Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Miércoles Santo
Libro de Isaías 50,4-9a.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar
al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que
yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban
la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí
mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos
todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí!
Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán
como un vestido, se los comerá la polilla.
Salmo 69(68),8-10.21-22.31.33-34.
Por ti he soportado afrentas
y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos,
fui un extranjero para los hijos de mi madre:
porque el celo de tu Casa me devora,
y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio.
Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo:
pusieron veneno en mi comida,
y cuando tuve sed me dieron vinagre.
así alabaré con cantos el nombre de Dios,
y proclamaré su grandeza dando gracias;
Que lo vean los humildes y se alegren,
que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres
y no desprecia a sus cautivos.
Evangelio según San Mateo 26,14-25.
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos
sacerdotes
y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta
monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde
quieres que te preparemos la comida pascual?".
El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro
dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'".
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me
entregará".
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo,
Señor?".
El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a
entregar.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el
Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has
dicho", le respondió Jesús.
Comentario del Evangelio por:
Santa Catalina de Siena (1347-1380), terciaria dominica, mística, doctora
de la Iglesia, copatrona de Europa
Diálogo 37
El desespero de Judas.
“Judas se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y ancianos, diciendo: -He pecado entregando a este hombre inocente.-
Ellos le replicaron: “¿A nosotros, qué nos importa? Tú verás.” El fue y se ahorcó” (cf
Mt 27,3-5)
Dios le dijo a Santa Catalina: -El pecado imperdonable, en este mundo y en el
otro, es aquel que despreciando mi misericordia no quiere ser perdonado. Por esto
lo tengo por el más grave, porque el desespero de Judas me entristeció más a mí
mismo y fue más doloroso para mi Hijo que su misma traición. Los hombres serán
condenados por este falso juicio, que les hace creer que su pecado es más grande
que mi misericordia... Serán condenados por su injusticia, cuando se lamentan de
su suerte más que de la ofensa que me hacen a mí.
Porque esta es su injusticia: no me devuelven lo que me pertenece, ni se
conceden a ellos mismos lo que les pertenece. A mí me deben amor, el
arrepentimiento de su falta y la contrición; me los han de ofrecer a causa de sus
faltas, pero hacen justo lo contrario. No tienen amor y compasión más que por ellos
mismos, ya que no saben más que lamentarse sobre los castigos que les esperan.
Ya ves, cometen una injusticia y por esto quedan doblemente castigados, por haber
menospreciado mi misericordia.
Fr. Nelson Medina, O.P.