Comentario al evangelio del Viernes 29 de Marzo del 2013
No se doblega. Quizá eso es lo primero que podemos decir cuando leemos o escuchamos con
tranquilidad el relato de las últimas horas de Jesús. Aunque le toca la parte peor, la parte de la víctima,
a veces da la impresión de que él es el director del drama, el que dirige a los actores y les indica los
pasos que tienen que dar a continuación.
Podríamos decir que a Jesús no le matan. Jesús se entrega. Sabe lo que se juega. Es coherente hasta
el final. Ha recibido una misión de su Padre, de su Abbá. Y está dispuesto a llegar hasta el final.
Aunque eso le cueste la vida. Aunque por momentos pierda el sentido de lo que está haciendo y le
asalten todas las dudas del mundo. Por eso el momento de la oración en el huerto es el que da sentido a
todo lo que va a ocurrir después.
Ahí es donde Jesús, a pesar de las dificultades, a pesar de la oscuridad, es capaz de responder con
un clarísimo “Yo soy” a la búsqueda de los que vienen a detener a “Jesús, el Nazareno”. Aquel
momento fue clave. Se podía haber retirado. Podía haber dicho como Pedro (“Yo a ése no le conozco
ni he oído hablar de él”). Pero se identificó. Dio un paso al frente. Y luego vino lo que vino.
El resto es historia. La historia de un hombre valiente que fue coherente con su vocación, que
confió hasta el final, que no tuvo miedo en entregar su vida. Había vivido apasionado por el reino,
apasionado por sus hermanos y hermanas, cerca de los que les había tocado la peor parte en el reparto
de la vida. No les abandonó al final. Siguió con ellos. Siguió apasionado por el reino, por la justicia,
por la vida, por el amor.
Veinte siglos después seguimos celebrando el Viernes Santo. Podemos extasiarnos con el dolor
sufrido. Pero eso no es lo más importante –Jesús no fue el hombre que más dolor ha padecido en la
historia–. Lo importante es que Jesús quiso hacer de su vida, y por tanto de su muerte, el signo de un
nuevo comienzo, de una nueva esperanza, confiando totalmente en el Padre, en su Abbá.
Hoy es día de muerte, de dolor. Pero lo debemos vivir en la esperanza. Cuando veamos las noticias
de que la injusticia sigue rampante en nuestro mundo, de que los pobres siguen sufriendo, de que hay
hermanos y hermanas que se quedan fuera de la mesa común, entonces nos acordaremos de Jesús,
haremos memoria suya, partiremos el pan, y saldremos la vida más comprometidos con el reino.
Porque su muerte es un acicate para nosotros. Y porque su esperanza y su gracia y su fuerza nos
acompañan siempre.
Fernando Torres Pérez cmf