Semana Santa
Sabado Santo. Día de silencio, con María, Madre Dolorosa frente al
sepulcro, y en espera de la Resurrección del Hijo.
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas Bíblicas
I Lecturas del AT:
1.- Gn. 1,1-31; 2,1-2 Vio Dios que todo lo que había hecho era muy bueno.
La Creación del mundo, descubierta, revela al Creador. De este descubrimiento
surge un relato de la creación en que la palabra poderosa de Dios es proclamada en
la raíz de cosmos y del hombre. Visto desde el Creador, el mundo es todo bueno,
desde la luz que domina la tiniebla hasta el primer hombre y la primera mujer son
fecundos y creadores de nueva vida, están en la cumbre de todo lo creado para
referirlo todo al Creador. La visión armónica del mundo ilumina el caos los
momentos oscuros de la historia humana.
2.- Gn. 22,1-18: Sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe.
El hijo del sacrificio es el que salva a Abraham. La confianza en que no lo perdería
le anima a no retenerlo. Retenerlo como propiedad hubiera disminuido la grandeza
de su de la posesión y de los poseído. Abraham recobra al hijo multiplicado en un
pueblo; en él está Dios que se lo devuelve. El Dios que prueba es el que salva por
el hijo entregado. El sacrificio de dar lo que parece ofrecería un sentido, tiene como
recompensa, que todo obtenga un sentido; es la lógica de la fe.
3.- Ex. 14,15; 15,1: Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto.
La liberación concreta de una opresión histórica, la de Israel de Egipto, se convierte
en modelo de todas las liberaciones. Tuvo un significado teológico, porque Yahvé
vino en ella como Salvador. El pueblo de Israel la contó y la cantó. El pueblo
liberado de la esclavitud, como recién nacido, de las aguas de la muerte, surge para
seguir luchando, por conquistar la tierra prometida, hasta la liberación definitiva
que las abarca todas
4.- Is. 54, 5-14: Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.
El pueblo de Israel en el destierro babilónico, se siente como madre estéril, ciudad
en ruina. El hombre de Dios, sabe que algo está pasando por dentro de su alma,
está pronto a salir fuera como palabra profética. El símbolo esponsal le sirve para
hablar de la cercanía y de la actitud de amor de Dios hacia el pueblo que se siente
abandonado a su suerte. La casa va a ser reconstruida, no como opresión sino
sobre justicia. El mensaje canta ya como viviendo lo que su voz proclama a Israel.
5.- Is. 55,1-11: Venid a mí y viviréis; sellaré con vosotros alianza eterna.
La sed de aspiraciones no saciadas y la mortificante ineficacia del hombre tensan al
hombre hacia el infinito de Dios. Dios viene al encuentro de su pueblo en esos
precisos momentos históricos. El profeta lo sabe cercano, en la misma palabra que
anuncia. La alianza eterna y la palabra eficaz, que vuelve al cielo sin efecto, son las
categorías que le sirven para trazar un puente de luz entre la infinitud y la
inmediatez. El pueblo que oye a Dios en su palabra se hace testigo suyo entre los
pueblos.
6.- Bar. 3,9-15; 32; 4,4: Camina a la claridad del resplandor del Señor.
La humilde comunidad del pos-exilio, escucha un llamado a la conversión a la
sabiduría. L exhortación del sabio ve en ella la clave de la vida feliz, en
contrapunto, con la vida opaca del destierro en la propia patria. La sabiduría
personificada se identifica con la ley; y se muestra como camino de luz, de paz y de
vida, en cuanto que Dios mora en ella. La Sabiduría reveladora de Dios se
encuentra en el libro de la Creación y en de la historia de los hombres.
7.- Ez. 36,16-28: Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un
corazón nuevo.
El pueblo de Dios es una promesa que se realiza en la esperanza. Querer construirlo
es signo muy pobre de lo quieren la promesa y la esperanza. El profeta del
destierro, sin embargo, sabe de una fuerza que transforma desde dentro. Es un
sentir nuevo y en un nuevo modo de vivir nuevo se está manifestando el Espíritu de
Dios, siempre creador. No se manifiesta en el corazón de piedra sino en el corazón
de carne, donde ahora había el Espíritu del Señor.
II Lecturas del NT:
8.- Rm. 6,3-11: Incorporados a Cristo por el bautismo.
Por nuestra condición bautismal compartimos con Cristo la filiación divina y la vida
eterna. La llamada del apóstol es a reconocer que hemos pasado de una vida
caduca a otra de resucitados con Cristo. Si estamos vivos es para para Dios en
Cristo Jesús.
9.- Lc. 24, 1-12: No está aquí; ha Resucitado.
El evangelio nos pon e delante de la tumba vacía de Jesús, su cuerpo no está, como
lo comprueban las mujeres, que han venido a verle. Los mismos testigos de la
sepultura, vienen a ser de la tumba vacía (cfr. Lc. 23, 55-56). Entre un hecho y el
otro está de por medio el sábado, el día de reposo. El piadoso ejercicio de ungir el
cuerpo de Jesús, las apremia para ello van de madrugada. La piedra está corrida,
¿quién las pudo preceder?, lo más sorprendente, la tumba está vacía. Su
desaparición las desorienta, sin embargo, exigen una explicación. La respuesta
viene de cielo, de dos hombres resplandecientes en sus vestiduras, significa que
son mensajeros de Dios. El resplandor de la gloria de Dios los envuelve (cfr. Lc.
2,9; Hch.12,7); al ser dos se convierten en testigos, su testimonio es verdadero.
Ellos hacen el anuncio pascual de la Iglesia: “¿Por qué buscáis entre los muertos al
que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba
todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en
manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. Y ellas
recordaron sus palabras.” (vv. 5-8). Dios ha resucitado a su Hijo, al que habían
depositado en el sepulcro. Jesús vive, por lo mismo, no hay que buscarlo entre los
muertos, no está aquí. Este anuncio viene de Dios, no se obtiene del sepulcro vacío,
sino por revelación de Dios. Lo que hace la tumba vacía es confirmar dicho anuncio.
Lo dicho por los ángeles, es confirmado por el testimonio profético de Jesús. La
Resurrección, se comprende ahora, desde la palabra de Jesús; lo sucedido, es el
contenido y la verdad, de todo cuanto hizo y predicó Jesús cuando estaba en Galilea
(cfr. Lc. 9, 22. 44). La entrega en manos de los pecadores, la crucifixión y la
resurrección, estaban en el plan salvífico de Cristo. La mayor y mejor garantía de la
resurrección, no está en la tumba vacía ni en el mensaje de los ángeles, sino en el
testimonio de la palabra profética, la palabra de Dios definitiva que proclamó su
Hijo de Jesucristo (cfr. Hb.1,2)A esta palabra remite el mensaje del cielo y que las
mujeres ahora recuerdan haber escuchado en Galilea. Ellas se convierten, sin
necesidad de habérselo encargado nadie, en pregoneras de la alegre noticia entre
los apóstoles (cfr. Mc.16,7; 2,18; 2,38). Lo sorprende del acontecimiento, no les
cierra la boca (cfr. Mc.16,8), sino que el anuncio, la alegría de su contenido, las
interpela a anunciarlo. Lucas, menciona a tres de las mujeres, con sus respectivos
nombres María Magdalena, Juana (cfr. Lc. 8,3), y María la de Santiago. Muchas
mujeres le seguían a Jesús y le ayudaban con sus bienes en Galilea (cfr. Lc.8,1).
Sin tener motivos para no creerles lo que les narran, los apóstoles, no les creen lo
acontecido (vv.10-11). A pesar de todo, Pedro se convence que el sepulcro está
vacío, una vez que va al sepulcro sólo vio los lienzos en que habían envuelto el
cadáver, se asombra, pero no da crédito al mensaje pascual. Quizás está al umbral
de la fe, todavía no cree, tampoco se ampara en la duda. La tumba vacía y los y los
lienzos no conducen a la fe en la resurrección de Jesús, el evangelista, sin
embargo, está convencido que después de la resurrección el cadáver de Jesús no
está en la tumba, no hay que buscarle allí. Jesús ha resucitado con su cuerpo,
ahora glorioso, después de la pasión y muerte, para darnos vida eterna. La fe
cristiana, no se basa en una tumba vacía, sino en una persona: Jesús de Nazaret,
Crucificado, Muerto y Resucitado. Su vida fue una vida abierta al amor del Padre,
que lo envió como Mesías, y el amor a los hombres. Su muerte nos revela todo la
vida y el amor del Padre en su Hijo y los hombres a quienes viene a rescatar del
pecado y de la muerte eterna. Comprender desde la fe, la Resurrección de Jesús, es
introducirnos en el misterio de su vida, obras y mensaje, quedar abiertos a la vida
nueva que nos viene de su Pascua de Resurrección. Con toda la Iglesia digamos:
Aleluya, Aleluya ¡¡¡Cristo Jesús a Resucitado!!! Aleluya, Aleluya.