en la cruz y resucitar al tercer día.
San Andrés de Creta, padre de la Iglesia nos dice: ᆱ…Venid subamos juntos al
monte de los Olivos y salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy desde
Betania, y que se encamina por su propia voluntad hacia aquella venerable y
bienaventurada Pasión, para llevar a término el misterio de nuestra salvación.
Viene, en efecto, voluntariamente hacia Jerusalén, el mismo que, por amor a
nosotros, bajó del Cielo para exaltarnos con Él, como dice la Escritura, por encima
de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser que exista, a
nosotros que yacíamos postrados. Él viene, pero no como quien toma posesión de
su gloria, con fasto y ostentación. No gritará —dice la Escritura—, no clamará, no
voceará por las calles, sino que será manso y humilde, con apariencia
insignificante, aunque le ha sido preparada una entrada suntuosa. Corramos, pues,
con Él que se dirige con presteza a la Pasión, e imitemos a los que salían a su
encuentro…ᄏ (Sermón 9, sobre el domingo de Ramos, PG 97, 1002).
Las lecturas de la celebración de hoy relatan el sufrimiento humano del Mesías y
llegan a su punto culminante en la narración que hace San Lucas de la pasión. Este
inefable misterio de dolor y de amor, de redención, lo manifiesta también el profeta
Isaías, porque este Cristo victorioso que hoy entra a Jerusalén, para someterse a la
voluntad del que lo llamó, ha sido probado en todo y sobre todo en el sufrimiento,
pero allí, en el sufrimiento, es donde hemos visto de manera palpable la
autenticidad de su misión, así en el Salmo responsorial cantamos: «...Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?...». Lo repite San Pablo en la carta a los
Filipenses, en la que se inspira la aclamación que nos acompañará durante todo el
«Santo Triduo Pascual»: «Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y
una muerte de cruz».
Este Domingo de Ramos es especial porque estamos llamados a confesar la Fe;
sobre todo en este año que estamos invitados a celebrar la Fe como un Don de
Dios.
San Beda nos dice: ᆱ…No se dice que el Salvador sea rey que viene a exigir
tributos, ni a armar ejércitos con el acero, ni a pelear visiblemente contra los
enemigos; sino que viene a dirigir las mentes para llevar a los que crean, esperen y
amen, al Reino de los Cielos; y que quisiera ser rey de Israel es un indicio de su
misericordia y no para aumentar su poder…ᄏ (San Beda el Venerable, presbítero;
Homilía 21).
Buena Semana Santa, recen por mí.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar