PAPA FRANCESCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 17 de marzo de 2013
Hermanos y hermanas, buenos días.
Tras el primer encuentro del miércoles pasado, hoy puedo dirigirles nuevamente mi
saludo a todos. Y me alegra hacerlo en el domingo, en el día del Señor. Para
nosotros los cristianos, esto es hermoso e importante: reunirnos el domingo,
saludarnos, hablar unos con otros, como ahora aquí, en la plaza. Una plaza que,
gracias a los medios de comunicación, tiene las dimensiones del mundo.
En este quinto domingo de Cuaresma, el evangelio nos presenta el episodio de la
mujer adúltera (cf. Jn 8,1-11), que Jesús salva de la condena a muerte. Conmueve
la actitud de Jesús: no oímos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de
condena, sino solamente palabras de amor, de misericordia, que invitan a la
conversión: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (v. 11).
Y, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que
siempre tiene paciencia. ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que
tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia,
paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si
sabemos volver a Él con el corazón contrito. «Grande es la misericordia del Señor»,
dice el Salmo.
En estos días, he podido leer un libro de un cardenal —el Cardenal Kasper, un gran
teólogo, un buen teólogo—, sobre la misericordia. Y ese libro me ha hecho mucho
bien. Pero no creáis que hago publicidad a los libros de mis cardenales. No es eso.
Pero me ha hecho mucho bien, mucho bien. El Cardenal Kasper decía que al
escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos
escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y
más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre
misericordioso que tiene tanta paciencia... Recordemos al profeta Isaías, cuando
afirma que, aunque nuestros pecados fueran rojo escarlata, el amor de Dios los
volverá blancos como la nieve. Es hermoso, esto de la misericordia.
Recuerdo que en 1992, apenas siendo Obispo, llegó a Buenos Aires la Virgen de
Fátima y se celebró una gran Misa por los enfermos. Fui a confesar durante esa
Misa. Y, casi al final de la Misa, me levanté, porque debía ir a confirmar. Se acercó
entonces una señora anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. La
miré y le dije: “Abuela —porque así llamamos nosotros a las personas ancianas—:
Abuela ¿desea confesarse?” Sí, me dijo. “Pero si usted no tiene pecados…” Y ella
me respondi￳: “Todos tenemos pecados”. Pero, quizás el Se￱or no la perdona... “El
Se￱or perdona todo”, me dijo segura. Pero, ¿c￳mo lo sabe usted, se￱ora? “Si el
Señor no perdonara todo, el mundo no existiría”. Tuve ganas de preguntarle:
Dígame, señora, ¿ha estudiado usted en la Gregoriana? Porque ésa es la sabiduría
que concede el Espíritu Santo: la sabiduría interior hacia la misericordia de Dios.
No olvidemos esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. “Y, padre,
¿cuál es el problema?” El problema es que nosotros nos cansamos, no queremos,
nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a
veces, nos cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca, no nos cansemos
nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón
misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser
misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen, que tuvo en sus
brazos la Misericordia de Dios hecha hombre. Ahora todos juntos recemos el
Ángelus:
(Oración del Ángelus).
Saludo cordialmente a todos los peregrinos. Gracias por vuestra acogida y vuestras
oraciones. Os pido que recéis por mí. Doy un abrazo nuevamente a los fieles de
Roma y lo hago extensivo a todos vosotros; y lo hago extensivo a todos los que
habéis venido de diversas partes de Italia y del mundo, así como a los que se han
unido a nosotros a través de los medios de comunicación. He escogido el nombre
del Patrón de Italia, san Francisco de Asís, y esto refuerza mi vínculo espiritual con
esta tierra, donde, como sabéis, están los orígenes de mi familia. Pero Jesús nos ha
llamado a formar parte de una nueva familia: su Iglesia, en esta familia de Dios,
caminando juntos por los caminos del Evangelio. Que el Señor os bendiga, que la
Virgen os cuide. No olvidéis esto: el Señor nunca se cansa de perdonar. Somos
nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Feliz domingo y buen almuerzo.
© Copyright 2013 - Libreria Editrice Vaticana